Pensar en el exilio

DONDE QUIERA QUE CREE, HAY CULTURA HUMANA

Cuando Thomas Mann dejó Europa en 1938 para escapar del terror nazi y se asentó en Estados Unidos, respondió a un periodista al llegar a Nueva York diciendo: “Wo ich bin die ist deutsche Kultur” (donde quiera que esté, hay cultura alemana). Toda mente que piense y cree en el exilio, siguiendo los pasos de Thomas Mann, se ha ganado el derecho a decir: “Donde quiera que cree, hay cultura humana”.

Para los que vivimos y escribimos en una situación global, pensar en el exilio es la expresión universal de la falta de raíces. Vivir en el exilio supone abandonar un pensamiento vinculado a un lugar y, aún así, esta forma de falta de raíces puede sentirse cómoda en todas las culturas. Es decir, una persona que piensa en el exilio es un alma universal que vive en los márgenes de un mundo intercultural. Lo que tiene de intercultural un alma exiliada es un compromiso duradero con las similitudes esenciales entre las personas de todas partes, a la vez que mantiene paradójicamente un compromiso igualmente fuerte con las diferencias. Una persona que piensa en el exilio no elimina en absoluto las diferencias culturales. Al contrario, él o ella intenta preservar lo que es más valioso en cada cultura, es decir, el espíritu de creatividad.

Retrato del intelectual alemán Thomas Mann

Retrato del intelectual alemán Thomas Mann en su despacho de Zurich, ciudad en la que residió tras su exilio en los Estados Unidos. /EFE

La capacidad intercultural de la creatividad de una persona que vive y piensa en el exilio genera no sólo nuevas ideas, sino también nuevos modelos para la ciudadanía cosmopolita. Vivir en los márgenes del pensamiento, de la cultura y del ego de uno, sugirió Paul Tillich, es vivir con tensión y movimiento.

IDENTIDAD Y EXILIO

Crear más allá de los territorios limitados de las culturas y los Estados nación representa un cambio fundamental en la estructura y el proceso de la identidad de una persona que piensa en el exilio. La identidad de un creador en el exilio, lejos de estar congelada en un carácter nacional, es más fluida y móvil, más susceptible al cambio, más abierta a variaciones. Es una identidad basada no en una “pertenencia” que implica ser poseído por una cultura, sino en un estilo de “cosmopolitanismo” que es capaz de negociar culturas y tradiciones de pensamiento. En este sentido, la creación en el exilio es una desviación radical de las clases de identidades que se encuentran en las sociedades tradicionales y modernas.

Un alma exiliada no forma totalmente parte de su cultura ni es totalmente ajena a ella. En lugar de eso, él o ella vive entre culturas. Vivir entre culturas es una condición previa necesaria para la construcción de una cultura de diálogo y paz. Quizá esta sea la razón por la que pensar en el exilio supone estar en una encrucijada, lo que proporciona a las almas exiliadas una oportunidad de establecer un diálogo también con aquellos que se oponen al lugar y al papel de la interculturalidad y de la diversidad en sus sociedades, a fin de aumentar el entendimiento y buscar, en la medida de lo posible, puntos en común. Uno puede compartir varias culturas dentro de una misma alma. Eso significa que el mundo del alma exiliada no cuestiona la vida intercultural. Por el contrario, la vida intercultural aumentará si aceptamos el reto y la marginalidad del exilio.

Una persona que piensa en el exilio es un alma universal que vive en los márgenes de un mundo intercultural

La transformación intercultural y del exilio presupone que la persona tiene que pasar por la etapa de la marginalidad, que es en realidad la posición periférica de una persona en la sociedad. Se suele hacer referencia a la marginalidad como una personalidad transitoria que está aislada y desprotegida y buscando en vano una oportunidad para echar raíces en un discurso o cultura dominante. Pero, por el contrario, estar culturalmente marginado, como es el caso de un alma exiliada, describe la experiencia de una persona que ha sido moldeada por la exposición a dos o más tradiciones culturales. Tal persona no suele encajar perfectamente en ninguna de las culturas a las que ha estado expuesta, pero puede encajar cómodamente en el borde, en los márgenes de cada una de ellas manteniendo su distancia crítica con ambas. Esta situación intercultural “entre dos tierras” sugiere una forma de marginalidad constructiva que permite moverse fácil y poderosamente entre distintas tradiciones culturales, actuando de forma apropiada y sintiéndose cómoda en ambas. Los marginales interculturales suelen aprovechar bien sus experiencias multiculturales. Es precisamente valorando y celebrando su marginalidad intercultural como gradualmente consiguen un día entrar en la corriente dominante.

