Percepciones mutuas: Corsarios, misioneros y yihadistas
La relación entre Estados Unidos y el mundo árabe es reciente, sobre todo si la comparamos con la europea. El primer contacto se remonta a 1786, cuando el secuestro de varios barcos mercantes con pabellón estadounidense por los corsarios de Trípoli fue respondido con el envío de una flota al Mediterráneo. A partir de 1819 se establecerían en Palestina una serie de misiones protestantes con el ánimo de evangelizar a la población local. A mediados de ese mismo siglo empezaron a desplazarse a Tierra Santa diversos viajeros, entre los que se contaba Mark Twain, que plasmaron en sus obras sus impresiones vitales. A estos militares, misioneros y viajeros corresponden las primeras imágenes que el público americano tiene de los árabes.
Con la entrada en el siglo XX, la relación entre EEUU y los árabes cambió. La disolución del Imperio Otomano desató la carrera entre Gran Bretaña y Francia por el control de Oriente Próximo. EEUU inició entonces su aproximación política hacia la zona: su simpatía hacia las tesis nacionalistas árabes le permitió labrarse una imagen antitética a la de las potencias coloniales europeas que, a pesar de toda la retórica paternalista de los mandatos, estaban más interesadas en apoderarse de los recursos naturales que en favorecer la emancipación árabe. No obstante, la Guerra Fría, el respaldo a Israel y, más recientemente, la intervención en Iraq han modificado esta relación. Hoy en día, EEUU es tachada de potencia imperial y caracterizada con todos los vicios que antaño fueron atribuidos a las metrópolis europeas. En consecuencia, una mayoría de la opinión pública árabe describe su comportamiento como “racista, agresivo e inmoral”.
LAS GUERRAS BERBERISCAS
Como acabo de mencionar, la relación de EEUU con el mundo árabe es relativamente reciente, sobre todo si la comparamos con la europea, pues arranca poco después de su fundación en 1776. Uno podría pensar que, por esta circunstancia, debería estar menos condicionada por la retahíla de estereotipos generados por varios siglos de tensa convivencia entre Europa y los árabes. En Europa, árabe o musulmán fue desde las Cruzadas sinónimo de enemigo o adversario de la cristiandad y, en época moderna, equivalentes de retraso o fanatismo.
Hoy en día, EEUU es tachada de potencia imperial y caracterizada con todos los vicios que antaño fueron atribuidos a las metrópolis europeas
Como recuerda Michel B. Oren, autor de Power, Faith and Fantasy. America in the Middle East, 1776 to the Present, desde su arranque, la relación americana con el mundo árabe estuvo presidida por el conflicto. En 1786, John Adams y Thomas Jefferson, entonces cónsules en Londres y París, se reunieron con un alto dignatario libio, el embajador Sidi Hajji Abdul Adja, para exigirle que los corsarios de Trípoli interrumpiesen sus ataques a los mercantes estadounidenses que surcaban el Mediterráneo. Según el propio relato de los dos padres fundadores de EEUU, su interlocutor les respondió: “Está escrito en el Corán que todas las naciones que no reconocen al Profeta son pecadoras; es un derecho y una obligación de los creyentes saquear y esclavizar a los infieles”. La única oferta que recibieron fue la posibilidad de que los corsarios detuvieran sus asaltos a cambio del pago de un tributo anual, tal y como hacían en aquel momento buena parte de las flotas europeas. Como era de esperar, el problema se agravó en los años posteriores. Hacia 1793, los corsarios ya habían capturado una docena de embarcaciones estadounidenses, revendiendo el género que transportaban y tomando a sus tripulaciones como rehenes. Las negociaciones para su liberación chocaron con las desmedidas exigencias de los corsarios de Trípoli, Argel y Túnez, quienes reclamaron un millón de dólares como rescate, cantidad que representaba una décima parte del presupuesto nacional norteamericano en aquel entonces.
