Perspectiva histórica
Si la colonización del Nuevo Mundo supuso la revelación de muchas realidades ausentes en Europa, especialmente en el ámbito de la flora y la fauna, la visión de los recién llegados fue modelada estrechamente por la cultura cristiana de sus países de origen. De modo que los conquistadores de la Península Ibérica tuvieron la sensación de seguir la Reconquista contra el islam enfrentándose a nuevos pueblos paganos. En América del Norte, los colonos británicos estuvieron fuertemente impregnados por la lectura de la Biblia. Tuvieron la sensación de continuar la experiencia de Israel, incluso de ser el Nuevo Israel. Esta experiencia primordial se ha renovado de generación en generación hasta hoy en día y ha dado forma al enfoque norteamericano sobre Oriente Próximo.
LA APERTURA DEL MEDITERRÁNEO
Los primeros contactos de EEUU con el Mediterráneo dieron lugar a toda una literatura que recogía los sufrimientos de los prisioneros americanos en las cárceles magrebíes o las hazañas de la marina
Desde principios del siglo XVIII, los marinos de Nueva Inglaterra surcaron las aguas mediterráneas, naturalmente bajo pabellón británico. De hecho, se beneficiaron del sistema capitular (los tratados comerciales entre el Imperio Otomano y las potencias europeas que definían los derechos y las obligaciones de los francos que residían in situ) y de la inmunidad en las rutas navales de las potencias de Berbería (Francia, Reino Unido y España habían negociado tratados en ese sentido con Marruecos y las tres regencias de Argel, Túnez y Trípoli).
La independencia norteamericana puso fin a esta protección y los navíos de la nueva potencia quedaron expuestos a los ataques de los corsarios musulmanes. A partir de 1784, el gobierno americano buscó establecer tratados de amistad y comerciales con los países afectados. Marruecos respondió favorablemente y concluyó un tratado de esa naturaleza en 1787. A priori, el tratado resultó favorable para los Estados Unidos respecto a Marruecos. En cambio, las regencias exigieron sumas juzgadas exorbitantes para concluir tratados de paz vitalicios. Además, la entrada de la marina comercial americana en el Mediterráneo fue vista con recelo por parte de los grandes países europeos que comerciaban en este mar y que no estaban dispuestos a ofrecer su protección a los americanos. En 1793, los corsarios argelinos entraron en el Atlántico y apresaron barcos americanos. EEUU no estuvo muy lejos de interpretar este hecho como la consecuencia de un complot británico. Al año siguiente, el Congreso de los Estados Unidos decidió crear una pequeña marina de guerra y retomar los intentos de alcanzar un acuerdo diplomático. Se consiguieron de esta manera los tratados de Argel y Trípoli en 1795 y 1796, que permitieron liberar a prisioneros americanos mediante el pago de rescate y se enviaron cónsules a las cuatro grandes potencias magrebíes. Debido a las guerras europeas, el comercio americano, gracias a su neutralidad, se extendió por el Mediterráneo, al tiempo que se creó la marina de guerra americana y en 1798, se estableció el cuerpo de marines. En 1801, se envió por primera vez un destacamento naval al Mediterráneo tras la reapertura de las hostilidades con Trípoli. Esta guerra languideció durante varios años, con el célebre hito de una marcha a través del desierto occidental desde Alejandría a Derna por parte de un puñado de marines acompañando a una columna de varios centenares de aventureros en 1805. Finalmente, ese año se firmó una paz en condiciones insatisfactorias. Por primera vez en 1805-1806, se envió un emisario musulmán, un tunecino, a Estados Unidos.
La presencia ya permanente de navíos de guerra en el Mediterráneo implicó la necesidad de disponer de agentes en los principales puertos con el fin de garantizar el abastecimiento. La guerra anglo-americana de 1812 supuso la retirada del destacamento naval y la reanudación de las actividades de los corsarios. Recuperada la paz, la flota de guerra americana lanzó una expedición punitiva contra Argel. En junio y julio de 1815, las tres regencias debieron someterse y abandonar cualquier exigencia de tributos. En esas fechas, la carrera mediterránea estaba llegando a su fin y en 1815 el Congreso de Viena exigió su abolición. En 1816, una expedición anglo-holandesa realizó un terrible bombardeo sobre Argel. Desde entonces, la carrera en el Mediterráneo occidental desapareció.
