Hassan Abbas
Research Fellow, Belfer Center for Science and International Affairs, John F. Kennedy School of Government, Harvard University. [+ DEL AUTOR]

Política, historia y relaciones con occidente

Sobre Pakistán, país del sur de Asia nacido hace 61 años, con una población de 165 millones de habitantes y equipado con armas nucleares, se cierne un futuro incierto. Las predicciones se mueven entre dos polos extremos: desde el modelo de país musulmán progresista y democrático, con influencia positiva sobre el mundo islámico, hasta la posibilidad de convertirse en otro Afganistán o en otro Iraq. Comenzó a existir como moderno país musulmán de la mano de Muhammad Ali Jinnah, líder ilustrado que, en su primera alocución a la Asamblea Constitucional del país (tres días antes de la fecha oficial de nacimiento del nuevo Estado), proclamó: «Sois libres, libres para acudir a vuestros templos, para acudir a vuestras mezquitas o a cualquier otro lugar de culto en este Estado de Pakistán. Podéis pertenecer a cualquier religión, carta o credo; nada de eso le importa al Estado». El grado de divergencia entre la realidad de Pakistán y el espíritu de las palabras de Jinnah nos da la verdadera medida de la evolución del país hacia el autoritarismo y el extremismo religioso. Sin embargo, pese a los largos periodos de mandato militar, de insano enfrentamiento con India, de auge de los grupos militantes religiosos y los acuciantes problemas económicos, Pakistán no es un Estado fallido y las elecciones del 18 de febrero de 2008 han demostrado que las fuerzas democráticas y progresivas siguen vivas y presentes. No parece muy probable que las rémoras sectaristas y étnicas desaparezcan en un futuro próximo, y los elementos afines a los talibanes y al-Qaida en el cinturón tribal pakistano-afgano siguen teniendo fuerza, pero, al mismo tiempo, Pakistán ha mostrado signos de recuperación y esperanza. La ayuda y la comprensión de Occidente, especialmente de la Unión Europea y EEUU pueden desempeñar un papel importante en la salvación de Pakistán.

INTERPRETAR LAS ELECCIONES DE 2008: CRECE LA ESPERANZA

Pakistán manifestó con voz clara su voluntad el día de las elecciones: enseñó la puerta a los partidos religiosos y dio el relevo en el poder a los partidos de centro e izquierda opuestos al presidente Pervez Musharraf. Este resultado fue por una parte la respuesta a las políticas de la alianza de los partidos religiosos (conocida con las siglas MMA) y, por otra parte, una fuerte reacción al trato despótico dado por Musharraf al poder judicial, su censura de los medios de comunicación y las desastrosas políticas económicas del partido en el poder, la Liga Musulmana de Pakistán Quaid-e-Azam (PML-Q). En consecuencia, Musharraf ha perdido fuerza y prestigio y su futuro está ensombrecido. Sin embargo, aunque la Unión Europea y EEUU le forzaran a convocar elecciones libres y justas, fueron la neutralidad y la protección del ejército paquistaní las que permitieron un desarrollo libre y en gran parte pacífico de los comicios.

Los resultados de las elecciones no han sorprendido a nadie; aunque reflejo de muchos sondeos y encuestas realizados dentro y fuera de Pakistán, pocos confiaban en que la maquinaria del Estado permitiera la celebración de unas elecciones totalmente libres, vistos sobre todo sus intentos por influir en el electorado (en forma de manipulación y apoyo a ciertos candidatos desde las instancias oficiales), la clara parcialidad del gobierno convocante hacia los partidos favorables a Musharraf y las dudas sobre la neutralidad de la Comisión Electoral. Una oleada de atentados suicidas con explosivos en las fechas anteriores a la cita electoral quisieron también amedrentar a los votantes, pero los paquistaníes mostraron valentía y demostraron que creen en la democracia. El índice de participación alcanzó cerca del 45%, lo que para Pakistán es muy elevado. Desde las elecciones de 1970 (que son consideradas las elecciones más libres celebradas jamás en Pakistán), el índice de participación ha ido disminuyendo progresivamente. Desde el 63% que acudió a las urnas en 1970, bajó a cerca del 41% en 2002. El porcentaje medio de participación electoral (calculado sobre las ocho últimas elecciones) se sitúa en torno al 40% y, dada la legislación precaria existente y las condiciones de inseguridad, una participación del 45% es, en sí misma, una señal de esperanza.

El Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) de la fallecida Benazir Bhutto, partido laico que cuenta con el apoyo de un número considerable de paquistaníes de etnias e ideologías diferentes, fue el partido más votado (con un 36% de los votos de todo el país), aunque no alcanzó una mayoría simple en el centro. El asesinato de Benazir Bhutto fue un golpe fatal para las perspectivas de que el PML-Q, partidario de Musharraf, pudiera tener alguna participación en el gobierno. Sindh, la povincia natal de Bhutto (la segunda mayor de las cuatro que componen el país), le rindió tributo otorgando una clara mayoría al PPP en la Asamblea Provincial.

Los paquistaníes han demostrado creer en la democracia

El PML-N, la facción de la Liga Musulmana dirigida por el ex Primer Ministro Nawaz Sharif que ha mantenido una fuerte oposición al Presidente Musha­rraf, ha sido la segunda formación más votada para la Asamblea Nacional (22% de los votos) y la que más escaños ha obtenido en la asamblea de la provincia del Punjab, viendo así recompensada su posición a favor del depuesto juez presidente del Tribunal Supremo de Pakistán. Sharif exige ahora la dimisión de Musharraf. En contra de los temores de una gran parte de Occidente, la Liga Musulmana ha dejado de ser un partido de derechas en los últimos años para ocupar un espacio político de centro. Sharif ha expresado últimamente algunas críticas contra EEUU y contra la forma en que se está llevando a cabo «la guerra contra el terror» en todo el mundo, si bien esta diferencia de opiniones no debe considerarse indicativa de apoyo a militantes y terroristas. La base del partido está formada por elementos religiosos conservadores, pero este conservadurismo no debe entenderse como defensa de extremismos y violencia. La falta de conocimiento de Occidente sobre las diferentes categorías de musulmanes da lugar en ocasiones a políticas equivocadas.

La victoria más significativa de todas ha sido la obtenida por el partido laico nacionalista pastún, Partido Nacional Awami (ANP), en la inestable Provincia Fronteriza del Noroeste. La coalición de partidos islamistas del MMA (Consejo Unido para la Acción) sigue arraigada en la provincia, su principal apoyo en las elecciones de 2002, pero su mala gestión, en connivencia con Musharraf (lo que se ha interpretado como apoyo a un dictador militar) y sus serias divisiones internas la han conducido a la derrota. El éxito del Partido Awami es también una clamorosa respuesta del común de los ciudadanos pastunes a la proliferación de atentados suicidas y a la política de violencia. Por ejemplo, en Swat, recientemente en el ojo del huracán del extremismo islamista, el Partido Awami ha ganado holgadamente. Una gran mayoría de las fuerzas talibanes que operan en la franja tribal fronteriza con Afganistán es también pastún, grupo que por una parte lucha contra el ejército paquistaní y por otra ayuda al pueblo pastún (predominante en la región sur de Afganistán) contra las fuerzas de la OTAN. Los británicos dividieron las tribus de etnia pastún entre Afganistán y la India británica en 1893, pero la larga frontera de más de 2.000 kilómetros no deja de ser una línea de arena, muy difícil de vigilar y gobernar.

La falta de conocimiento de Occidente sobre los musulmanes da lugar a políticas equivocadas

Otro factor que debe tenerse en cuenta con respecto a las elecciones es el éxito de las candidatas femeninas a la Asamblea Nacional en once de las circunscripciones que la componen. En todas las legislaturas se reservan escaños para mujeres, que se ocupan por elección indirecta, pero en muchos distritos importantes, urbanos y rurales, (para la Asamblea Nacional y para las provinciales), todos los grandes partidos presentaron candidatas (en total más de cien). Esta es una saludable tendencia del país, en el que todavía, en algunas áreas rurales en las que imperan corrientes retrógradas, se impidió votar a las mujeres.

EL SACRIFICIO DE BENAZIR BHUTTO

El asesinato de Benazir Bhutto fue un revés para las fuerzas laicas y moderadas

El lamentable asesinato de Benazir Bhutto ocurrido el 27 de diciembre de 2007 fue un tremendo revés para las fuerzas laicas y moderadas de Pakistán. Fue la primera mujer en ocupar el puesto de Primer Ministro de un país musulmán, en 1988, y aunque su primer mandato duró menos de dos años, su partido volvió a ganar las elecciones en 1993. En ambas ocasiones su actuación estuvo rodeada de acusaciones de corrupción e ineficacia, pero es cierto también que los militares y los servicios de inteligencia cargaron la tinta de estas acusaciones. Lo que no se puede negar es que tenía el carisma, la visión y el compromiso para hacer de Pakistán un país progresista y desarrollado. Volvió a Pakistán en octubre de 2007 después de casi diez años de exilio (para evitar los juicios pendientes contra ella, muchos de los cuales por causas nunca probadas, pese a los intensos esfuerzos del gobierno). Su regreso fue posible después de algunas negociaciones con Musharraf y, al parecer, también con la intervención de los gobiernos británico y estadounidense.

