Las relaciones de EEUU con el Magreb
Estados Unidos ha mantenido relaciones con la región del Magreb desde los orígenes de este país. A pesar de la distancia geográfica y de su papel periférico, fue un dirigente magrebí, el sultán de Marruecos, uno de los primeros en reconocer la independencia de Estados Unidos al poco tiempo de declararse. También el norte de África fue el escenario de la primera guerra que Estados Unidos luchaba fuera de su territorio, a comienzos del siglo XIX, en respuesta a los ataques de los piratas berberiscos contra los barcos mercantes estadounidenses. Sin embargo, el interés de Estados Unidos en la región durante los dos últimos siglos ha sido limitado, sobre todo por la gran influencia ejercida por las potencias europeas, y en concreto Francia, durante el periodo colonial y tras las independencias de los países magrebíes. El interés que Washington le ha prestado a los países del Magreb (Argelia, Libia, Marruecos, Mauritania y Túnez) ha tenido como objetivo mantener la estabilidad regional y promover sus intereses económicos, pero sobre todo ha sido mayor o menor en función del papel que jugaban esos países en distintos momentos (la Segunda Guerra Mundial, los procesos de descolonización, la Guerra Fría, etc.).
Mientras que los objetivos tradicionales de Estados Unidos en Oriente Medio durante la mayor parte del siglo XX estuvieron centrados en la lucha contra la influencia del comunismo, el acceso a los recursos petroleros y la defensa de la supremacía regional de Israel, en el Magreb también se persiguieron objetivos similares, aunque con una intensidad bastante menor. Estados Unidos no tuvo una importante presencia política o económica (aunque sí militar) en la región durante los períodos antes citados, y ésta no ocupó una posición preferente en los cálculos de los estrategas estadounidenses. Su importancia estaba ligada a la defensa de Europa Occidental durante la Guerra Fría (el Flanco Sur de la OTAN) y a impedir la infiltración soviética en la región. Por otra parte, aunque el volumen de los recursos petroleros en el Magreb es muy inferior a los existentes en el Golfo Pérsico, Estados Unidos y sus aliados no podían perder el acceso a esos recursos en condiciones ventajosas.
La importancia del Magreb durante la Guerra Fría estaba ligada a la defensa de Europa Occidental (el Flanco Sur de la OTAN) y a impedir la infiltración soviética en la región
Según indica el diplomático estadounidense Richard Parker, “en sus relaciones con el norte de África, Estados Unidos está considerablemente libre de ataduras extrarregionales. La zona es marginal en el conflicto árabe-israelí, no existe un lobby interno que esté apasionadamente interesado en lo que allí ocurra (…), no hay ningún grupo étnico grande en Estados Unidos que se identifique de cerca con el norte de África (…), ni los intereses estadounidenses en la región entran en conflicto con los de sus aliados”. Desde la independencia de Argelia, Francia y Estados Unidos han tenido posiciones bastante similares sobre el Magreb. Mientras que la competición entre ambos países ha estado centrada en su capacidad de influencia y de conseguir contratos en la región, sus objetivos estratégicos han sido similares, persiguiendo la estabilidad de la zona y una buena sintonía con los intereses occidentales.
RELACIONES BILATERALES Y VALOR ESTRATÉGICO
Libia entró en rumbo de colisión con Estados Unidos y algunos países europeos desde los años setenta. EEUU llegó a bombardear Trípoli y Bengasi en 1986 durante la presidencia de Ronald Reagan
Hasta la década de los noventa, Estados Unidos optó por mantener relaciones bilaterales con los países del Magreb, sin que tuviera un enfoque claro hacia el conjunto de la región como tal. En ese marco de relaciones, Marruecos y Túnez asumieron el papel de aliados incuestionables de Washington. Argelia, por su parte, desarrollaba una política activa dentro del movimiento de los países no alineados, lo que suponía estar lejos de la órbita política estadounidense, aunque no le impedía firmar grandes contratos con empresas estadounidenses en el sector de los hidrocarburos (del mismo modo que Marruecos firmaba importantes acuerdos para la venta de fosfatos a países del bloque soviético). Libia, con su tendencia a una política internacional errática, entró en rumbo de colisión con Estados Unidos y algunos países europeos desde los años setenta. El apoyo prestado por el régimen de Gaddafi a distintos movimientos armados, su intervencionismo en África y las acusaciones de cometer actos terroristas, hizo que Libia se viera sometida a diversas sanciones internacionales entre 1982 y 2004, siendo las más severas las impuestas por Estados Unidos, cuya aviación llegó a bombardear Trípoli y Bengasi en 1986 durante la presidencia de Ronald Reagan.