Estos acontecimientos mediterráneos, que constituyeron los primeros contactos de EEUU con el mundo no europeo y no americano, desempeñaron un papel muy importante en la formación del sentimiento nacional americano. Se desarrolló toda una literatura que recogía los sufrimientos de los prisioneros americanos en las cárceles magrebíes o las hazañas de la marina y dicha literatura cosechó un enorme éxito. Aún hoy en día, el himno de los Marines norteamericanos lo recuerda en su primera estrofa:
De los salones de Moctezuma a las costas de Trípoli,
Libramos las batallas de nuestro país por aire, tierra y mar.
Primero para luchar por la justicia y la libertad, y para mantener limpio nuestro honor,
Estamos orgullosos de reclamar el título de Marines de los Estados Unidos.
From the halls of Montezuma To the shores of Tripoli’,
We fight our countrys battles In the air’, on land, and sea.
First to fight for right and freedom, And to keep our honour clean,
We are proud to claim the title Of United States Marines.
LAS RELACIONES CON EL IMPERIO OTOMANO
La apertura de las relaciones diplomáticas con el Imperio Otomano fue tardía. Inmediatamente después de las guerras de Berbería, el destacamento naval americano consiguió el permiso provisional por parte del gobierno español para estacionarse en las islas Baleares y británicas de Gibraltar. Desde finales del siglo XVIII, los barcos americanos comenzaron a comerciar en el Mediterráneo oriental. Esmirna se convirtió en la principal plaza frecuentada por los americanos, unos mercaderes que no disponían de cargo oficial. Después de 1815, compraron sobre todo opio para reexportarlo a China. En 1820, fue la primera vez que un barco de guerra penetró en el Mediterráneo oriental y se planteó cada vez más la conveniencia de firmar un tratado comercial. La revuelta griega de 1821 trastornó la situación. La opinión pública americana manifestó un potente sentimiento pro-helénico. Algunos voluntarios incluso partieron para luchar del lado griego, mientras se crearon comités para recaudar fondos a favor de los insurgentes. En cambio, los comerciantes de Esmirna se mostraron hostiles a la revuelta, más aún cuando los corsarios griegos atacaban a menudo sus barcos. En 1827, se ordenó al destacamento naval intervenir y se produjo un desembarco en Mikonos para destruir el puerto, una base importante para los “piratas” griegos.
A partir de 1784, el gobierno norteamericano buscó establecer tratados de amistad y comerciales con los países del norte de África para proteger a sus navíos de los ataques corsarios
Así pues, el gobierno americano desarrolló una política contradictoria, expresando su simpatía por la causa griega al tiempo que luchaba contra sus corsarios, hasta el punto de emprender operaciones conjuntas con la flota otomana, compuesta en parte por antiguos corsarios de Berbería. En ese contexto, se iniciaron negociaciones con el gobierno otomano. Pero habría que esperar hasta el final de la guerra de independencia de Grecia para alcanzar un acuerdo. En 1830 se firmó un tratado que fue ratificado por el Senado en febrero de 1831. Dicho tratado contiene ambigüedades y divergencias entre el texto francés y el texto otomano. Sin embargo, expresa claramente que los americanos tendrán el mismo trato que los demás “francos”, sobre la base del principio de la nación más favorecida, lo que convierte a Estados Unidos, de hecho, que no de derecho, en una potencia capitular. En las décadas siguientes, Estados Unidos desplegará una política de no injerencia en los asuntos orientales, lo que le valdrá la gratitud del gobierno otomano. Durante la Guerra de Secesión, el Imperio Otomano está del lado de Rusia, el único Estado europeo que sostiene la causa del Norte. Tras estos acontecimientos, militares americanos de alto rango sirven en los ejércitos otomanos y egipcios.