Partidarios de la asesinada líder de la oposición, Benazir Bhutto, lloran durante la ceremonia de clausura del periodo de 40 días de duelo decretado por el partido de Bhutto, Partido del Pueblo de Pakistán (PPP)

Partidarios de la asesinada líder de la oposición, Benazir Bhutto, lloran durante la ceremonia de clausura del periodo de 40 días de duelo decretado por el partido de Bhutto, Partido del Pueblo de Pakistán (PPP). Benazir Bhutto fue asesinada en el transcurso de la campaña electoral el 27 de diciembre de 2007. Hyderabad, 7 de febrero de 2008. / Nadeem Khawer

Irónicamente, Musharraf comenzó a sentirse incómodo con ella después de que cerca de un millón de personas saliera a recibirla al aeropuerto de Karachi. La ingente procesión se vio interrumpida por una serie de ataques suicidas con bombas que, extrañamente, el gobierno no investigó debidamente. Con el tiempo fue creciendo el número de seguidores que se concentraban en sus apariciones públicas y también fueron adquiriendo más dureza sus frecuentes críticas a la dictadura militar. Entonces, de la nada, apareció un tirador que disparó contra la candidata cuando volvía de un multitudinario acto de campaña, once días antes de la fecha fijada para las elecciones, y segundos después un terrorista suicida estallaba con su carga explosiva junto a su vehículo, matando también al tirador. Un par de horas después de producido el atentado la zona quedó totalmente despejada, sin haber reunido pruebas forenses cruciales para la determinación de la autoría. El gobierno también se dio prisa en acusar del asesinato al líder talibán Baitullah Mehsud, pero los seguidores de Bhutto acusaron a su vez al gobierno de no haberle proporcionado la seguridad suficiente. Muchos paquistaníes piensan que en su eliminación participaron elementos de los servicios de inteligencia, presumiblemente aliados con los extremistas. Durante su campaña política, Benazir Bhutto viajó valientemente por todo el país, a pesar de las graves amenazas contra su vida, en defensa de un Estado plural y democrático. Pakistán la echará de menos durante mucho tiempo.

COMPRENDER LA CRISIS JUDICIAL: MOVIMIENTO A FAVOR DEL ESTADO DE DERECHO

En marzo de 2007 Musharraf ordenó inesperadamente la destitución del presidente del Tribunal Supremo de Pakistán, Iftijar Muhammad Chaudhry. El motivo alegado por Musharraf era que Chaudhry estaba implicado en casos de corrupción y estaba actuando en contra de la legalidad, pero la verdad era que el juez se estaba volviendo cada vez más independiente y que el contenido de algunas de sus sentencias iba en contra de los deseos del gobierno. Chaudhry decidió recurrir esta orden ante el Tribunal Supremo, pero fue detenido por la policía cuando se dirigía a la sede del tribunal. Las imágenes de este execrable incidente fueron difundidas por docenas de canales independientes de noticias y nació un movimiento. Rápidamente salió a la luz que Musharraf junto a los jefes de varias agencias de inteligencia habían tratado de forzar la dimisión de Chaudhry, pero éste se había negado. Este desafío le convirtió en un héroe a los ojos de sus conciudadanos. En unos pocos días, abogados, periodistas y defensores de la sociedad civil salieron a las calles en solidaridad con el juez, reivindicando la restauración de las garantías constitucionales y la reposición del juez en su cargo. Como respuesta, el gobierno de Musharraf puso en práctica todas sus malas artes para desacreditar a Chaudhry y reprimir a sus defensores, pero con poco éxito.

El juez Iftijar Chaudhry frenó las tendencias autocráticas de los cuerpos de seguridad

Para entender la crisis judicial que Pakistán atraviesa en la actualidad es imprescindible saber algo de sus antecedentes. A principios de 2007 el Presidente Musharraf se preparaba para su reelección por un parlamento cuya legislatura llegaba a su fin en noviembre de ese mismo año. Había manifestado también su intención de seguir al mando del ejército, función que había prometido abandonar en diciembre de 2004 después de aprovechar una ampliación de tres años. Ambos planes se consideraron de dudosa constitucionalidad y Musharraf pudo ver que el presidente del Tribunal Supremo iba a actuar con independencia y de acuerdo con la legalidad. Musha­rraf supuso que si sus planes recibían la oposición del Tribunal no podría ponerlas en práctica. De ahí su decisión de suspender al juez.