Hasta la década de los noventa, Estados Unidos optó por mantener relaciones bilaterales con los países del Magreb, sin que tuviera un enfoque claro hacia el conjunto de la región
Marruecos ha disfrutado desde hace décadas de una posición privilegiada en sus relaciones con Estados Unidos, con quien ha mantenido una colaboración estrecha en asuntos de interés para los norteamericanos: cooperación militar en el Mediterráneo y durante la Guerra del Golfo de 1991; lucha contra el comunismo en distintos países de África; mediación del rey Hasan II entre israelíes y palestinos, etc. Eso le ha valido a la monarquía marroquí un amplio apoyo diplomático, económico y militar por parte de Washington. De hecho, Marruecos es el segundo país árabe que más ayuda financiera estadounidense ha recibido después de Egipto. El apoyo militar se ha materializado en distintos periodos, como ocurrió a mediados de los setenta cuando Marruecos se hizo con el control del Sáhara Occidental, y en numerosas ocasiones después. En el ámbito institucional, tanto Marruecos como Túnez han gozado tradicionalmente de simpatías dentro del Congreso de Estados Unidos y de otras instituciones de la Administración de ese país, al ser considerados como dos aliados fiables dentro del mundo árabe y musulmán, y aun así poco hostiles hacia el Estado de Israel. Estos dos países magrebíes han hecho un amplio uso de su valor estratégico para Estados Unidos, más si cabe cuando sus relaciones con las potencias europeas (Francia, en concreto) pasaban por periodos puntuales de enfriamiento.
HACIA UNA VISIÓN DEL MAGREB COMO REGIÓN
El fin de la Guerra Fría, el surgimiento de Estados Unidos como única superpotencia, la creación de la Unión del Magreb Árabe (UMA) en 1989 y los avances en el proceso de integración europea cambiaron la visión que del Magreb se tenía en Washington y en otras capitales. La lógica de la integración económica regional se aplicó al Magreb con la intención de crear un mercado integrado que resultara más atractivo para las inversiones extranjeras y para el desarrollo de sus sociedades. En 1999 se lanzó la Asociación Económica entre Estados Unidos y el Norte de África (conocida como “Iniciativa Eizenstat”), limitada a los países del Magreb central (Argelia, Marruecos y Túnez), cuyo objetivo era reforzar las relaciones a través del aumento del comercio y las inversiones y la creación de puestos de trabajo en un mercado magrebí integrado con más de 80 millones de habitantes.
Mediante ese nuevo enfoque, Estados Unidos esperaba superar algunos problemas socioeconómicos del Magreb, junto con otras iniciativas ya existentes como la Asociación Euromediterránea, puesto que suponían un riesgo para la estabilidad de la región y de su vecindario europeo. Se esperaba, entre otras cosas, elevar el volumen del comercio intra-magrebí, que representa menos del 2% del total del comercio de la región, así como favorecer la reapertura de la frontera entre Argelia y Marruecos, cerrada en 1994 y que lo sigue estando desde entonces. Otros planes estadounidenses posteriores, como la Iniciativa para el Amplio Oriente Medio y Norte de África (BMENA, en sus siglas en inglés), han tenido objetivos parecidos. Sin embargo, la región sigue, a día de hoy, lejos de avanzar hacia la integración debido a la competición por la hegemonía regional y a la desconfianza mutua de sus dirigentes. Como consecuencia, los retos socioeconómicos siguen siendo enormes y la región tiene el potencial de convertirse en una fuente de inestabilidad para su entorno.