EXILIO Y CREACIÓN

De modo que, ¿cuál es el espacio de exilio ocupado por un creador? El poeta Ovidio, expulsado de Roma por César Augusto en el año 8 d.C., dijo la célebre frase ‘Exilium mors est’ (El exilio es la muerte). Edward Said, por el contrario, describió el exilio como estar marcado por el “sentido de disonancia engendrado por el alejamiento, la distancia, la dispersión, años de desamparo y desorientación”, y que por tanto precisa “deliberación casi excesiva, esfuerzo, gasto de energía intelectual en la restauración, reiteración y afirmación que son rebajadas por la duda y la ironía”. La idea de alejamiento a la que se refiere Said debería ser considerada, no como una paradoja de la identidad, sino como un indicativo de la compleja conciencia exiliada.

La intensidad de esta conciencia exiliada queda ejemplificada en su libro sobre Palestina, After the last Sky, cuando subraya: “La identidad, quiénes somos, de dónde venimos, qué somos; es difícil mantenerla en el exilio… Somos el otro”. Para Said tener una conciencia exiliada y una relación problemática con un hogar perdido ayuda a modelar toda la disposición crítica de un forastero. Aún así, señala los peligros de esta posición. “Podrías ser un forastero” comenta Said, “y volverte aún más extraño, y cultivar tu propio jardín, sentir paranoia y todo lo demás”. Evidentemente, para Said, el exilio es principalmente una condición de profunda capacitación creativa. Pero también hay una dimensión más interesante en la idea de no sentirse nunca totalmente como en casa y de experimentarse a uno mismo y la vida de uno como “un conjunto inestable de corrientes que fluyen”. Al contrario que ocurre con una entidad sólida e inamovible, dicha actitud no solo hace posible la marginalidad del ser, sino que también nos presenta una pluralidad de visiones. “Porque”, dice Said, “el exiliado ve las cosas tanto en términos de lo que se ha dejado atrás como en cuanto a lo que es real aquí y ahora, hay una doble perspectiva que nunca ve las cosas aisladas”. Por consiguiente, según Said, el intelectual necesita estar en el exilio para poder desarrollar sus capacidades críticas con respecto a los efectos venenosos del partidismo dogmático y estar a su vez libre de ellos. Gran parte de la naturaleza filosófica de la visión de Said sobre la interrelación del hecho de ser forastero, el intelectualismo y la cultura podría quizá explicarse por el hecho de que para él el exilio es a la vez el paradigma para la crítica secular y el sentido anti-identitario de ser un intelectual en el mundo. Como claramente afirma en su libro Representations of the Intellectual: “El patrón que establece el rumbo del intelectual como forastero está ejemplificado por la condición de exiliado, el estado de no estar nunca totalmente adaptado, de sentirse siempre fuera del mundo llano y familiar habitado por los nativos… El exilio para el intelectual en este sentido metafísico es inquietud, movimiento, estar constantemente inestable y desestabilizar a los demás. No puedes volver a la situación anterior o quizá más estable de sentirse como en casa, y desgraciadamente nunca puedes llegar completamente, y estar a la vez en tu nuevo hogar o situación”. Por lo tanto, la función crítica de un creador se ve aumentada por su capacidad de estar “en el exilio”.

El filósofo iraní Ramin Jahanbegloo

El filósofo iraní Ramin Jahanbegloo tras su participación en los “Encuentros Averroes”, donde trató la actualidad de las revueltas en el mundo arabo-islámico. Córdoba, España, 4 de febrero de 2011. / Rafa Alcaide /EFE

Vivir entre culturas es una condición previa necesaria para la construcción de una cultura de diálogo y paz

En otras palabras, la crítica sitúa al creador en una posición de exiliado, porque la función final de un creador es seguir siendo un forastero. En otras palabras, la posición de forastero es, para un alma exiliada, una posición ambivalente. Por un lado, indica un distanciamiento crítico de la propia cultura y, por otro lado, propone una relación orgánica con una permanente falta metafísica de hogar. Al crear en el exilio, un alma exiliada no solo practica su profesión como creador o creadora, sino que más bien realiza un acto de supervivencia cultural. El alma exiliada está situando su actitud creativa en línea con el concepto goethiano de “Weltliteratur”. Cuando Goethe acuñó el término “Weltliteratur” en 1827 estaba imaginando un futuro estado de la literatura más que desplegando una categoría para explicar el espíritu de su tiempo. Para Goethe, el futuro de la humanidad estaría marcado por un diálogo abierto entre las naciones que conduciría a una fusión de todas las literaturas nacionales y a la creación de una comunidad cultural universal. Por lo tanto, la literatura mundial representaba para Goethe una oportunidad de expresar la universalidad de la experiencia humana a través de un entendimiento transcultural, finalmente fomentando la armonía y reduciendo los conflictos entre las naciones.

