Fadi Hakura
Associate Fellow y gestor del Turkey Project, The Royal Institute of International Affairs, Chatham House, Londres. [+ DEL AUTOR]

¿Una potencia emergente?

El cambio de dirección de la política nacional e internacional de Turquía durante los diez años de mandato del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) es indiscutible. Hace una década, el país se encontraba envuelto en una crisis económica desencadenada por la falta de previsión presupuestaria y por el derrumbe del sector financiero. Entonces comenzaba a dar los primeros pasos para reintegrase en Oriente Medio y en Asia Central. Pero Turquía ha pasado a ser un ejemplo de modelo macroeconómico y goza de un perfil regional e internacional al alza. Las estadísticas ponen de manifiesto esta extraordinaria recuperación económica. Las exportaciones pasaron de los 35.000 millones de dólares en el año 2000 a los 134.000 millones de dólares en 2010; los niveles de deuda pública cayeron desde cifras con tres dígitos hasta aproximadamente un 42% del Producto Interior Bruto (PIB). Como la decimosexta economía más importante del mundo y la sexta de Europa, Turquía es un apreciado miembro del grupo G20, encargado de guiar a la economía global hacia un terreno seguro.

El primer ministro Erdogan saluda al robot ASIMO, diseñado por la compañía Honda

El primer ministro Erdogan saluda al robot ASIMO, diseñado por la compañía Honda, en la Feria Internacional de Automóviles y Accesorios. Estambul, Turquía, 20 de noviembre de 2004. / Kerim Okten /EFE

A nivel nacional, el ejército turco ha ido perdiendo con rapidez su autodenominado papel de guardián al tiempo que la política civil, acompañada por una sólida y activa estructura política, se ha convertido en la reina suprema. El Parlamento turco es un caleidoscopio de tendencias ideológicas que van desde el nacionalismo kurdo al liberalismo secular y al islam conservador.

Turquía ha pasado a ser un ejemplo de modelo macroeconómico y goza de un perfil regional e internacional al alza

Turquía ha hecho acto de presencia en Oriente Próximo para intentar mediar en el conflicto sirio-israelí y formó parte de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas (ONU) destacadas en Líbano. Turquía también ha desempeñado un papel muy activo en Europa. En 2005 comenzó las negociaciones para su adhesión a la Unión Europea (UE). Asimismo, la convergencia institucional está aumentando los vínculos de seguridad bilaterales. Turquía ha sido un miembro clave en las operaciones militares de la UE en Kosovo, Bosnia y Sierra Leona. La autoconfianza de Turquía parece justificada a la luz de la favorable dinámica nacional e internacional. Nunca antes había gozado el país de unas circunstancias tan favorables ni se le había reconocido internacionalmente como una potencia emergente, al mismo nivel que Brasil, India y China.

No obstante, una serie de peligros potenciales amenazan esta imagen de equilibrio. Desde el inacabable conflicto kurdo a las divergentes diferencias ideológicas y sociales, el país está muy lejos de resolver sus problemas más críticos. De hecho, parece evidente que cada vez son mayores los obstáculos estructurales para una Turquía económicamente fuerte y políticamente madura. Los levantamientos que están teniendo lugar en los países árabes y el estancado proceso de adhesión a la UE están poniendo las cosas muy difíciles a la política exterior turca. La creciente tensión con Israel, la revuelta siria y la desconfianza de Irán podrían suponer un potencial revés del destino. Parece que la luna de miel de Turquía terminará repentinamente si no se adoptan medidas radicales para hacer frente a los desafíos nacionales e internacionales.