EL ISLAMISMO RADICAL Y EL RENOVADO INTERÉS EN EL MAGREB TRAS EL 11-S
Tanto Marruecos como Túnez han gozado tradicionalmente de simpatías dentro del Congreso de EEUU al ser considerados como dos aliados fiables dentro del mundo árabe y musulmán
Durante la Guerra Fría, una de las mayores preocupaciones de Estados Unidos en el Magreb era la amenaza de penetración del comunismo a través de los países próximos al bloque del Este, principalmente Argelia y Libia, lo que no llegó a producirse. Al poco tiempo de la caída del Muro de Berlín comenzó el periodo de gran inestabilidad interna en Argelia, a raíz del golpe de Estado militar de enero de 1992 y la cancelación de las elecciones que iban a dar la victoria a los islamistas del Frente Islámico de Salvación (FIS). La irrupción del islamismo radicalizado se convirtió en una nueva causa de preocupación para Estados Unidos y sus aliados europeos, que venía a reemplazar al temor que antes había del comunismo. El riesgo de colapso del Estado argelino era real, y eso a su vez producía pánico ante un posible contagio del poder movilizador del islamismo radical a otros países árabes y musulmanes. En esas condiciones, Marruecos adquirió una mayor importancia estratégica para Estados Unidos, y el Magreb pasó a ocupar una posición destacada en la lucha contra el radicalismo islamista a escala global.
Una de las muchas consecuencias de los atentados del 11 de septiembre de 2001 fue la intensificación de las relaciones de Estados Unidos con todos los países magrebíes, sobre todo en materia de seguridad y de lucha contra el terrorismo. El hecho de que numerosos individuos involucrados en actividades terroristas transnacionales procedieran del Magreb hizo saltar las alarmas sobre la peligrosidad de ese foco de radicalismo. Todos los regímenes magrebíes reaccionaron rápidamente para mostrar su apoyo al presidente George W. Bush y obtener así ventajas como aliados en su “guerra global contra el terror”. De esa forma, tendrían vía libre para combatir a los islamistas radicales –y no tan radicales– en sus propios países, así como a otros elementos opositores no violentos, sin ser criticados por los atropellos y excesos que se pudieran cometer. Un claro ejemplo de esa nueva orientación fueron las dos visitas casi seguidas que el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, realizó a la Casa Blanca en julio y noviembre de 2001, en las que consiguió apoyo político y equipamiento militar, que antes le estaba vetado, para el uso de las fuerzas de seguridad argelinas contra los grupos armados en distintas partes del país. Por otra parte, la extensión de la “guerra global contra el terror” a la zona del Sáhel –en la frontera sur del Magreb con el África negra– fue acompañada de distintas iniciativas estadounidenses, tanto militares como de asistencia antiterrorista, que abarca a los países de la región.
El caso más llamativo de renovadas relaciones entre Estados Unidos y un país magrebí se produjo con el menos esperado de todos: Libia
El estrechamiento de lazos entre Estados Unidos y los países magrebíes tras el 11-S queda reflejado en otros ejemplos. Por un lado, el 8 de junio de 2004 se concedió a Marruecos el estatus de aliado preferencial fuera de la OTAN, algo que pocos países tienen y que permitirá a Marruecos optar a un mayor número de contratos militares estadounidenses, así como investigaciones militares y programas de desarrollo controlados por el Pentágono. Una semana más tarde se firmó el tratado para crear una zona de libre comercio entre Estados Unidos y Marruecos (entró en vigor en enero de 2006), semejante a los ya firmados con Canadá, México, Israel y Jordania. Sin embargo, el caso más llamativo de renovadas relaciones entre Estados Unidos y un país magrebí se produjo con el menos esperado de todos: Libia.
Una de las muchas consecuencias de los atentados del 11 S fue la intensificación de las relaciones de EEUU con todos los países magrebíes, sobre todo en materia de seguridad y de lucha contra el terrorismo
El coronel Gaddafi, quien fuera antiguamente un archienemigo de Washington, había mostrado repetidamente su voluntad de “rehabilitarse” ante la comunidad internacional. En un informe de 1998, el Departamento de Estado estadounidense reconocía que “Libia no [había] estado implicado en ningún acto de terrorismo internacional durante varios años”. Gaddafi condenó rápidamente los atentados del 11-S y declaró que Estados Unidos estaba en su derecho de emprender represalias contra quienes los cometieron. Esto tenía su lógica, ya que el terrorismo yihadista no era sólo una amenaza para Estados Unidos, sino también para el propio régimen libio, cuyos servicios de inteligencia facilitaron a sus homólogos estadounidenses y británicos abundante información sobre al-Qaida y otros grupos integristas con implantación en el mundo musulmán. Esa colaboración, junto con la resolución de los principales litigios internacionales que afectaban a Libia, facilitaron que la Administración estadounidense anunciara en mayo de 2006 que retiraba a Libia de la lista de Estados que patrocinan el terrorismo y restablecía relaciones diplomáticas plenas con Trípoli, tras más de 25 años de ruptura. Detrás de esos movimientos diplomáticos estaban las grandes oportunidades económicas y comerciales que ofrecía Libia, tras años de sanciones y con abundantes ingresos de hidrocarburos, en un momento en que el régimen de Trípoli tenía como objetivo vital atraer grandes inversiones extranjeras directas y tecnología moderna para producir más petróleo y superar los efectos negativos de más de dos décadas de embargos y sanciones.