A lo largo de todo el siglo XIX, coexisten dos discursos contradictorios en las relaciones de EEUU con el islam. Por una parte, se tiene una percepción favorable, casi racionalista sobre ese sistema religioso, superior en más de un aspecto a las realidades europeas, pero que carece de espíritu de libertad. Este tema aparece a finales del siglo XVIII y vuelve a surgir durante la Guerra de Secesión. El otro discurso identifica al islam con la barbarie y la esclavitud (de los hombres blancos) y con la opresión contra los cristianos de Oriente.
LOS MISIONEROS
Si bien la presencia comercial americana fue importante, el principal motor de acción provino de los misioneros protestantes. Según la teología llamada del cumplimiento de las profecías, la reunión de los judíos en Tierra Santa y su conversión al cristianismo era indispensable para el advenimiento del milenio. A principios de 1820, los primeros misioneros de la Biblia norteamericanos llegaron a Oriente Próximo. Al cabo de algunos años, abandonaron el proyecto de conversión de los judíos para centrarse en los cristianos orientales. Se dejó Palestina a los misioneros británicos mientras que la Grecia ortodoxa se mostró hermética. Las dos grandes regiones para las misiones fueron Siria y Anatolia.
Los misioneros tradujeron nuevamente la Biblia al árabe y al turco, desempeñando ahí un cierto papel en la creación de las lenguas modernas y se involucraron considerablemente en el ámbito de la educación y de la salud. La red de misioneros se extendió desde el Mediterráneo a Persia. Para otorgarles protección, el gobierno americano estableció consulados en las grandes ciudades de “la parte asiática de Turquía”. La visita regular del destacamento naval a los puertos otomanos tenía como finalidad recordar la potencia americana. Los misioneros pertenecían a la élite social de Nueva Inglaterra y ejercían una fuerte influencia sobre los ámbitos dirigentes. Se formaron auténticas dinastías. Nacidos en Oriente Próximo, los niños de los misioneros eran enviados a estudiar a las mejores universidades americanas antes de regresar eventualmente a su tierra. Estos misioneros americanos competían de forma directa con los misioneros católicos, sobre todo franceses. El Syrian Protestant College de Beirut, creado en 1866, ejerció su influencia en todo Oriente Próximo, convirtiéndose en el siglo XX en la Universidad Americana de Beirut. Si al principio la enseñanza se hacía en árabe, se pasó progresivamente al inglés. A finales del siglo XIX, los misioneros extendieron sus actividades a Iraq y Egipto donde crean la Universidad Americana del Cairo en 1919. Las conversiones fueron relativamente escasas, pero los protestantes de Oriente Próximo formaron una élite intelectual que desempeñó un papel importante en el renacimiento cultural de la región en la segunda mitad del siglo. Muchos alumnos de los misioneros emigraron hacia América. A partir de 1880, en el marco de la primera globalización, las poblaciones del Mediterráneo oriental emigraron masivamente hacia el conjunto del continente americano. Los EEUU se dotaron así de una población de origen anatoliano y árabe, mayoritariamente cristiana, que conservaron los lazos con los países de origen. Así se creo una literatura llamada del exilio, constituyendo la obra en inglés y en árabe de Yibran Jalil Yibran un testimonio ejemplar.
ARABISTAS Y PETRÓLEO
En el periodo entre las dos grandes guerras, las compañías petroleras americanas se interesaron por el petróleo de Oriente Próximo. En 1930, se lanzaron a la prospección de Arabia Saudí
La existencia de la red de misioneros explica el rechazo de Estados Unidos a entrar en guerra contra el Imperio Otomano en 1917. Los misioneros estaban aterrados por la destrucción de los cristianos de Anatolia y, al final de la Primera Guerra Mundial, lanzaron una gran operación de salvamento de las poblaciones de Oriente Próximo gravemente afectadas por la hambruna y las epidemias. El presidente Wilson se negó a sentirse ligado por los acuerdos secretos firmados por sus aliados para el reparto de Oriente Próximo. Wilson abogó por el derecho de los pueblos al autogobierno, si bien reconoció la necesidad de una tutela temporal de la futura Sociedad de Naciones antes de la independencia completa. Ello desembocó en el sistema de mandatos.