Mientras el Tribunal Supremo resolvía sobre la suspensión de Chaudhry, éste decidió buscar el apoyo de diversos colegios de abogados de todo el país, que pronto organizaron actos públicos en defensa del juez. Cientos de miles de ciudadanos paquistaníes salieron eufóricos a las calles entonando consignas de apoyo al juez Iftijar Chaudhry. El mundo occidental no entendió en un principio qué estaba ocurriendo. No sabía que el juez había aprovechado valientemente su cargo para frenar las tendencias autocráticas y autoritarias de los cuerpos de seguridad y los servicios secretos paquistaníes. Había estado actuando de oficio en ayuda de personas pobres y sin recursos que no tenían acceso a la justicia. Se había pronunciado en contra de los intereses de las partes más fuertes en una serie de casos de gran proyección pública. En una iniciativa sin precedentes, había obligado a los poderosos servicios secretos del país a sacar a la luz a ciudadanos «desaparecidos». Algunas de estas personas habían sido detenidas acusadas de terrorismo, lo que sirvió a Musharraf de pretexto para contar a los países occidentales que había destituido a Chaudhry por su ayuda a terroristas. Lo que no les contó fue que la policía no tenía ningún cargo contra esas personas. Musharraf estaba también utilizando la táctica de la falsa acusación para deshacerse de algunos de sus oponentes políticos. En cualquier caso, mantener detenido a un ciudadano sin permitirle la posibilidad de un juicio justo es ilegal. Las resoluciones del juez habían sacado a la luz la incompetencia de la maquinaria estatal y, al mismo tiempo, habían aliviado algo la situación de personas normales y corrientes. Por desgracia, los defensores del interés público no abundan en Pakistán y por eso se ganó en seguida las simpatías de sus conciudadanos.

Con un solo golpe de pluma Musharraf truncó el brazo judicial del Estado

También en una decisión insólita, en julio de 2007, el Tribunal Supremo en pleno resolvió reponer en su cargo al suspendido juez Chaudhry y desestimar los cargos presentados contra él por Musharraf. Fue una gran victoria para el movimiento de juristas. Musharraf recibió la noticia con enorme sorpresa, porque los gobernantes militares no están acostumbrados a la revocación de sus órdenes. Chaudhry comenzó de nuevo donde lo había dejado y pronto la causa para decidir sobre la legalidad de la reelección de Musharraf llegó al Tribunal Supremo. El juez Iftijar decidió no formar parte del tribunal en esa ocasión, pero ya se sabía que las cosas habían cambiado y el poder judicial era ahora más independiente y poderoso. Cuando Musharraf se dio cuenta de que la situación se le iba de las manos, impuso el Estado de excepción en contra de los principios constitucionales y en esta ocasión «despidió» a Chaudhry y pidió a los jueces que volvieran a jurar su cargo, lo que significaba que todos los jueces debían comprometerse a cumplir el nuevo orden legal impuesto por el Estado de excepción y los cambios introducidos por éste. Con el significado que implicaba su decisión, 63 jueces del Tribunal Supremo y de cuatro tribunales superiores provinciales se negaron a prestar el nuevo juramento y, por consiguiente, tuvieron que marcharse a sus casas. De modo que, con un solo golpe de pluma, Musharraf truncó el brazo judicial del Estado. Pero no se detuvo ahí y dio orden de poner bajo arresto domiciliario a numerosos jueces, incluido Chaudhry. Desde entonces, el ex presidente del Tribunal Supremo no puede abandonar su residencia e incluso sus hijos (uno de ellos con una discapacidad) deben permanecer en el domicilio familiar. Muchos paquistaníes no comprenden por qué los gobiernos occidentales han guardado silencio ante esta situación, a diferencia de muchas organizaciones internacionales pro derechos humanos, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, y algunas asociaciones de abogados de Estados Unidos, que han salido en firme defensa de los jueces destituidos de Pakistán.

Abogados paquistaníes sostienen carteles en apoyo a los jueces destituidos tras declarar ilegal el nuevo orden provisional

Abogados paquistaníes sostienen carteles en apoyo a los jueces destituidos tras declarar ilegal el nuevo orden provisional, durante una protesta contra el estado de excepción. Peshawar, 14 de noviembre de 2007. / Arshad Arbab

Este es el contexto en el que muchos ciudadanos de Pakistán están mirando hacia el recién constituido Parlamento para lograr el restablecimiento del poder judicial y la independencia de sus instituciones.

