Saeed Laylaz
Economista y analista político iraní. [+ DEL AUTOR]

La organización de la economía.Demografía y mercado laboral

CONTEXTO ECONÓMICO DE LA REVOLUCIÓN

A diferencia de los eslóganes revolucionarios, que carecían de un contenido o un mensaje claro, sí eran bien precisos los antecedentes económicos que llevaron a la eclosión en Irán de la revolución en 1979, con el derrocamiento de la dinastía de los Pahlavi y de 2.500 años de régimen monárquico.

Entre los años 1962 y 1977 y dentro del marco de los tres planes quinquenales de desarrollo, el producto interior bruto (PIB) de Irán se multiplicó por diecisiete, pasando de 4.000 millones a 78.000 millones de dólares. Durante el mismo periodo, la renta per cápita se multiplicó por 11,5, pasando de menos de 200 a 2.100 dólares, una velocidad jamás repetida, ni antes ni después de esa época dorada. En 1977, había 270.000 personas desempleadas, cifra inferior a la de 1965, y que comprendía tan solo al 3% del total de la población activa. Frente a esta cifra, una fuerza de trabajo extranjera constituida por cientos de miles de personas hallaba ocupación en la industria iraní.

Terminal iraní del oleoducto que transporta crudo a través del Mar Caspio desde Turkmenbashi, en Turkmenistán, hasta la ciudad de Neka

Terminal iraní del oleoducto que transporta crudo a través del Mar Caspio desde Turkmenbashi, en Turkmenistán, hasta la ciudad de Neka, de donde se distribuye a otros puntos del país. Neka, 29 de abril de 2004. / Abedin Taherkenareh/EFE

La velocidad del crecimiento económico y la estabilidad política derivada de este permitían que para el sexto plan quinquenal de desarrollo, que comprendía los años 1978 a 1982, se previeran ingresos en divisas por valor de 141 mil millones de dólares. Se esperaba que el producto nacional bruto (PNB) superase los 120 mil millones de dólares tras la aplicación del sexto plan, y los 195 mil millones a finales de 1987. En ese año, la renta per cápita habría aumentado hasta los 4.500 o 5.000 dólares, alcanzando el punto que el Sha, durante sus diez últimos años de reinado, no se había cansado de prometer: “los umbrales de la Gran Civilización”. A finales de febrero de 1975, cuando el Sha proclamó la abolición del régimen multipartidista y la creación del partido único Rastajiz-e Melli (Resurrección Nacional), con la intención declarada de huir de los “modelos imitados a Occidente”, añadió que, para el año 2.000, Irán sería uno de los cinco primeros países del mundo.

De conformarnos con esta engañosa apariencia general, la revolución de 1979 nos dará la impresión de ser la transformación política más sin sentido del siglo XX. Sin embargo, como trasfondo de este rápido crecimiento en todos los frentes, se desarrollaba una fenomenal transformación de las relaciones políticas y sociales que en su fase final habría de conducir, inexorablemente, a una gran revolución política. En primer lugar, el rápido crecimiento económico marginaba al campo y al sector agrícola, tanto económica como social y políticamente, y ello después de un predominio absoluto de cuatro milenios. En la década de 1960, se llevaron a cabo con éxito, en menos de diez años, reformas agrarias que junto a un creciente desarrollo industrial, catapultaron de modo repentino a millones de habitantes del campo desde las relaciones cuasi medievales imperantes en el agro iraní a las relaciones cuasi modernas de la ciudad, con su predominio absoluto de la industria y los servicios. A lo largo de los quince años anteriores a 1978, la proporción de la población rural se redujo del 66 al 52%. Era tal la intensidad del éxodo rural a las ciudades, en particular hacia Teherán, que en 1986, según el censo de ese año, tan solo un tercio de los cabezas de familia residentes en Teherán había nacido en esta ciudad.