Los misioneros americanos se acercaron a los nacionalistas árabes. Eran hostiles a las reivindicaciones sionistas y europeas y querían que EEUU adoptase un mandato sobre Oriente Próximo y Anatolia. Fracasaron en ese sentido, pero lograron disuadir al presidente Wilson de que tomara partido oficialmente a favor del sionismo. En el periodo entre las dos grandes guerras, las compañías petroleras americanas se interesaron por el petróleo de Oriente Próximo. Obtuvieron una participación minoritaria (23,75%) en la Iraq Petroleum Company que explotaba el petróleo de Iraq y en los países del Golfo (Kuwait, Bahrein). En 1930, se lanzaron a la prospección de Arabia Saudí.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los arabistas, contratados a menudo de entre las familias de misioneros, formaron un auténtico grupo de presión muy presente en el Departamento de Estado (Asuntos Exteriores), en los servicios de información y en las compañías petroleras. Defendieron la causa del nacionalismo árabe y su gran éxito fue el apoyo otorgado a la independencia de Siria y Líbano en relación al mandato francés y el hecho de que Arabia Saudí se convirtiera en 1945 en una ventaja estratégica para los americanos. Se encomendó a la Arab American Oil Company (ARAMCO), un consorcio de grandes compañías petroleras, el desarrollo de los recursos petroleros del reino saudí. En cambio, el grupo de presión de los arabistas fracasó en el asunto de Palestina, frente al incremento de la fuerza del movimiento sionista americano. En 1947-1948, el presidente Truman intercede a favor de la creación del Estado de Israel.
LA GUERRA FRÍA
El debate surgió de nuevo durante la Guerra Fría. Oriente Próximo es considerado como un elemento indispensable del dispositivo de defensa occidental respecto a la Unión Soviética. Pero los Estados árabes se niegan a participar en una alianza que permitiría al Reino Unido mantener su hegemonía sobre la región. La Administración de Truman intenta en vano desarmar a la oposición árabe proponiendo programas de desarrollo económico.
El plan de Eisenhower comprendía una solución equitativa al conflicto palestino-israelí y la puesta en marcha de regímenes árabes autoritarios, pero comprometiéndose a reformas sociales y a un plan de desarrollo de los recursos naturales
Por su parte, el presidente Eisenhower ideó un ambicioso plan de integración de Oriente Próximo en el sistema occidental, que comprendía una solución equitativa al conflicto palestino-israelí y la puesta en marcha de regímenes árabes autoritarios, pero comprometiéndose a profundas reformas sociales y a un amplio plan económico de desarrollo de los recursos naturales. Los arabistas defendieron esta vía que preocupaba enormemente al movimiento sionista, más aún cuando Eisenhower se negó a comprometerse a dar ayuda militar a Israel. En un primer momento, el Egipto de Nasser pareció querer ser el socio privilegiado de esta estrategia, pero se acercará a continuación al bloque soviético, el único dispuesto a garantizarle armas. Este fue uno de los elementos del complejo encadenamiento de causas que provocaron la crisis de Suez de 1956-1957. La connivencia entre Francia, Reino Unido e Israel para atacar Egipto en el momento de las elecciones presidenciales de noviembre de 1956 indigna a Eisenhower que se siente traicionado por sus aliados. El presidente americano ejerció la máxima presión para conseguir detener las operaciones de los franceses y británicos y la retirada de sus tropas, que tendrá lugar en diciembre de 1956. En cambio, el presidente republicano encontró muchas más dificultades para conseguir la evacuación israelí del Sinaí, al tener que hacer frente a la ardiente oposición de un Congreso mayoritariamente favorable a Israel. Aunque Eisenhower consiguió su propósito, ningún presidente americano se atreverá nuevamente a lanzarse a una prueba de fuerza de esa naturaleza. La “doctrina Eisenhower” de 1957 identificó el encauzamiento del nacionalismo de Nasser con la lucha contra el comunismo internacional. Dicha doctrina condujo a una intervención militar en Líbano en julio de 1958, y luego a un acercamiento paradójico con el Egipto de Nasser, que parecía haberse alejado de la Unión Soviética y haber aparcado la cuestión palestina.