EL PROBLEMA KURDO

Turquía arrastra desde hace mucho la resolución del rompecabezas kurdo. En 1984, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) inició una violenta campaña contra el Estado turco que costó más de 40.000 vidas y la escalofriante cifra de 100 mil millones de dólares. El AKP comenzó a dar los primeros pasos para ocuparse de las exigencias políticas y socio-económicas de los nacionalistas kurdos. Como parte del proceso de adhesión a la UE, Turquía abolió los tribunales de seguridad, suavizó las restricciones sobre las retransmisiones en lengua kurda y destinó más presupuesto a las zonas de mayoría kurda del sudeste del país. Así no es de extrañar que el primer ministro Erdogan cosechara importantes resultados electorales. Incluso hizo peligrar a la formación pro kurda Partido de la Paz y la Democracia (BDP) haciendo que el apoyo de sus seguidores se diluyera entre los nacionalistas kurdos moderados. La entrada en el Parlamento del BDP en 2007 hizo que se abrigaran esperanzas para una solución negociada al conflicto. El cese intermitente de las hostilidades también vino a reforzar las expectativas de alcanzar una solución para la realidad kurda.

Desgraciadamente, estas esperanzas quedaron en papel mojado. El Sr. Erdogan se ha decantado por una retórica más nacionalista y ha perdido así gran parte del apoyo de los kurdos. Tras las elecciones generales de junio de 2011, las autoridades turcas impidieron que Hatip Dicle ocupara su escaño porque se encontraba en prisión acusado de un delito de terrorismo. Junto a él, otros cinco candidatos del bloque pro kurdo permanecen en prisión. El resto de los 30 candidatos del BDP se niegan a que se constituya el Parlamento hasta que sus compañeros no recuperen sus cargos o sean liberados.

Nunca antes había gozado el país de unas circunstancias tan favorables ni se le había reconocido internacionalmente como una potencia emergente, al mismo nivel que Brasil, India y China

Lo más preocupante es la creciente polarización entre kurdos y turcos. A principios de junio de 2011 se publicó un estudio demoscópico realizado por el instituto turco Konda que puso de manifiesto que el 57,6% de la población de etnia turca no contraería matrimonio con kurdos, y a un 47,4% no les gustaría tener a un kurdo como vecino. En comparación con estas cifras, un 26,4% de los kurdos no contraería matrimonio con una persona de etnia turca y a un 22,1% no les gustaría tener un vecino turco. Un abismo separa a turcos y kurdos en lo referente a las provisiones para una nueva Constitución. En total, el 71,7% de los turcos se oponen a que se haga algún tipo de mención a los kurdos en la nueva Constitución y el 59,2% se oponen a la enseñanza en lengua kurda. En cambio, el 73,7% de los kurdos están a favor de que se incluya una referencia a la identidad kurda en la nueva Constitución, el 87,2% quieren la enseñanza en kurdo y el 70,9% apoya la descentralización del poder.

A estas dificultades hay que añadir la aparición de un Hezbolá kurdo (sin relación con la versión libanesa) como un actor importante en la comunidad kurda. Esta organización combina el auténtico nacionalismo kurdo con el islam conservador. Se hizo popular en los años noventa por sus ataques supuestamente tolerados por las fuerzas de seguridad turcas a nacionalistas kurdos, a musulmanes moderados y a presuntos traidores. Es difícil estimar la popularidad del Hezbolá kurdo sin contar con encuestas fiables. Una muestra de la misma es, no obstante, su capacidad de movilizar a decenas de miles de kurdos en celebraciones religiosas y las más de 100 asociaciones afiliadas al movimiento. Si esta nociva tendencia continúa, no se podrá subestimar un aumento de la violencia kurda ni masivas movilizaciones populares. Existe la posibilidad real de que las relaciones entre las comunidades turca y kurda se deterioren de un modo irreversible. Estos riesgos solo se podrán mitigar con una agenda firme que afiance la democracia liberal y los derechos humanos.

CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA

Parece que la luna de miel de Turquía terminará repentinamente si no se adoptan medidas radicales para hacer frente a los desafíos nacionales e internacionales

La democracia turca ha hecho que el país se diferencie de los regímenes de Oriente Próximo. Seis décadas de gobierno democrático han creado una cultura política de respeto por las urnas. Este logro, que tardó generaciones en cultivarse, representa una importante lección para un Egipto y un Túnez postautocráticos. En Turquía, la participación electoral nunca es menor del 80%, mucho más que la media europea y de EEUU. Los principales partidos reconocen la extrema necesidad de una nueva Constitución que reemplace al texto actual elaborado por el ejército en 1982. La complejidad nacional de Turquía y la creciente globalización exigen un texto liberal que consagre las mejores tradiciones de la democracia. Desgraciadamente, es aquí donde el consenso se acaba. Los nacionalistas kurdos exigen una transferencia de poderes radical y el reconocimiento del kurdo como segunda lengua. Los secularistas quieren una mayor protección de su estilo de vida y salvaguardas contra el conservadurismo social impuesto por el Estado. Por su parte, los islamistas prefieren que se haga hincapié en los valores conservadores. Ninguno de los partidos turcos aboga por reducir la centralización del Gobierno ni por reconocer la identidad kurda, ambas peticiones básicas para los nacionalistas kurdos.

Lo más preocupante es la creciente polarización entre kurdos y turcos. El 57,6% de la población de etnia turca no contraería matrimonio con kurdos, y a un 47,4% no les gustaría tener a un kurdo como vecino

A esto hay que añadir la importante cuestión del laicismo. Al contrario de lo que se pueda creer, Turquía no es un país verdaderamente laico. El Estado y el islam están tan integrados que, por ejemplo, las clases de religión sobre el islam sunní en los colegios son obligatorias. El Consejo para Asuntos Religiosos, el Diyanet, controlado por el primer ministro, regula el islam sunní en Turquía, subvenciona 80.000 mezquitas y proporciona trabajo a 90.000 funcionarios islámicos. Sin embargo, muchos alevíes –una forma heterodoxa del islam progresista– se quejan con vehemencia del apoyo que el Diyanet proporciona al islam sunní a expensas de otras creencias. Solo los laicos contemplan realizar pequeñas reformas del Diyanet y aumentar el alcance del laicismo para garantizar los derechos de las minorías étnicas y religiosas. En este sentido, Turquía impone muchas restricciones a los derechos de las minorías, hecho que se ve agravado por los altos niveles de hostilidad de la población. Pew Research, una acreditada empresa internacional de estudios demoscópicos, puso de manifiesto en un estudio de 2009 que Turquía se encontraba al mismo nivel que Irán y que los países árabes en lo que ser refiere a las normas que se aplican en este tema.

Turquía no podrá adoptar una nueva Constitución si antes no se ocupa de este entorno altamente polarizado. El conservadurismo social está alimentando esta polarización tal como indican unos niveles de igualdad entre géneros cada vez más bajos. Según un informe de 2010 de las Naciones Unidas, Turquía ocupa el lugar 101 de entre 109 países en lo referente al empoderamiento de la mujer. El Foro Económico Mundial de 2010 señaló que Turquía ocupa el puesto 129 de entre 134 países en lo que se refiere a la igualdad hombre-mujer. Un informe de Social Watch financiado por la UE concluyó que los derechos relacionados con el género han ido experimentando un retroceso desde 2004.

A causa de este entorno, las libertades de los medios de comunicación están cayendo en picado y la censura en internet es cada vez mayor. Periodistas sin Fronteras señaló en su “Clasificación mundial de la libertad de prensa de 2010” que Turquía ocupaba el puesto 138 de entre 178 países. Desde que el AKP llegó al poder en 2002, Turquía ha retrocedido 39 puestos. El AKP ha promulgado leyes para establecer filtros en internet y ha prohibido el uso de 138 palabras en el nombre de los dominios de internet. Estos acontecimientos no son un buen augurio para un país que espera ser un ejemplo de democracia para sus países vecinos que comienzan a resurgir con la primavera árabe. Turquía solo será capaz de desempeñar el papel que se merece en Oriente Próximo si refuerza su democracia y sus libertades civiles.