Al aplicar el paradigma goethiano del “Weltliteratur” a la creatividad en el exilio, podemos aprender tanto lo que las culturas comparten como lo que las distingue. Pero también podemos hacer un hueco a las creaciones en un lugar diferente y en un momento diferente. Reactivando el paradigma de Goethe de “Weltliteratur”, sugiero que evaluemos el alcance total del exilio como pérdida del hogar para imaginar otras culturas, no como objetos de subordinación o dominación, sino como objetos de empatía. En realidad, la condición de exiliado permite a los creadores explorar elementos de identidad posnacional y desarrollar una empatía universal. Se trata de otra forma de trascender la vida original y asumida. La experiencia es, entonces, el estímulo de conocer el mundo muchas veces a través de las experiencias mediadas de los demás. Lo que es específico de un creador en el exilio es que él o ella repite el mundo y se convierte en su propio forastero o forastera viviendo su vida más de una vez.

Si hubiera que identificar, a partir del contenido de textos literarios, una característica destacada de todas las experiencias de exilio sería sin duda la cuestión de la identidad. La búsqueda del yo, partiendo de la imagen del país de origen y continuando a través del proceso de su transformación en el caso del desplazamiento, es una preocupación existencial común a todas las almas exiliadas. Todo debate sobre la narrativa del exilio debería necesariamente pararse, en su análisis final, a considerar las distintas dimensiones de la identidad en el exilio. El exilio como confrontación con la propia identidad se desarrolla como una mezcla de alejamiento y nostalgia. La pena de una patria perdida va acompañada por la esperanza de un país encontrado o redescubierto. En ese sentido la recuperación es como el descubrimiento porque coincide con un nuevo sentido de identidad. Como tal, el exilio es un espacio suspendido entre un tiempo interior y un tiempo exterior. El creador exiliado se encuentra distante de su pasado y sólo puede desear el futuro.

IDENTIDADES INTERCULTURALES

El exilio, como la vida, empieza con dolor pero evoluciona hacia una sensación de libertad y de libertad de creación. En lugar de ser una forma de reconstruir la experiencia del hogar, el exilio puede convertirse en una manifestación de la creatividad de un creador políticamente impotente que aprende a dirigirse a dos públicos, uno en casa y otro en el extranjero. Y es en este contexto en el que toma forma todo el concepto de interculturalidad. No obstante, el exilio no es sólo un proceso de moverse entre lenguas, sino también un proceso de mediación entre culturas. El exilio se entiende fácilmente como opuesto a vivir la “auténtica vida” de uno, en parte porque la autenticidad, aunque conceptualizada, se ajusta mejor a una sociedad homogénea, estable, localizada y predecible que al cada vez más heterogéneo, cambiante e impredecible mundo del exilio. Aquellos creadores en el exilio que son capaces de convertirse en identidades interculturales son los más aptos para ser capaces de salvar la distancia entre las culturas.

En realidad, la condición de exiliado permite a los creadores explorar elementos de identidad posnacional y desarrollar una empatía universal

Esta visión de la identidad intercultural en la creatividad exiliada proporciona una visión del exilio digna de ser deseada. Las culturas son valoradas y mantenidas por el creador exiliado por su valor inherente, así como por su valor de diversidad para el mundo. Yendo más allá de simplemente no tener hogar, el exilio intercultural acerca a personas de diferentes culturas y experiencias de vida para explorar lo que está al otro lado de su horizonte cultural. El exiliado intercultural no pretende sólo crear un lugar de santuario, cura y transformación, sino también establecer un diálogo entre lo universal y lo particular. En este diálogo, un alma exiliada puede vincularse con el sufrimiento de otra persona y experimentarlo.

Pensar en el exilio es, por tanto, un acto hermenéutico de permanecer fiel a lo ético, y a la vez involucrarse en la percepción del espíritu del otro con una triple perspectiva de mutualidad, solidaridad y hospitalidad. Valorar la hospitalidad, la mutualidad y la solidaridad podría servir como antídoto necesario contra los miedos endémicos que son el resultado de percibir erróneamente, malinterpretar y estereotipar al otro. Como categorías éticas, la solidaridad, la mutualidad y la hospitalidad expresan una función dialogística, aunque también extienden la mano de la amistad hacia otros como extensión del espíritu que se mueve dentro de ellas. Como tal, todo exiliado empieza con un esfuerzo espiritual de apertura en un contexto de diversidad étnica y pluralidad cultural.