Un año después, el Congreso decidió crear su propia Armada para “proteger el comercio contra los corsarios berberiscos” y acordó el envío a la zona de un escuadrón con el objeto de garantizar el libre comercio. Tras las dos guerras contra la Berbería, desarrolladas en 1801-1805 y 1815, EEUU logró que sus embarcaciones pudieran surcar las aguas mediterráneas sin temor a ser capturadas. También las potencias navales europeas extrajeron sus lecciones de lo acontecido y se negaron a pagar más rescates a los corsarios. En 1818, buques británicos bombardearon Argel y, doce años más tarde, las tropas francesas desembarcaron en la aledaña Sidi Ferruch, con el pretexto de suprimir la piratería, frenar el tráfico de esclavos y garantizar el libre comercio.
MISIONES Y DISTORISONES
El segundo episodio de la relación entre EEUU y el mundo árabe tiene lugar poco después, con el establecimiento de misiones protestantes en Tierra Santa. Como consecuencia del resurgir religioso registrado tras la consecución de la independencia, decenas de misioneros protestantes norteamericanos se establecieron en Oriente Próximo. En opinión del politólogo Steven L. Spiegel, profesor de la University of California, “desde el inicio del experimento americano, algunos en la Nueva Jerusalén contemplaron de manera romántica las aspiraciones de aquellos que una vez gobernaron las sagradas ciudades bíblicas. En un país imbuido del protestantismo del Antiguo Testamento, con una ideología de frontera y una fe en que los milagros eran posibles, el retorno judío a Palestina fue anticipado por muchos”. Junto a la necesidad de preservar los intereses comerciales de EEUU, verdadero objetivo de las guerras contra la Berbería, el factor religioso también influyó en el interés norteamericano por el mundo árabe. De hecho, el ex presidente John Adams afirmó en 1818, un siglo antes de la Declaración Balfour: “Deseo fervorosamente que los judíos retornen a Judea y construyan una nación independiente”. El restablecimiento de un reino judío sobre Palestina era, en opinión de los protestantes, un prerrequisito para el advenimiento del Mesías.
“Al interpretar la historia desde el prisma del avance del cristianismo, los misioneros americanos dieron una imagen inadecuada, distorsionada y, en ocasiones, grotesca de los musulmanes y el islam”
En 1810 se estableció el Cuerpo Americano de Comisionados para Misiones en el Extranjero (ABCFM), que contaba con respaldo gubernamental a través del denominado “fondo civilizador”, destinado tanto a financiar las misiones en el extranjero como a promover las actividades comerciales. En un primer momento, sus actividades se centraron en Beirut, pero gradualmente fueron abarcando otros territorios de Siria. El objetivo principal del ABCFM era ganar adeptos en Palestina por medio de la evangelización de la población local. Como recuerda Kathleen Christison en su obra Perceptions of Palestine. Their Influence on US Middle East Policy, “debido al valor especial de Tierra Santa para los cristianos occidentales, los árabes y musulmanes palestinos fueron representados, al igual que el resto de los pueblos orientales, como extraños en su propia tierra. Para los misioneros, peregrinos y viajeros que visitaron y reclamaron Tierra Santa intentando ‘adaptarla’ a sus propias concepciones bíblicas, los palestinos musulmanes no eran más que extranjeros –ni cristianos ni judíos– y, por lo tanto, extraños en la ‘verdadera’ Palestina judeo-cristiana”.
En un primer momento, los misioneros concentraron su esfuerzo evangelizador en la población judía y en las minorías cristianas –nestorianos, greco-ortodoxos, asirios y armenios–. Los esfuerzos para atraer a los musulmanes fracasaron de manera estrepitosa, ya que el islam prohibía de manera expresa la apostasía. Para allanar su tarea, aprendieron las lenguas autóctonas y los dialectos locales. La evangelización de la población local estuvo plagada de obstáculos y chocó con la frontal oposición de las iglesias católica y ortodoxa, que criticaron los métodos de captación empleados por los protestantes. Bayard Taylor, un viajero americano que visitó Jerusalén a mediados del siglo XIX, hizo una primera estimación del coste material de cada conversión, que cifró en 4.500 libras. Tras un siglo de actividad, la ABCFM tan solo había convertido al protestantismo a 520 personas en Jerusalén, 956 en Damasco y 2.128 en Beirut.