ANALIZAR LA HISTORIA DE PAKISTÁN PARA ENTENDER EL PRESENTE

En los orígenes del Estado, muchos de los partidos religiosos estaban en contra de la idea misma de Pakistán. Sin embargo, dado que Pakistán fue creado en el nombre del islam, los líderes políticos durante el movimiento de independencia, pese a su signo laico, utilizaron la religión como lema para lograr la movilización política de los musulmanes de la India británica. Muhammad Ali Jinnah, padre fundador de Pakistán y muchos de los principales financiadores del movimiento paquistaní pertenecían a la rama chií del islam, y siendo de este grupo minoritario eran más afines a la orientación laicista del Estado. Asimismo, Zafarullah Jan, el Primer Ministro de Asuntos Exteriores de Pakistán, pertenecía al grupo religioso de los ahmadíes, que hoy es considerado oficialmente grupo no musulmán en Pakistán. Las estadísticas demográficas son útiles para explicar el panorama general: Pakistán es un Estado musulmán formado por una mayoría sunní, aproximadamente un 70% (divididos a su vez en la escuela hanafí, que dio lugar a los movimientos barelví y deobandí, y la escuela Ahl-e Hadiz, de influencia saudí-wahabí); un 20% de chiíes (divididos en los grupos Asna Ashri, Ismaili y Bohri); un 2% de ahmadíes; un 3% de hindúes y un 4% de cristianos, además de un pequeño número de parsis y judíos.

Sin embargo, Jinnah murió trece meses después de la creación del Estado de Pakistán y los nuevos dirigentes quedaron enredados en el debate en torno a la identidad islámica de Pakistán, recurriendo a la religión para crear unidad nacional y orden. Pero en el momento en que este lema se hizo público los partidos religiosos se sintieron con la autoridad necesaria para hacerse con él y llevarlo a su conclusión natural: la proclamación de un Estado islámico.

Los elementos religiosos no tuvieron éxito en un principio, pero tuvieron la inteligencia suficiente para darse cuenta de que disponían de un inmenso margen de maniobra. Comenzaron pidiendo la declaración constitucional del islam como la religión del Estado y, con el paso del tiempo, fueron elevando la extensión y la naturaleza de sus demandas. La suerte les sonrió por primera vez a principios de la década de 1950, cuando se extendieron los rumores de que los grupos comunistas y socialistas estaban ganando terreno en Pakistán. Para contrarrestar este avance, real o aparente, los partidos religiosos, hasta ese momento en general pacíficos en apariencia y carácter, comenzaron a recibir el apoyo moral y económico de todos a su alrededor (desde el mundo musulmán hasta el mundo occidental). La batalla que siguió retrasó la elaboración de la Constitución y, por consiguiente, la celebración de elecciones fue también aplazada repetidamente, sembrando el de­sencanto entre la población.

Los primeros dirigentes recurrieron al islam para crear unidad nacional

Viene al caso también mencionar aquí que cuando Pakistán surgió como Estado soberano agrupó provincias dispares de mayoría musulmana de la antigua colonia británica, India, a las que sólo unía la inseguridad generada por el temor a la dominación hindú. El Estado, que nació como federación, buscaba también la fusión de seis grupos étnicos diferentes. Las dos únicas instituciones que tenían alguna infraestructura y organización eran la administración imperial y el ejército. La violencia generalizada que se desencadenó en los momentos previos a la independencia en forma de motines hindú-musulmanes, junto a la confrontación que estalló desde el primer día entre India y Pakistán por el territorio de Kachemira, hizo crecer la dependencia de Pakistán de su ejército para la seguridad de sus fronteras y para la instauración de la ley y el orden en su territorio. Por ello, cuando los políticos no cumplieron lo que se esperaba de ellos, el ejército se hizo con el poder por primera vez en 1958 con un golpe de Estado dirigido por el ambicioso general (más tarde mariscal de campo) Ayub Jan, que implantó la ley marcial. Viendo el ascenso de los militares, partidos políticos como el Partido del Islam (Jamaat-i-Islami) comenzaron también a crear vínculos con las fuerzas armadas y los servicios secretos.