LAS ADMINISTRACIONES DEMÓCRATAS: KENNEDY Y JOHNSON
La Administración Kennedy constituye el canto de cisne de los arabistas. El acercamiento con Nasser prosiguió ostensiblemente y, más tarde, se intentó también encontrar un compromiso político a la guerra civil de Yemen, donde Egipto participaba militarmente. La amenaza lanzada contra Arabia Saudí en la “guerra fría árabe” dividió al grupo de los arabistas entre los que buscaban aún un entendimiento con Nasser y aquellos que querían apoyar a Arabia Saudí sin cortapisas. Además, con el fin de evitar que Israel se lanzara a la vía de la adquisición del arma nuclear, Kennedy se dejó persuadir para entregar al Estado hebreo armas pesadas con carácter defensivo.
A partir de 1964, la cuestión palestina vuelve a la palestra y Egipto e Israel se lanzan a una carrera armamentística. La Administración Johnson otorgó un apoyo económico y militar creciente a Israel, mientras Egipto, que amenazaba los intereses petroleros en la Península Arábiga, era considerado cada vez más como el enemigo. En la crisis de mayo-junio de 1967, Washington intentó evitar primero un conflicto buscando una solución política, y luego, considerando que la Península Arábiga también estaba amenazada por Nasser, dió una “luz ámbar intermitente” al ataque israelí del 5 de junio de 1967.
La Guerra de los Seis Días parece prometer un “nuevo Oriente Próximo” que regresa a la órbita occidental, pero, por el contrario, condujo a un avance mucho más importante de la Unión Soviética en la región. Johnson abandonó con disimulo el principio fundador de la política de Eisenhower que consistía en prohibir cualquier adquisición territorial por parte de Israel. Para ello, se utilizaron fórmulas equívocas que dejaban entrever que se podrían aceptar “cambios menores”. El movimiento sionista americano se vuelve muy poderoso, especialmente en el Congreso. El término arabista pasa a ser despectivo, al entenderse que es hostil por naturaleza hacia Israel. Ello conllevará un declive catastrófico del análisis norteamericano de la zona, dejándola generalmente en manos de geopolíticos que sólo tienen un conocimiento superficial de las realidades humanas de Oriente Próximo. Aquellos que saben árabe y desean hacer carrera deben censurarse y seguir la línea dominante.
NIXON Y KISSINGER
Kissinger impuso su estrategia de convertir a Israel en el aliado estratégico de Estados Unidos y el medio de presión para que los Estados árabes se alejaran de la Unión Soviética
El declive del movimiento progresista árabe y de la influencia soviética condujo a la definición de un nuevo enemigo: el islamismo político y su corolario, el terrorismo
El Secretario de Estado de Nixon, William Rogers, intentó encontrar una solución política al conflicto basada en el regreso a las posiciones del 4 de junio de 1967. El Consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger torpedeó dicha política que encontrará su fin en la guerra civil jordana de septiembre de 1970 (Septiembre Negro). Kissinger impuso a continuación su estrategia: convertir a Israel en el aliado estratégico de Estados Unidos y el medio de presión sobre los Estados árabes que deben comprender que la “moderación”, es decir, el abandono de la alianza con la Unión Soviética, es la condición ineludible para una solución política al conflicto árabe-israelí. Dicha solución debía pasar por un procedimiento de acuerdos graduales, paso a paso, capaces de crear progresivamente las condiciones para la resolución definitiva del conflicto. Esta política de “ni guerra ni paz” desembocó en la contienda de octubre de 1973 y el embargo petrolero contra Estados Unidos por parte de Arabia Saudí. Kissinger consiguió salvar la situación e imponer su estrategia progresiva, pero se negó a tener en cuenta el factor palestino y la colonización de los Territorios Ocupados. A finales de la Administración Ford, la situación se encuentra, una vez más, estancada.