Ante tales resistencias, se optó por adoptar el modelo francés basado en la creación de instituciones educativas regentadas por los religiosos, ya que la Ouvre des Écoles de l´Orient había demostrado sobradamente su pericia a la hora de defender también los intereses comerciales y políticos franceses. Estos esfuerzos dieron sus resultados. En 1860 ya existían 71 escuelas misioneras regentadas por los protestantes americanos en Oriente Próximo, en 1900 el número era de 331 y en 1913 habían alcanzado las 450 formando a más de 25.000 personas. Este relativo éxito distaba mucho del alcanzado por la “misión civilizadora francesa”: 108.000 estudiantes inscritos en las 500 instituciones educativas francesas en Oriente Próximo en 1912. Sin embargo, los protestantes norteamericanos se adelantaron al inaugurar en 1866 el Colegio Protestante Sirio de Beirut, que más tarde se convertirá en la Universidad Americana, diez años antes que la Universidad de Saint Joseph, creada por los jesuitas franceses.
Desde su arranque, este esfuerzo misionero obtuvo un pleno respaldo de las autoridades norteamericanas. En 1818, el Secretario de Estado John Quincy Adams, quien con el tiempo se convertiría en el sexto presidente de EEUU, habilitó los recursos necesarios para financiar dichas actividades. Aunque no existe duda de que estas misiones contribuyeron a la extensión de la educación en la zona, también parece evidente que, al estar inspiradas en el modelo francés y británico, también se engloban en el esfuerzo imperial de las potencias occidentales por asentarse en la región. En opinión de Recep Boztemur, profesor de la Ankara Üniversitisi, “la política exterior de EEUU para expandir la esfera de influencia americana se fundamentó sobre todo en el empleo de las instituciones cívicas, religiosas y filantrópicas: los intereses políticos, económicos y comerciales fueron preservados por los misioneros que, a cambio, fueron protegidos por la diplomacia de EEUU”. Para el académico turco, “las actividades misioneras protestantes se convirtieron en el principal instrumento de la diplomacia americana”. Ante la presión norteamericana y británica, la Sublime Puerta aceptó a los protestantes como un nuevo “millet” o comunidad confesional en 1850.
Los misioneros aprendieron las lenguas de la zona y se convirtieron en buenos conocedores de las poblaciones locales. Por esta misma razón fueron la principal fuente de información, y también de desinformación, sobre Palestina y Oriente Próximo. Como advirtiera el profesor Edward Earle en un artículo aparecido en la revista Foreign Affairs en abril de 1929: “Durante un siglo, la opinión pública norteamericana fue creada por los misioneros. Si la opinión pública americana ha sido uniforme, desinformada y prejuiciosa, los misioneros tienen en gran medida la culpa. Al interpretar la historia desde el prisma del avance del cristianismo, dieron una imagen inadecuada, distorsionada y, en ocasiones, grotesca de los musulmanes y el islam”.
Tras la primera traducción íntegra de “Las Mil y Una Noches”, el mundo árabe pasó a ser sinónimo de exotismo y magia y sus ciudades se poblaron, en el imaginario colectivo americano, de ricos zocos, lámparas mágicas, alfombras voladoras y palacios suntuosos
LA SOLEDAD DE TWAIN
Un tercer elemento que conformó la percepción del árabe en EEUU fueron los libros de viaje que constituían, junto a la prensa, una importante fuente de conocimiento de la sociedad norteamericana. A mediados del siglo XIX apareció la primera traducción íntegra de Las Mil y Una Noches, realizada por el explorador británico Richard Burton, y fue tal su éxito que tuvo que ser reeditada en varias ocasiones. El mundo árabe pasó a ser sinónimo de exotismo y magia y sus ciudades se poblaron, en el imaginario colectivo americano, de ricos zocos, lámparas mágicas, alfombras voladoras y palacios suntuosos.