El largo régimen militar (1958-1969) creó numerosos problemas políticos, aparte de las diferencias económicas entre los dos extremos del país –el este y el oeste de Pakistán– separados entre sí por varios miles de kilómetros (con India en medio). Los bengalíes (en el Pakistán oriental, étnicamente homogéneo) eran políticamente más activos y tenían muchas demandas legítimas de autonomía financiera y política. Pedían una participación igual en el Estado, pero sus demandas caían en sacos rotos. India, por su rivalidad con Pakistán, tuvo también un papel negativo, contribuyendo a exacerbar la crisis. Finalmente, tras el enfrentamiento militar entre el ejército y los bengalíes (ayudados por el ejército indio), Pakistán quedó dividido en dos, convirtiéndose Pakistán Este en el Estado independiente de Bangladesh en 1971.

En este momento de la historia de Pakistán, los partidos religiosos vieron crecer gradualmente su influencia, aunque el porcentaje representado por su electorado siguió en niveles bastante bajos, lo que indicaba que estos partidos no eran capaces de ampliar sus bases de apoyo. Sin embargo, en las elecciones nacionales de 1971, los partidos religiosos consiguieron, en total, el 14% de los votos, si bien no se tradujo en un número equivalente de escaños en las asambleas nacional y provinciales y su repercusión quedó ahogada por los partidos nacionalistas y regionales. Las identidades étnicas y seculares superan claramente el sesgo religioso en Pakistán y esa es la razón de que los jefes militares a menudo se acerquen a los partidos religiosos organizados para aumentar su respaldo. Para los partidos religiosos, la cooperación con los militares era una vía potencial para llegar al poder. Por su parte, las fuerzas políticas laicas pocas veces se interesaron por mantener una alianza con los militares. Zulfikar Ali Bhutto (1971-77), popular líder democrático, sin embargo, introdujo muchas leyes islámicas en el país y dio su apoyo a una decisión de la Asamblea Nacional que declaraba al grupo de los ahmadíes, secta minoritaria, grupo no musulmán. Su postura fue, en parte, una concesión, y en parte un esfuerzo por disminuir la influencia de los partidos religiosos (haciéndose cargo de sus programas). Quería ser considerado un líder nacional preocupado por las reivindicaciones de todos los grupos y movimientos por igual. Le salió mal la jugada porque los partidos religiosos se hicieron más poderosos y añadieron nuevas demandas a su vieja lista.

Tras la invasión soviética de Afganistán, Pakistán se convierte en aliado de los americanos (…) Los «luchadores afganos de la libertad» son rebautizados como muyahidines

En 1977 los partidos religiosos unieron sus fuerzas y encabezaron un movimiento nacional en contra del primer ministro Z. A. Bhutto a consecuencia de unas fuertes irregularidades electorales. Bien organizados en los centros urbanos y dispuestos a hacer frente a las fuerzas de la policía, sus manifestaciones eran multitudinarias y agresivas. Muchos murieron en los enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales y el movimiento recibió por ello una mayor dosis de energía. Esta fue la hora de gloria de los partidos religiosos, pues la agitación callejera adquirió una nueva dimensión en Pakistán, todo en beneficio de estos partidos. La crisis provocó un nuevo golpe de Estado, esta vez a manos del general Zia-ul-Haq. Su régimen cambió la política, además del discurso religioso, a peor. Como había desalojado del poder a un gobierno elegido en las urnas, Zia llamó a los partidos religiosos para que participaran en el gobierno. Introdujo algunas normas controvertidas de la ley islámica y se presentó como «soldado del islam». En otro terreno significativo, la Unión Soviética invadió Afganistán, propagando temores a nivel internacional. Zia pensó que en cuanto los soviéticos se asentaran en Kabul comenzarían a crear problemas en las provincias fronterizas paquistaníes.

En este punto, las relaciones entre Pakistán y Estados Unidos mejoraron de manera considerable y Pakistán se convirtió en línea de frente y aliado de los americanos. El ejército paquistaní pronto comenzó a ayudar al movimiento afgano de resistencia y Estados Unidos se encargó de que no le faltaran fondos, armas o munición. Esta colaboración cambió gradualmente la naturaleza misma de la resistencia afgana: los «luchadores afganos de la libertad» fueron rápidamente denominados muyahidines (los que participan en la yihad armada). Combatir a los invasores de tu país era ya una causa suficiente, pero se le sumó un tinte ideológico, lo que llevó a la aparición de un ejército de combatientes religiosos que luchaban por echar de sus fronteras a los «infieles» soviéticos. Esta ideología coincidía perfectamente con las consignas estadounidenses de defender al «mundo libre» de los comunistas ateos. Una red de madrasas (escuelas religiosas) se extendió rápidamente en Pakistán, en gran parte financiadas por Arabia Saudí y otros países del Golfo, con el fin de reclutar nuevos combatientes para esta lucha. Los hijos de los refugiados afganos y los pastunes de la Provincia Fronteriza del Noroeste y de la franja tribal de Pakistán fueron el objetivo principal de estas madrasas. Los árabes apoyaron la causa afgana por razones geopolíticas, ante su temor a una expansión de la influencia soviética y también al levantamiento popular que había dado el poder a los clérigos chiíes de Irán. Temían la posible expansión de la influencia iraní entre las comunidades chiíes del sur de Asia, por lo que perseguían también otro objetivo, apoyar al movimiento wahabí de Pakistán y financiar a los grupos de militancia sectarista antichií.