LA ADMINISTRACIÓN CARTER
El Egipto de Sadat se pasa ahora al lado americano. Carter prevé en primer lugar una solución global que implicaría a los soviéticos, y luego apoya la iniciativa de Sadat de abrir negociaciones directas con Israel, que desembocan en los acuerdos de Camp David de 1978 y en el tratado de Washington de 1979. Se trata a la vez de una paz por separado entre Egipto e Israel y el esbozo de una solución global que empiece por una autonomía palestina. La crisis iraní de 1979 ayudó a definir la doctrina Carter, que convirtió al Golfo Pérsico en un interés vital americano, de ahí la creación de una fuerza de intervención rápida para actuar allí en caso de emergencia. Esta fuerza se convertirá más tarde en el Central Command (CentCom).
LAS ADMINISTRACIONES REAGAN Y BUSH
Ronald Reagan no obtuvo ningún progreso en la resolución del conflicto árabe-israelí a pesar de los intentos de precisar lo que sería una eventual autonomía palestina. El interés se focalizó entonces en Líbano tras la invasión israelí de 1982, mientras la guerra Irán-Iraq concentró las miradas en el Golfo. EEUU otorgó un apoyo discreto y luego masivo a Iraq, especialmente con el envío de una fuerza naval permanente en el Golfo.
El declive del movimiento progresista árabe y de la influencia soviética condujo a la definición de un nuevo enemigo, el islamismo político y su corolario, el terrorismo. La invasión iraquí de Kuwait en 1990 marcó el fin de la fuerza política del nacionalismo árabe. Los Estados Unidos consiguieron crear una amplia coalición, que expulsó a las tropas iraquíes de Kuwait en 1991, y prometieron un nuevo orden internacional que se tradujo en la Conferencia de Madrid y las negociaciones de Washington. El primer presidente Bush marcó una cierta distancia con la política israelí, lo que fue visto como uno de los factores de su fracaso electoral de 1992.
LA ADMINISTRACIÓN CLINTON
Oriente Próximo fue considerado como un elemento indispensable del dispositivo de defensa occidental respecto a la Unión Soviética durante la Guerra Fría
En el Golfo Pérsico, la Administración Clinton definió la doctrina del “doble encauzamiento” de Irán e Iraq. En este segundo caso, esto se tradujo en un embargo especialmente destructivo para la sociedad iraquí. Por otro lado, se concedió un apoyo político ostensible al Proceso de Oslo entre israelíes y palestinos. El gran éxito fue la firma de un tratado de paz entre Jordania e Israel. Sin embargo, la no consideración de la reivindicación siria respecto al retorno a las posiciones del 4 de junio de 1967 hizo fracasar la negociación entre Siria e Israel. Si la mediación americana es permanente en el asunto palestino, la aceleración de la colonización judía de los Territorios Ocupados no se frena y el asunto de Jerusalén no se analiza. En estas condiciones, la cumbre de Camp David de 2000 resultó un fracaso clamoroso. Los nuevos esfuerzos realizados tras la puesta en marcha de la segunda Intifada desembocaron en diciembre del 2000 en la elaboración de los “parámetros de Clinton”, primer esbozo realista de una solución al conflicto árabe-israelí.
LA SEGUNDA ADMINISTRACIÓN BUSH
George W. Bush abandonó las perspectivas trazadas por Clinton, al tiempo que aceptó por primera vez la idea de un Estado palestino, aunque sin delimitar sus contornos. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 dieron comienzo a la “guerra contra el terror” y al proyecto de “democratización” del Gran Oriente Medio, de contornos especialmente borrosos. La invasión de Iraq en 2003 hizo presagiar unas perspectivas optimistas en un primer momento, pero el ejército americano se estancó rápidamente en un interminable conflicto interno entre facciones iraquíes y la oposición a la ocupación extranjera. Únicamente al final de la Administración se adoptaron algunos cambios de orientación indispensables, con la reanudación del proceso de paz en la Conferencia de Annapolis y el compromiso de retirarse de Iraq en un plazo razonable.