No debe sorprendernos, pues, la perplejidad de muchos escritores y viajeros norteamericanos cuando visitaron por vez primera Palestina y se encontraron con una realidad diametralmente opuesta a su fantasiosa concepción del Oriente. Pese a que lo buscan, no encuentran ningún rastro del Oriente de Sherezade ni de Harun al-Rashid. En consecuencia, las descripciones de los lugares que visitan están marcadas por el desencanto que sufren, pero también condicionada por la amargura de sus compatriotas misioneros, incapaces de evangelizar a la población autóctona y, por lo tanto, de crear las condiciones para favorecer la llegada del nuevo Mesías.
En 1867 Mark Twain publicó su obra The Innocents Abroad, un relato de su viaje a Palestina que se convirtió en éxito editorial, ya que vendió 67.000 ejemplares en el año de su publicación. En él dibujaba un retrato desolador de Palestina: “Para sentir soledad que entristece, venga a Galilea. Nazareth abandonada, Jericó descansa en una polvorosa ruina, Betania y Belén, pobres y humilladas y sin ningún ser vivo que las habite. Un país desolado cuyo suelo es suficientemente rico, pero entregado completamente a la cizaña. Una extensión dolorida y silenciosa. Nunca vimos un solo ser humano en toda la ruta, difícilmente un arbusto. Incluso el olivo y el cactus, rápidos amigos de una tierra sin valor, han casi abandonado el país”. Como advierte Edward S. Said en su obra Orientalismo, “Palestina era considerada un desierto vacío que esperaba que le llegara el momento de florecer; se suponía que los habitantes que podía haber allí eran nómadas sin importancia que no tenían ningún derecho sobre la tierra y, por lo tanto, ninguna realidad cultural o nacional”.
Palestina, y por ende Oriente Próximo, se presenta como un objeto a civilizar por los occidentales, que poseen una civilización superior y, por lo tanto, tienen una responsabilidad hacia los pueblos atrasados. Esta visión paternalista y etnocentrista parte de la premisa de que Oriente representa la antítesis de la modernidad. En 1889, William Blackstone, un pastor protestante de Chicago, visitó Jerusalén quedando profundamente impactado por su potencial agrícola y comercial. A su retorno dirigió una carta al presidente Benjamin Harrison en la que sugería que Palestina fuera cedida a los judíos para aliviar su sufrimiento y librarles de las persecuciones que sufrían en Rusia y Alemania. Esta misiva fue secundada por más de 400 destacados políticos y hombres de negocios norteamericanos, entre ellos John D. Rockfeller, fundador de la compañía petrolífera Standard Oil y el hombre más rico de todo el país.
EL PESO DE LAS ALIANZAS
Durante la época de entreguerras, EEUU disfrutó de una imagen favorable en el mundo árabe. Dicho país era contemplado como la antítesis de las potencias coloniales europeas por su idealismo, su vocación anticolonial y su respaldo a la independencia de los árabes reclamada por el presidente Woodrow W. Wilson en sus célebres Catorce Puntos, todo ello a pesar del apoyo que el propio Wilson prestó a la Declaración Balfour en 1917. A pesar de esta circunstancia, la Comisión King-Crane se mostró partidaria, dos años más tarde, de incluir a Palestina en el territorio de la Gran Siria, de acuerdo con el posicionamiento tradicional del Departamento de Estado. Tras la instauración del mandato británico de Palestina, los cónsules americanos en Jerusalén advirtieron reiteradamente del peligro que representaba el sionismo para la región y de la afinidad ideológica de los colonos judíos con el movimiento bolchevique.