TURQUÍA EN ORIENTE PRÓXIMO

Las campañas electorales turcas son conocidas por su sólida oratoria y su retórica triunfal. El dominio del estilo y la personalidad carismática están siempre presentes en los aclamados líderes turcos y el primer ministro Recep Tayyip Erdogan no podía ser una excepción. En su tercera victoria en junio de 2011, el primer ministro se jactó con estas declaraciones de tinte otomano:

“Sarajevo ha ganado hoy tanto como Estambul, Beirut tanto como Esmirna, Damasco tanto como Ankara, Ramala, Naplusa, Jenín y Cisjordania, y Jerusalén tanto como Diyarbakir”.

El Sr. Erdogan se imagina a Turquía siendo el líder de un Oriente Próximo inestable y voluble, sin estar subordinada a otros países. ¿Y por qué no? Cabe preguntarse, si es que la popularidad sirve como indicador. Según una encuesta de 2011 de Pew Research, los niveles de popularidad del primer ministro son altísimos: 78%, 72% y 64% en Egipto, Jordania y Líbano, respectivamente. Probablemente sea, con diferencia, el personaje público más reconocido de la región. No obstante, estar en la cresta de la ola de los índices de popularidad muy pocas veces se traduce en una influencia duradera si no se consiguen resultados. La encuesta de Pew parece apuntar a esta posibilidad. Solo el 35% de los palestinos de Gaza expresaron su confianza en Erdogan. Este es un dato que sorprende si se tiene en cuenta el incidente de la flotilla que pretendía romper el bloqueo israelí a la Franja de Gaza.  De todos, Gaza tendría que haber sido la que mejor recibiera el enfrentamiento de Turquía con Israel. Sin embargo, parece ser no solo la más escéptica, si no la más cínica. Esto no parece demasiado difícil de explicar. Cuando el Sr. Erdogan convirtió a Gaza en la cause célèbre, las expectativas de sus habitantes se dispararon. Sin embargo, algunos años más tarde estas expectativas seguían sin cumplirse. El desencanto vino a reemplazar a la euforia cuando las declaraciones de apoyo de Turquía no se vieron correspondidas con acciones.

Existe la posibilidad real de que las relaciones entre las comunidades turca y kurda se deterioren de un modo irreversible

En términos generales además, la mención de que la relación de Turquía con Irán y con Siria es un ejemplo de su política de “cero problemas con los vecinos” se ha hecho trizas. Damasco hizo caso omiso a las explícitas recomendaciones de reformas propuestas por Ankara para evitar las protestas callejeras e Irán no confía en los motivos que mueven a su competidor vecino. Esta alianza de conveniencia ya no se puede hacer pasar por una alianza estratégica. Turquía confiaba en gran medida en que el antiguo presidente de Egipto Hosni Mubarak permaneciese en el poder. Mubarak se alineó incondicionalmente a Washington en su estrecha relación con Israel y en sus relaciones hostiles con Irán. Naturalmente, Siria se encontraba en el punto de mira de la contradiplomacia egipcia. Bajo estas circunstancias, Turquía se movía con facilidad entre Irán y sus enemigos árabes del Golfo. También reforzó sus relaciones con Siria sin que esto perjudicara sus relaciones con Arabia Saudí. Mubarak creó un vacío que permitió que Turquía proyectara su influencia regional. Con la destitución de Mubarak, desapareció el pilar fundamental de la política exterior turca. Egipto está reapareciendo como el principal interlocutor en el conflicto palestino-israelí. A esto hay que añadir que los violentos disturbios en Siria han hecho que Turquía se enfrente al otrora amistoso presidente sirio Bashar al-Asad. Del mismo modo, al-Asad se está poniendo del lado de Arabia Saudí contra Irán sobre el asunto de Bahrein.