LOS PARÁMETROS DE LA POLÍTICA AMERICANA
La voluntad de apoyar a Israel y proteger los recursos petrolíferos convierte a Estados Unidos en el sucesor de las potencias imperiales europeas
La fuerza del legado bíblico en la cultura americana permite comprender la singularidad del enfoque sobre Oriente Próximo por parte de los Estados Unidos. La gran obra de los misioneros protestantes tiene en él su origen y su financiación. Si en el siglo XX los misioneros se convirtieron en arabistas, el mismo fondo cultural se activó de nuevo mediante el movimiento sionista, que añade en él la referencia a los pioneros.
Al mismo tiempo, como cualquier potencia, Estados Unidos tiene sus intereses. En los siglos XVIII y XIX, los norteamericanos defendieron su parte en el comercio del Mediterráneo, convirtiéndolo en un elemento de su historia nacional. En el periodo entre las dos grandes guerras, participaron en el lanzamiento de la economía petrolera definida a partir de la Segunda Guerra Mundial como un interés nacional para los Estados Unidos. La Guerra Fría definió a Oriente Próximo como un campo de confrontación con el Bloque del Este. Debido a su posición geográfica, la región es vista como un elemento esencial del dispositivo de encauzamiento de la Unión Soviética. Desde entonces, el compromiso a favor de Israel entró en contradicción con los intereses geopolíticos americanos. La Unión Soviética se introdujo en la región jugando con la necesidad de los Estados árabes de conseguir armas para hacer frente a Israel. De este modo, los soviéticos consiguieron aliados árabes. Por lo tanto, la voluntad americana consiste en reducir, incluso suprimir, la influencia soviética en la región. El conflicto árabe-israelí se convirtió entonces en el medio en el que las dos superpotencias tratan de fortalecer su presencia y eliminar la del contrario.
La guerra contra el terror y la ocupación de Iraq han puesto en evidencia la falta desastrosa de personal competente con conocimientos de árabe en los servicios de información, el ejército, la diplomacia o las relaciones públicas
La revolución iraní y, posteriormente, el declive de la presencia soviética modificaron los términos de la problemática. La geopolítica de la Guerra Fría se borró progresivamente en beneficio de una nueva reubicación en el Golfo Pérsico. Las tres guerras del Golfo (1980-1988, 1990-91, 2003- ?) constituyen tres etapas de un compromiso militar americano permanente en esta región.
El sistema político de Oriente Próximo se basa en un juego permanente de actores regionales e implicación de las grandes potencias que se transforma luego en injerencia. La voluntad de apoyar a Israel y proteger los recursos petrolíferos convierte a Estados Unidos en el sucesor de las potencias imperiales europeas. Por esa misma razón, se le define como el representante del imperialismo occidental, tanto por las fuerzas revolucionarias de izquierda como por los movimientos islamistas que no dudan en recurrir a los instrumentos del terrorismo. La ventaja de Estados Unidos es evidente en base a su capacidad económica y militar. La debilidad norteamericana reside en el predominio de la política interior sobre la política exterior, que impide ejercer una auténtica presión sobre Israel, tal y como lo perciben los árabes, y en la impopularidad de la política norteamericana (aunque no de su cultura) ante la opinión pública árabe. Cuanto más se acerca un régimen a Estados Unidos, más alejado parece de su sociedad. Una consecuencia indirecta de esta doble situación es un déficit dramático de análisis. El declive de los arabistas ha permitido discursos ideológicos apartados de las realidades profundas de Oriente Próximo. Después de 2001, la guerra contra el terror y la ocupación de Iraq han puesto en evidencia la falta desastrosa de personal competente con conocimientos de árabe, tanto en los servicios de información como en el ejército, la diplomacia o las relaciones públicas. Cuanto más se busque construir un “nuevo Oriente Próximo”, menos podremos tener empatía con las realidades de esta región del mundo.