Durante la Segunda Guerra Mundial, las tropas norteamericanas que combatieron en el Magreb se presentaron ante la población, en los pasquines que se lanzaban desde los aviones aliados, como “muyahidin (combatientes de la guerra santa) que luchaban la gran yihad por la libertad”. Dicho lenguaje, destinado a ganarse a la población local, no distaba mucho del empleado en Egipto por Napoleón, quien se presentó ante la población como “un buen musulmán” que respetaba “a Allah, a su profeta Mahoma y al glorioso Corán” afirmando que “los franceses son verdaderos musulmanes”.
Tras la derrota alemana, el presidente Theodor Roosevelt se apresuró a formalizar una alianza con Arabia Saudí a bordo del USS Quincy ofreciendo a la Casa Saud seguridad a cambio de petróleo para las multinacionales norteamericanas. Este sería el primer movimiento efectivo de EEUU para asentar su presencia en Oriente Próximo y reemplazar a Gran Bretaña en una zona que tradicionalmente había quedado bajo su control. Dicho “matrimonio de conveniencia” entre Washington y Riad evidenciaba que la prioridad de la política norteamericana era, además de frenar la penetración soviética, controlar la principal fuente de riqueza árabe: el petróleo.
Las buenas relaciones entre EEUU y el mundo árabe empezaron a enfriarse como consecuencia del reconocimiento de Israel por parte del presidente Truman
Las buenas relaciones entre EEUU y el mundo árabe empezaron a enfriarse como consecuencia del reconocimiento de Israel por parte del presidente Harry S. Truman. De hecho, EEUU fue el primer país del mundo en reconocer la existencia del Estado judío, sólo once minutos después de que proclamara su independencia el 14 de mayo de 1948. Truman llegó a reconocer: “Tengo que responder a cientos de miles de personas deseosas del éxito del sionismo. No tengo cientos de miles de árabes entre mis electores”.
En la década de los cincuenta, sobre todo tras el planteamiento de la Doctrina Eisenhower, EEUU reemplazaría a las potencias coloniales europeas en el imaginario colectivo árabe, ya que los proyectos imperialistas europeo y estadounidense cada vez guardaban un mayor paralelismo. El apoyo a Israel en las guerras de los Seis Días y de Yom Kippur, así como su complicidad ante la colonización intensiva de las tierras palestinas, profundizó el descrédito de Washington. Hoy en día, este respaldo es la principal fuente de descontento árabe hacia EEUU. Una encuesta realizada en 2006 por el Saban Center for Middle East Policy de la Brookings Institution en seis países árabes (Marruecos, Egipto, Jordania, Líbano, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos) concluía que la actitud árabe en torno a EEUU era sumamente desfavorable entre el 57 por ciento de los encuestados, mientras tan sólo el 4 por ciento tenía una imagen muy favorable. Cuando se les pregunta en torno a qué decisión mejoraría más la imagen de EEUU, una abrumadora mayoría (un 62%) responde que la creación de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza.
HOLLYWOOD Y LOS MASS MEDIA
Tras el embargo petrolífero decretado contra EEUU y otros países occidentales aliados de Israel, la imagen del árabe sufrió un cambio radical en el mundo occidental, dejando de ser objeto de fascinación para convertirse en una grave amenaza. Como nos recuerda Edward W. Said: “En el cine y en la televisión, el árabe se asocia con la lascivia o con una deshonestidad sanguinaria. Aparece como un degenerado hipersexual, bastante capaz, es cierto, de tramar intrigas tortuosas, pero esencialmente sádico, traidor y vil. Comerciante de esclavos, camellero, traficante, canalla subido de tono: estos son algunos de los papeles populares que los árabes desempeñan en el cine”. Para el pensador palestino, “el ánimo popular antisemita se transfirió suavemente del judío al árabe, ya que la figura era más o menos la misma”.