Turquía solo será capaz de desempeñar el papel que se merece en Oriente Próximo si refuerza su democracia y sus libertades civiles

Los intentos de Turquía de establecer una política exterior unilateral son cada vez más en vano. En el caso de Libia, por ejemplo, al principio el primer ministro Erdogan condenó la intervención militar de Occidente contra el coronel Muammar Gadafi. Erdogan propuso en vano una solución negociada. Entonces entró rápidamente en el círculo anglo-americano cuando reconoció al Consejo Libio de Transición y cuando rompió relaciones con Gadafi.En esta era post-Mubarak, Turquía va a tener que actualizar su agenda de política exterior. Mejorar sus relaciones con vecinos difíciles es un objetivo que merece la pena y que requiere destreza, paciencia y una discreta diplomacia.

Una mujer habla por el móvil al llegar al acto de compra del operador turco de telefonía móvil Telsim por parte de Vodafone

Una mujer habla por el móvil al llegar al acto de compra del operador turco de telefonía móvil Telsim por parte de Vodafone. Estambul, Turquía, 1 de junio de 2006. / Kerim Okten /EFE

Para empezar, Turquía ejerce más influencia cuando establece coaliciones inestables que atiendan a cuestiones concretas. La falta de alianzas permanentes es notoria en Oriente Próximo. Lo que hoy son amistades bilaterales pueden no existir mañana para reaparecer al día siguiente. Turquía dio por supuesto que su amistad con al-Asad sería algo duradero y estable. Los recientes acontecimientos han demostrado lo contrario. La formación de coaliciones implica que Turquía no forme parte de ningún bando a expensas de otro. Puede esquivar con destreza –y sin duda con grandes dosis de suerte– las múltiples fisuras que existen en la región, ya sea entre Arabia Saudí e Irán, entre EEUU e Irán o entre Israel y los países árabes. Asimismo, la diplomacia turca no debería mantener expectativas que no se vayan a cumplir en buena parte. La modestia es normalmente una virtud, no un vicio. La serie de ultimátums que Erdogan dio al presidente al-Asad dieron la impresión de que Turquía resolvería el rompecabezas sirio. Pero al final, el firme rechazo de al-Asad dejó al descubierto las limitaciones de la influencia de Turquía. Turquía debe además valorar cuidadosamente cada cuestión merecedora de su intervención y solo debe intervenir cuando se den las circunstancias oportunas. En muchas ocasiones, la mejor política es “esperar a ver qué sucede” para así determinar el momento más adecuado para intervenir, en lugar de apresurarse inoportunamente. La actitud de Turquía tras la guerra entre Israel y Hizbulah es un ejemplo de esto. El Sr. Erdogan eligió el momento perfecto para participar en las fuerzas de paz de la ONU. Sabiamente se coordinó con Israel, Irán, Siria y EEUU y fue aclamado por sus hábiles maniobras entre protagonistas y antagonistas.

Con los ingredientes adecuados, Turquía se posicionará en una situación envidiable para aprovechar plenamente su estratégica situación geográfica, su pertenencia a la OTAN y su entramado de relaciones

Quizá la combinación de formar coaliciones inestables, de una discreta diplomacia pública y de una intervención selectiva no lleguen a los titulares, pero para una política exterior efectiva no es la publicidad, sino los resultados, lo que cuenta. Con los ingredientes adecuados, Turquía se posicionará en una situación envidiable para aprovechar plenamente su estratégica situación geográfica, su pertenencia a la OTAN y su entramado de relaciones para hacer avanzar los intereses turcos en la región.

TURQUÍA Y LA UE

Lo que realmente ralentizó el proceso de adhesión de Turquía a la UE fue la llegada al poder de la canciller alemana Angela Merkel. Alemania y Francia continúan frustrando los deseos de este país de mayoría musulmana