ESTADOS UNIDOS Y EL SÁHARA OCCIDENTAL
No se puede entender el conflicto del Sáhara Occidental sin la intervención de Estados Unidos. Ya desde los comienzos de la disputa territorial entre Marruecos y el Frente Polisario, Washington no vio con buenos ojos la creación de un Estado nuevo y poco poblado entre Marruecos y Mauritania por considerar que podría caer en la órbita soviética, a pesar de haber sido uno de los promotores de los procesos de autodeterminación en otras regiones. La monarquía marroquí recibió el apoyo incondicional de las potencias occidentales para mantener el statu quo creado tras hacerse con el control de casi todo el Sáhara Occidental en 1979. Sin embargo, Estados Unidos le pidió en numerosas ocasiones que hiciera una propuesta que todas las partes pudieran asumir con el fin de solucionar el conflicto y acelerar la integración regional. El papel de “mediador parcial” desempeñado por Estados Unidos en distintos ámbitos (negociaciones en la ONU, contactos directos entre las partes) no ha sido suficiente para dar con una salida pactada por todos, sobre todo por la falta de incentivo para que Marruecos –que domina el territorio disputado– presente un proyecto aceptable y con garantías de cumplimiento.
A pesar de su voluntad declarada de resolver el conflicto del Sáhara Occidental y favorecer la integración magrebí, Estados Unidos sabe que sus grandes intereses energéticos en Argelia pueden verse afectados si impone una solución favorable a Marruecos. Argelia, que apoya el proceso de autodeterminación que exige el Frente Polisario, cuenta con unas inversiones estadounidenses cercanas a los 5.300 millones de dólares –casi todas en el sector de los hidrocarburos– que son muy superiores a las que atraen los países vecinos. Asimismo, desde el 11-S Argelia ha prestado apoyo a la “guerra global contra el terror”, por lo que se ha ganado defensores entre el establishment de seguridad y defensa estadounidenses.
REFORMAS Y DEMOCRACIA
La visión, cada vez más extendida en Washington, del Magreb es la de un nuevo frente de batalla contra el yihadismo transnacional, encarnado en la organización de al-Qaida en las Tierras del Magreb Islámico
La Administración Bush hijo trató de lograr la cuadratura del círculo en Oriente Medio y el norte de África durante sus ocho años en el poder (2000-2008). Por un lado, quería romper con el apoyo tradicional de Washington a los regímenes autoritarios árabes con el fin de democratizar sus sistemas políticos. Por otro, pedía a los mismos regímenes su colaboración incondicional para luchar contra el terrorismo, aun a costa de que emplearan métodos nada compatibles con el respeto al Estado de Derecho y a las libertades de sus ciudadanos, y dejándoles un amplio margen para definir quién era terrorista.
Estados Unidos emprendió su campaña “democratizadora” en la región en 2003 con la invasión de Iraq, aunque pronto llegó a su fin, cuando en 2005 quedó patente el fracaso de su estrategia y las consecuencias desestabilizadoras de sus acciones. El Magreb no ha sido ninguna excepción. Desde entonces, Estados Unidos ha continuado con su política tradicional de defensa del statu quo mediante el apoyo a regímenes no democráticos que se presentan como los garantes de la estabilidad. Algunas críticas hechas durante ese breve periodo democratizador a países del Magreb, como Túnez, rápidamente desaparecieron de los discursos de la Casa Blanca y del Departamento de Estado. La visión, cada vez más extendida en Washington, de que el Magreb es un nuevo frente de batalla contra el yihadismo transnacional, encarnado en la organización de al-Qaida en las Tierras del Magreb Islámico, está dejando en un segundo plano los llamamientos a la democratización real de sus sistemas políticos como forma de combatir el malestar social. Al igual que en las regiones orientales del mundo árabe, la seguridad está prevaleciendo sobre otras consideraciones en la política exterior estadounidense hacia el Magreb, y lo seguirá haciendo salvo que se produzca algún cambio de fondo dentro de la región o que Obama quiera y pueda cambiar esa tendencia.