Tras la crisis del petróleo, Hollywood presenta una imagen distorsionada y deshumanizada del árabe que es difundida a escala planetaria y aceptada universalmente como válida gracias a la globalización
A partir de entonces, la industria cinematográfica de Hollywood presenta una imagen distorsionada y deshumanizada del árabe que es difundida a escala planetaria y aceptada universalmente como válida gracias a la globalización. Como advierte el profesor Román Gubern en su obra Espejo de fantasmas: de John Travolta a Indiana Jones, “el cine, más que espejo documental de la realidad social, es sobre todo un espejo de un imaginario colectivo configurado por los deseos, frustraciones, creencias, aversiones y obsesiones de los sujetos que componen su población”. Para el autor catalán “Hollywood ha llegado a codificar un cierto número de fórmulas narrativas y de propuestas mitogénicas que han acabado por adquirir aceptación planetaria, como verdadero esperanto de la imaginación”.
Otro tanto ocurre en lo que respecta a los medios de comunicación, los más influyentes de capital americano, que “reflejan el mundo de una manera superficial y fragmentaria”, como advierte Ryszard Kapuscinsky. Según el reportero polaco, la televisión, que ha desbancado a otros medios de comunicación como principal canal de información, “transmite una versión de la historia falseada, reductora e incontestable”. La televisión modifica las pautas informativas debido a que “el objetivo prioritario para el ciudadano, su satisfacción, ya no es comprender el alcance de un acontecimiento, sino simplemente verlo, mirar cómo se produce bajo sus ojos. De este modo se establece, poco a poco, la engañosa ilusión de que ver es comprender”.
EEUU EN EL PUNTO DE MIRA
La caída del muro de Berlín puso fin al enfrentamiento bipolar entre EEUU y la URSS, pero abrió la caja de Pandora de nuevas amenazas. Una serie de pensadores neo-conservadores empezó a plantear la posibilidad de que el peligro verde reemplazase a la amenaza roja, ya que la desintegración soviética fue acompañada del ascenso del islamismo político. La posibilidad de un choque de civilizaciones fue anunciada por Samuel Huntington, quien consideró al mundo islámico como el más beligerante hacia los valores occidentales. De esta teoría a la idea de que era necesario que la civilización dominante impusiera sus valores, considerados universales, al resto del mundo tan sólo había un paso.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 intensificaron el desencuentro entre el mundo occidental y el musulmán. El ataque terrorista contra las Torres Gemelas provocó que, una vez más, se desempolvaran los viejos estereotipos y clichés en ambas orillas. La lucha contra el terrorismo islámico fue descrita como una cruzada entre el Bien y el Mal por el presidente George W. Bush. Por su parte, Osama Bin Laden consideró su ataque contra “los nuevos cruzados y aliados del sionismo” como un intento para que “Occidente interrumpa su proyecto de dominación del mundo islámico y de corrupción de los musulmanes”.
Sin embargo, la opinión pública árabe no consideró dichos atentados como un choque de civilizaciones, sino que los relacionó con la política exterior de EEUU hacia Oriente Próximo. De hecho, una encuesta realizada en 2005 por el Pew Global Attitudes Survey arrojó unos datos sumamente esclarecedores al subrayar que el cristianismo no era considerado por los musulmanes como una religión violenta, al contrario que el judaísmo (un 98% en Jordania, un 83% en Marruecos y un 66% en Líbano), probablemente por la errónea asimilación que se hace entre religión judía y Estado israelí. Por el contrario, los occidentales encuestados sí que señalaban al islam como religión de la violencia (un 88% en Holanda, un 87% en Francia, un 81% en España, un 79% en Alemania y un 77% en Polonia).
El intento de hacer creer que la intervención norteamericana en Iraq era tan sólo un primer paso hacia la democratización del mundo árabe no resultaba demasiado verosímil ni para la opinión pública árabe ni tampoco para la occidental. Según una encuesta del Saban Center for Middle East Policy de la Brookings Institution realizada en 2005, el 65% de los árabes encuestados no consideraban que EEUU estuviese interesado en promover la democracia frente a un 5% que interpreta lo contrario. Otro dato interesante era la respuesta en torno a los objetivos que persigue EEUU en Oriente Próximo. El primer objetivo sería el control del petróleo (83% de los encuestados), el segundo la protección de Israel (75%) y el tercero debilitar al mundo islámico (69%); por el contrario, los últimos objetivos serían promover la paz (10%), defender los Derechos Humanos (10%) y extender la democracia (9%).