Por otra parte, muchos activistas religiosos llegaron de todo el mundo islámico. Este esfuerzo fue inteligentemente coreografiado –después de todo, no había ninguna Meca en Afganistán que los musulmanes de todo el mundo tuvieran que defender– y muchos regímenes laicos árabes se sintieron más que felices de librarse de sus propios «extremistas», implicados en grupos de oposición que buscaban el derrocamiento de sus gobiernos nacionales. La invasión soviética de Afganistán fue una oportunidad para que los autócratas árabes próximos a Estados Unidos vieran salir de sus países a estos elementos perturbadores, con un poco de suerte para siempre, o de desviar su cólera hacia los soviéticos. El ISI, servicio secreto paquistaní, fue un elemento fundamental en este escenario y pronto se hizo con la dirección del espectáculo.

En este juego de poder, Pakistán se radicalizó. Peshawar, la capital de la Provincia Fronteriza del Noroeste, se erigió en el cuartel general estratégico de los muyahidines y Osama bin Laden fue simplemente uno de los comandantes con base en la ciudad. Abdullah Azzam, el mentor de Osama bin Laden y jefe de la Oficina de Servicio a los muyahidines, estableció su red en Peshawar, donde creó una editorial y una organización benéfica.

Una red de madrasas (escuelas religiosas) se extendió en Pakistán, en parte financiadas por Arabia Saudí y otros países del Golfo

En diez años, los muyahidines afganos y árabes consiguieron dar la vuelta a la situación en contra de los soviéticos, sin que el flujo continuo de muyahidines entrenados y con una alta motivación mostrara en ningún momento señales de que fuera a parar. Las fuerzas soviéticas en Afganistán se vieron obligadas a retirarse en 1989. Poco después, Estados Unidos desvió su atención hacia los efectos de la caída de la Unión Soviética, y Afganistán y Pakistán dejaron de estar entre sus prioridades. Sin embargo, en los círculos militares y religiosos, esta desatención fue interpretada como una «gran traición» y hasta el día de hoy este cambio en las prioridades americanas es visto por estos dos países de una manera muy negativa. Pakistán se quedó con miles de combatientes, alrededor de sesenta mil según algunas fuentes bastante dignas de crédito, entrenados y con experiencia en el campo de batalla. Es difícil lograr una fuerza así de combatientes, pero es diez veces más difícil apartarlos de las armas. Además, cientos de miles de refugiados afganos seguían viviendo en campamentos situados en territorio paquistaní (en la Provincia Fronteriza del Noroeste y Baluchistán), que seguían recibiendo el apoyo de una cadena de madrasas especialmente creadas para ese fin. Algunos de estos combatientes comenzaron a pasarse al escenario de Kachemira, donde ya se estaba gestando la insurgencia. Flagrantes violaciones de los derechos humanos por parte de las fuerzas indias había provocado un clima de descontento en el área. Pakistán ayudaba con entusiasmo a los activistas a cruzar la Línea de Control (entre las partes india y paquistaní de Kachemira) y luchar contra los militares indios en apoyo de los separatistas cachemires. Para el ejército paquistaní era su oportunidad de vengarse de India por la derrota militar de 1971 y «hacer sangrar a India» sin una declaración oficial de guerra.

En este contexto, los grupos religiosos extremistas se hicieron aún más fuertes en el país y comenzaron a perseguir sus propios objetivos sectarios. El auge de los talibanes en Afganistán (1996) les proporcionó también un santuario. Los dirigentes de al-Qaida que se habían trasladado a Afganistán por esas mismas fechas afianzaban su poder.