Entre los asuntos más imperativos de Turquía se encuentra el accidentado camino recorrido con la UE. Durante medio siglo, Turquía ha soñado con formar parte de este exclusivo club de democracias europeas laicas. Cientos de periodistas de todo el mundo siguieron los primeros pasos del país cuando se iniciaron las negociaciones para su adhesión en 2004-2005. La agitación flotaba en el aire. Las negociaciones acababan de comenzar cuando el conflicto sobre Chipre obstaculizó el proceso. Turquía se negó a cumplir con su obligación legal de permitir que la flota grecochipriota accediera a los puertos y aeropuertos turcos. Como respuesta, Europa suspendió ocho de los 35 “capítulos” o ámbitos políticos que Turquía necesita adoptar antes de su adhesión. En abril de 2004, los turcochipriotas aprobaron en referéndum el plan de paz de las Naciones Unidas mientras que los grecochipriotas lo rechazaron con un margen muy amplio. A Turquía le indignó particularmente el hecho de que los países de la UE no cumpliesen la promesa de acabar con el aislamiento político y económico del norte de Chipre como recompensa por el referéndum. Por si fuera poco, la UE aceptó la entrada de los grecochipriotas a pesar de su aparente intransigencia al plan de la ONU. Pero lo que realmente ralentizó el proceso de adhesión fue la llegada al poder de la canciller alemana Angela Merkel para suceder a Gerhardt Shroeder. Alemania y Francia continúan frustrando los deseos de este país de mayoría musulmana. Jean-David Levitte, asesor de política exterior del presidente francés Sarkozy, lo admitió según un cable de Wikileaks. París, dijo, quiere que Turquía se dé cuenta de que “es mejor que actúe como puente entre Europa y Asia, en lugar de anclarse en Europa”. Solo tres “capítulos” podrán ser tenidos en cuenta ya que los demás se encuentran bloqueados por razones principalmente políticas.

Turquía es tan responsable como Europa del rápido deterioro de sus relaciones bilaterales. La agenda de reformas de Turquía casi quedó paralizada cuando la UE accedió a negociar su adhesión. El entusiasmo de Turquía desapareció repentinamente. Desde entonces el tema de la adhesión se ha usado tácticamente en los juegos de poder entre el Gobierno y la oposición. En realidad, Turquía no estaba plenamente comprometida con Europa.

La identidad musulmana de Turquía constituye el núcleo principal de la hostilidad europea. Una encuesta de 2009 de la Universidad del Bósforo llevada a cabo en Francia, Alemania, Polonia, España y el Reino Unido reveló que el 39% de los encuestados coincidían en que Turquía es “un país musulmán […] incompatible con las raíces cristianas comunes” de Europa. Sin embargo, cuando no se mencionaba el nombre de Turquía, solo el 20% de los encuestados mencionaron a la cultura y a la religión como prerrequisitos de adhesión a la UE.

Turquía es tan responsable como Europa del rápido deterioro de sus relaciones bilaterales. La agenda de reformas de Turquía casi quedó paralizada cuando la UE accedió a negociar su adhesión

Las diferencias culturales están intensificando además las dudas de Europa sobre las credenciales democráticas de Turquía. TEPAV, un grupo turco de expertos en economía política, puso de manifiesto en una encuesta de 2007 que alrededor del 50% de los europeos daban prioridad a las libertades y a la democracia como condiciones para la ampliación. La mención de Turquía incrementó esta cifra al 85%. Los líderes de la UE y su público parecen convencidos de que la condición de país musulmán de Turquía es incompatible con las normas europeas. Una encuesta de 2011 de Transatlantic Trends reveló que solo el 31% de los europeos y el 62% de las élites políticas creen que Europa y Turquía comparten valores comunes. Esta encuesta también reveló que solo a un 21% y a un 51% respectivamente les parece bien la idea de que Turquía ingrese en la UE. Naturalmente, el vacilante proceso de la UE coincide con el creciente rechazo de Turquía a la adhesión. El apoyo popular se sitúa solo en el 40-45% comparado con el 75% de hace seis años. El alborotador primer ministro turco arremete contra la UE cada vez con más frecuencia. Recientemente manifestó que Turquía “ya no es un país que espere a las puertas de la UE suplicando dócilmente”.