Como decía Italo Calvino, “el lugar ideal es aquel donde es más natural vivir como extranjero”

Un exiliado intercultural, como verdadera matriz de encuentro hermenéutico, siempre genera una lógica de diferenciación y negociación constantes que pretende permitir un nuevo acercamiento al fenómeno del exilio como proceso de autoconciencia. Es decir, no puede haber un proceso dialogístico del exilio sin un fuerte sentimiento de cariño por otros seres humanos y de compartir con ellos como actores y víctimas de la historia humana. Es necesario añadir que la comprensión dialogística del exiliado, inscrita en un esfuerzo de diálogo intercultural, contribuye al descubrimiento de una voz común en distintas tradiciones de pensamiento. Como tal, lo que puede hacer que este estado de interconexión en el exilio sea auténtico y práctico es una percepción empática de fraternidad. De esto podemos concluir que vivir en una tradición de pensamiento está automáticamente acompañado por un sentido de valores compartidos con otros miembros de la misma comunidad, pero que también está relacionado con lo que podríamos llamar un impulso universal, en el sentido de que su orientación hacia su propia experiencia vital se basa en la comprensión de otras comunidades como experiencias diferentes de la misma vida compartida. Mediante este toma y daca se crea algo que no existía antes para el creador en el exilio, y que existe a partir de este destino compartido. El entrar en la historia de un sufrimiento humano es lo que tenemos en común. Por tanto, podemos decir que el descubrimiento de un sufrimiento común es un resultado productivo del proceso dialogístico de pensar en el exilio. Cada alma exiliada se descubre a sí misma en las otras almas y, las otras almas en la primera al ver al mismo tiempo algo común y algo distinto. Como tal, se crea un sentido de la solidaridad no solo por la conciencia de las similitudes, sino también por las disimilitudes y las diferencias que existen entre las almas exiliadas y aquellas que comparten sus creaciones. Esta conciencia se basa en una respuesta dialogística.

El periodista iraní Akbar Ganji recoge la Pluma de Oro de la Libertad 2010

El periodista iraní Akbar Ganji recoge la Pluma de Oro de la Libertad 2010 concedida a su compatriota Ahmad Zeidabadi, periodista opositor encarcelado y exiliado. Hamburgo, Alemania, 6 de octubre de 2010. / Angelika Warmuth /EFE

Pero quien dice “respuesta” también dice “responsabilidad”. La responsabilidad empuja al alma exiliada a responder a la llamada del mundo y a crear un futuro que de otro modo no se produciría. Esta respuesta ética a la creación del alma exiliada es también una reacción contra la violencia del exilio. No puede haber un “ellos” y un “nosotros” en esta comprensión del exilio. Como tal, es el rechazo de la violencia del exilio lo que da significado a la naturaleza no violenta de la creación en el exilio. Por lo tanto, el diálogo como poder de comunicación que implica tanto “hablar” como “escuchar” tiene la capacidad de contribuir a la cultura de la no violencia. De este modo, pensar y crear en el exilio deben producirse en la deconstrucción de lo que justifica la violencia del exilio. Reforzar esta forma de pensamiento entre las almas exiliadas resulta ser un elemento de máxima importancia para combatir las calamidades de nuestro mundo que empujan a las personas al exilio. Esta conciencia ética no es específica de culturas y tiempos particulares. Es una constante ética universal que elimina la frontera tradicional entre quienes son los “otros” y aquellos que “habitan en los otros”. Por lo tanto, la creatividad en el exilio es un referente ético que proporciona el marco para una cultura de tolerancia y especialmente con respecto a cualquier forma de discriminación o actos de intolerancia contra las almas exiliadas. Debe dar voz a los exiliados sin voz del mundo que han sido silenciados por su pérdida de la patria. Exige un auténtico desafío ético y una verdadera responsabilidad. Significa una voluntad para revisar y transformar nuestra cultura mundial del exilio de una forma crítica y dialogística. Pero también significa que esta conciencia del exilio y esta tarea esencial de pensar en el exilio constituyen el esfuerzo de crear una ética mundial a través de las culturas.

Para aprender a pensar en el exilio más allá del sufrimiento, no solo tenemos que alterar y sacudir nuestros conceptos y categorías bien arraigadas, sino que nuestra tarea también consiste en resistir a nuestras cómodas y familiares categorías políticas y éticas, que nos alejan de una actitud intercultural y dialogística con respecto a las almas exiliadas. No debemos olvidar que, como decía Italo Calvino, “El lugar ideal es aquel donde es más natural vivir como extranjero”. Quizá ésta sea otra manera de decir que la terrible pérdida de experimentar el exilio se ve permanentemente socavada por los logros de pensar en el exilio.

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