Soldados paramilitares paquistaníes hacen guardia en el paso de Chaman en la frontera con Afganistán

Soldados paramilitares paquistaníes hacen guardia en el paso de Chaman en la frontera con Afganistán. Frontera entre Pakistán y Afganistán, 26 de julio de 2007. / Akhtar Gulfam

La llegada de Musharraf a la escena política paquistaní en octubre de 1999 (por medio de otro golpe militar) fue al principio un freno para los grupos extremistas y los atentados del 11 de septiembre lo empujaron también en esta dirección. Por poner un ejemplo, el Presidente General Musharraf en su importante discurso del 12 de enero de 2002 había anunciado que «no hay necesidad de Lashkars (ejército), Jaishs (grupo armado) y Muyahidines (combatientes sagrados) en presencia de un Ejército regular». Sin embargo, los partidos políticos religiosos paquistaníes siguieron mostrándose muy críticos por el «giro de 180 grados» de Musharraf hacia los talibanes en Afganistán y su alianza con Estados Unidos en la «guerra contra el terror». Al-Qaida se convirtió en objetivo de los militares y los servicios secretos paquistaníes, aunque no se puede decir lo mismo de los talibanes y algunos de los grupos centrados en Kachemira. Musharraf apareció inicialmente comprometido con la lucha contra los extremistas religiosos de toda naturaleza e inclinación, pero con el tiempo se volvió más interesado en conservar el poder. Estados Unidos siguió viéndole como agente del cambio y se sintió cómodo tratando con un solo hombre en lugar de toda una asamblea elegida, lo que resultó una política eficaz a corto plazo, pero potencialmente desastrosa a largo plazo.

CONCLUSIONES

El alma de Pakistán está hoy sometida a examen desde distintas perspectivas. Los partidos religiosos están tratando de dar una definición de Pakistán a través de su visión distorsionada, pero con poco éxito hasta el momento. Los grupos extremistas, por medio de atentados suicidas con explosivos, tratan de imponer su sentido del mundo a los demás. Algunos están reaccionando a los daños colaterales de la «guerra contra el terror». En otros segmentos de la sociedad abundan las opiniones críticas hacia Occidente en general, y Estados Unidos en particular, porque la «guerra contra el terror» se ve como una guerra al islam.

Pese a la victoria de las fuerzas democráticas en las pasadas elecciones, los problemas de Pakistán no están ni mucho menos resueltos. Va a ser una tarea ardua formar un gobierno estable, con unas metas claras y que se avenga a rendir cuentas y a trabajar por el bienestar del pueblo. Lograr y mantener coaliciones en la Asamblea Nacional y las asambleas provinciales resultará complicado después de las muchas divisiones y fisuras producidas en la sociedad por el régimen militar. El extremismo religioso en Pakistán es un hecho y los terroristas suicidas y los extremistas no van a cambiar su concepto del mundo sólo porque a las fuerzas progresistas les fuera bien en las elecciones.

El nuevo gobierno va a estar sometido a una tremenda presión pública para que restituya en su cargo a los jueces depuestos, lo que puede sonar a campanas de muerte para la presidencia de Musharraf. Para el ejército, que ya se está distanciando de Mu­sharraf, los intereses institucionales, salvando prestigio e influencia, van a tener más importancia que el rescate de un presidente que sigue tirando piedras contra su propio tejado. Occidente en general –y la Unión Europea y Estados Unidos en particular– deben mostrar paciencia mientras se asientan las fuerzas democráticas; al menos tanta paciencia como la que han demostrado con los dictadores militares en el pasado.

En ciertos segmentos de la sociedad abundan las críticas hacia Occidente y Estados Unidos porque la «guerra contra el terror» se ve como una guerra al islam

En Pakistán la mejor defensa de los intereses occidentales provendrá del respeto a su pueblo y el apoyo a las instituciones democráticas. La democracia sigue siendo la forma más eficaz de luchar contra los extremismos porque por su propia naturaleza crea un espacio para el diálogo y promueve la coexistencia pacífica. Y por último, Pakistán no necesita más misiles ni bombas atómicas; necesita escuelas y hospitales. Sólo fuerzas democráticas con apoyo internacional pueden traer este cambio.

El desafío más grave al que tendrá que enfrentarse el nuevo gobierno va a ser el de la seguridad interna, el orden público y la seguridad de los altos funcionarios del Estado. El nuevo gobierno deberá dedicar especial atención a la reforma de los servicios de inteligencia y de la policía y las fuerzas de seguridad para equipar al Estado de Pakistán con instrumentos suficientes para garantizar su futuro y el de los paquistaníes. Dada la naturaleza de la crisis en Pakistán, una seguridad interna eficaz permitirá la instauración de la estabilidad política y económica.

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