Aunque el volumen comercial de Turquía con Europa alcanza el 45%, el comercio con Oriente Próximo ha alcanzado con rapidez el 20%

A nivel nacional, la adhesión a la UE apenas si se menciona en los debates políticos e intelectuales. Como mucho, los políticos turcos hablan de la adhesión pero solo de boquilla. Se le presta mucha mayor atención a la reconstrucción de las relaciones diplomáticas y económicas con Oriente Próximo, el norte de África y Eurasia. Como era de esperar, Europa ya no asume un papel principal en los cálculos de la política exterior turca. Atrás quedaron los días en los que Turquía subordinaba sus intereses nacionales a las consideraciones estratégicas occidentales. El deterioro actual del proceso de adhesión está acelerando una política exterior turca más independiente y menos proeuropea. Aunque el volumen comercial de Turquía con Europa alcanza el 45%, el comercio con Oriente Próximo ha alcanzado con rapidez el 20%. Turquía está levantando las restricciones de visado para sus países vecinos, mientras que Europa rechaza categóricamente entablar una “diplomacia de visados” con Turquía.

La independencia política, a diferencia de la interdependencia política, irán definiendo progresivamente la naturaleza de las relaciones de Turquía con la UE. Hasta el momento, las negociaciones con la UE han sido en su mayoría multilaterales, una consecuencia natural de las negociaciones de adhesión. Turquía ha contribuido solícitamente a las operaciones de las fuerzas de paz de la UE en Costa de Marfil y en los Balcanes y ha apoyado al menos el 90% de las decisiones sobre política exterior de la UE. En el futuro esta cooperación va a ser más desigual, ad hoc y menos sistemática.

Los presidentes de Brasil y Turquía, Luiz Inacio Lula da Silva y Abdullah Gül

Los presidentes de Brasil y Turquía, Luiz Inacio Lula da Silva (i) y Abdullah Gül, en una rueda de prensa en el Palacio Presidencial de Ankara. Ambos países están en el grupo de nuevas potencias emergentes. Ankara, Turquía, 22 de mayo de 2009. /EFE

El sueño histórico de Turquía de pertenecer a la UE ahora parece una posibilidad bastante remota. A la luz del proceso de no adhesión, la relaciones entre Turquía y la UE se encuentran en estado de coma. Ninguna de las partes desea finalizar ni impulsar el proceso de adhesión. Ambas están satisfechas con el actual estado de profundo estancamiento. El primer ministro Erdogan se contenta con arengar a la UE como un “club cristiano” para el consumo nacional. Por otro lado, Europa sigue demorando las cosas. Parafraseando un proverbio ruso, Turquía aparenta que quiere la adhesión y Europa aparenta que quiere la adhesión de Turquía. El compromiso mutuo se encuentra gravemente mermado. No obstante, tarde o temprano, la UE y Turquía se verán obligadas a un nuevo modus operandi más allá de la adhesión. Demasiados intereses en común impedirán una ruptura total. No pueden desafiar a los dictados de la geografía ni permitirse el lujo de que sus relaciones se vengan abajo. Después de todo, varios millones de turcos viven en Europa y la mitad de las relaciones comerciales de Turquía son con la UE.

TURQUÍA: ¿UNA POTENCIA EMERGENTE?

Lo que queda abierto a debate es si Turquía será un país emergente o un país de segunda fila. La respuesta aún está por ver

La aparición de Turquía en la escena internacional es fuente de un vivo debate entre los observadores turcos. Lo más probable es que ya no se siga ignorando a Turquía. Su posición mundial está asegurada. Lo que queda abierto a debate es si Turquía será un país emergente o un país de segunda fila. La respuesta aún está por ver. Tal como dice el famoso proverbio inglés “el buen arquero no es juzgado por sus flechas, sino por su puntería”, Turquía tendrá que centrarse más en la segunda parte del proverbio.

Esto se traduce en: reforzar la democracia y la economía y en llevar a cabo una política exterior inteligente y cauta. Hasta ahora, parece que se está yendo marcha atrás en ambos aspectos. Tras 10 años de relativa bonanza, el camino hacia el progreso requiere una terapia de choque de reformas estructurales. Si no, a Turquía se le acabará juzgando más por sus flechas que por su puntería.

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