El ataque terrorista contra las Torres Gemelas provocó que, una vez más, se desempolvaran los viejos estereotipos y clichés en ambas orillas
La opinión pública árabe e islámica también es sumamente sensible al peligro que representa el fenómeno yihadista
Junto a las políticas occidentales, los encuestados consideran que la crítica situación del mundo árabo-islámico también se debe a otros factores como la corrupción, la ausencia de democracia o la falta de educación, mientras que el fundamentalismo islámico apenas tendría responsabilidad. Se constata también que la opinión pública árabo-islámica también es crítica con sus regímenes autoritarios y apuesta por la democratización de sus países. Consideran, mayoritariamente, que la democracia puede funcionar en sus países, actitud que contrasta con la opinión extendida en Occidente de que la democracia no tiene futuro en el mundo islámico. Según la encuesta publicada por el Pew Global Attitudes Survey en 2006, en Jordania el 74% interpretaba que podría funcionar, en Indonesia el 70%, en Egipto el 65%, en Pakistán el 50% y en Turquía, curiosamente, tan sólo el 44%.
La opinión pública árabe e islámica también es sumamente sensible al peligro que representa el fenómeno yihadista. Los atentados en Madrid, Londres, Estambul, Casablanca, Bali, Sharm al-Sheij, Bagdad, Sana o Yerba acaban por volverse como un boomerang contra al-Qaida. Especialmente remarcable es el caso de Marruecos, país que ha sufrido las sacudidas de la violencia, donde el 73% de los encuestados por el Pew Global Attitudes Survey en 2005 consideraba al extremismo islámico una amenaza para su país o Pakistán, donde el porcentaje alcanzaba el 52%. Mientras tanto, en Jordania y Líbano la población responde negativamente, probablemente por la propia complejidad que encierra el término extremismo islámico, ya que tanto la población jordana (mayoritariamente de origen palestino) como la libanesa (mayoritariamente chií) consideran a Hamas y Hizbullah grupos de resistencia.
Curiosamente las encuestas constatan que el sentimiento de amenaza es mutuo, ya que si bien es cierto que “algunos en Occidente ven a los musulmanes como fanáticos, violentos e intolerantes, también los musulmanes de Oriente Medio y Asia ven a los occidentales en general como egoístas, inmorales y codiciosos, así como violentos y fanáticos”. Según una encuesta del Pew Global Attitudes Project realizada en trece países durante la primavera del 2006, la imagen de Occidente entre los musulmanes es tan negativa como la de los musulmanes entre los occidentales.
Si bien es cierto que el proyecto neo-imperial norteamericano despierta muchas susceptibilidades, también lo es que EEUU sigue siendo contemplado por muchos como un polo de atracción
Lo paradójico es que tanto los musulmanes como los occidentales afirman tener un conocimiento cuanto menos superficial del “otro”. Como se reconoce en una encuesta realizada en cinco países de Oriente Medio, “los árabes basan sus opiniones sobre Occidente en un conocimiento bastante débil de sus culturas y sociedades”; de hecho, más de la mitad de los encuestados manifestaron carecer de un conocimiento elemental sobre las sociedades occidentales.
Si bien es cierto que este proyecto neo-imperial norteamericano despierta muchas susceptibilidades, también lo es que EEUU sigue siendo contemplado por muchos como un polo de atracción, siendo especialmente admirado su sistema de libertades y sus instituciones democráticas. Además, la opinión pública árabe, según se deduce de una encuesta realizada en 2004 por Al-Ahram Center for Political and Strategic Studies, no interpreta el enfrentamiento con Occidente desde una perspectiva de civilizaciones, sino más bien en clave política, siendo “la política exterior de EEUU en la región el factor más importante a la hora de influenciar las actitudes árabes”.