El rápido crecimiento económico durante los últimos años del Sha llevó consigo una transformación
de las relaciones políticas y sociales que habría de conducir a una gran revolución política

Paralelamente a este asalto de millones de habitantes del campo a los alrededores de las ciudades, y al cerco de las ciudades por campesinos, el sector agrícola perdía su predominio en las relaciones económicas con una velocidad siempre creciente en beneficio del petróleo, la industria y los servicios. La parte del sector agrícola en el PIB cayó del 35% del año 1960 al 8,5% de 1978. Durante el mismo periodo, la parte de la industria petrolera aumentó desde el 19,4 al 40,2%. Y esto no era todo. La producción per cápita de los empleados en la agricultura (es decir, los campesinos) se multiplicó en estos años por 2,7 y el crecimiento análogo de los empleados en la urbe se multiplicó por 12. Tan grande y tan profunda se hizo la brecha entre la mayoría rural y la minoría urbana, y en un lapso tan corto, que acabó por desbordar la capacidad de aguante de la mayoría de los 18 millones de habitantes del campo.

Además, dentro de las relaciones sociales intra-urbanas, así como en el campo, la situación de la distribución de la renta y la brecha entre capas sociales se agravaba más o menos a la misma velocidad. Según recoge un estudio oficial realizado por el Instituto de Planificación y Presupuestos, en el año 1977 el coeficiente de Gini había alcanzado en las zonas urbanas el 0,5 y en las rurales, el 0,45, lo que supone que en ambos casos, en comparación con seis años antes, había crecido en 0,07 puntos. En ese mismo año, el 20% superior de la sociedad urbana atesoraba el 56% del total de los ingresos, mientras que para el 40% inferior se reducía a únicamente el 11,5%, siendo este el mínimo nivel de ingresos y el mayor foso de ingresos en toda la historia del país, antes o después de la revolución. Un año antes de la revolución, un ciudadano perteneciente al primer diez por ciento de la población en ingresos poseía recursos 38 veces superiores a un ciudadano del último décimo. Seis años antes (es decir, en 1972), esta proporción era de tan solo 15. Nunca en la historia de Irán se ha producido un aumento tan brutal de la brecha entre niveles de ingresos en un periodo tan corto.

El gobierno liberal y anticomunista de Bazargan no tuvo más remedio que llevar a cabo una inmensa expropiación ante la huida al extranjero de los propietarios de las grandes empresas y la necesidad de poner en marcha la maquinaria económica y productiva del país

Con estos antecedentes, puede comprenderse que los elementos más importantes en el contexto económico de la eclosión de la revolución fueran el abandono de la mayoría rural y el sector agrícola en beneficio de la minoría urbana; el dominio del petróleo en la estructura económica; el agrandamiento sin precedentes de la brecha de ingresos, en especial en las ciudades; y el odio sin precedentes hacia la incipiente burguesía que, con su apoyo a las empresas occidentales, y en particular europeas, había adquirido en tan solo quince años el dominio exclusivo de todas las relaciones económicas y sociopolíticas del país. Abreviando, puede afirmarse que en cierto modo, la Revolución Islámica fue la revolución de los campesinos residentes en el campo y la ciudad contra la minoría urbana. La ideología religiosa propia de la revolución reflejaba estos orígenes específicos.

LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA DE LA REVOLUCIÓN

La revolución iraní nunca dispuso de una ideología económica clara que incluyese un plan ordenado para orientar los procesos económicos del país en una dirección determinada. Durante la mayor parte de la vida de la República Islámica, se ha tratado de poner fin de una vez a esta confusión, pero, en definitiva, esta no ha hecho sino incrementarse. En razón del carácter profundamente proletario de la revolución, la ideología económica del nuevo régimen tomó forma de modo ambiguo, impreciso y sin planificación meticulosa. Durante la gestación de la revolución y hasta el triunfo de esta, ninguna gran figura revolucionaria diseñó manifiesto alguno ni programa económico de mayor precisión. Desde los años anteriores a ese triunfo, los objetos fundamentales de la oposición ejercida por los principales líderes de la revolución (incluido el propio Ayatolá Jomeini) fueron la acción del Sha, en el sentido de la destrucción de la agricultura y el campo; el pillaje de los recursos económicos del país y, en particular, los petrolíferos, por los extranjeros, con el protector principal del régimen de los Pahlavi (los Estados Unidos de América) a la cabeza; y la dependencia creciente que sufría la economía nacional respecto al extranjero.

Entre los motivos de la oposición y las consignas económicas y políticas expresadas en el auge de la revolución, figuraban contestaciones deshilvanadas y siempre vagas a los capitalistas, contestaciones por lo general ambivalentes y, que, en todo caso, más que condenar el propio principio del orden capitalista, criticaba a los capitalistas ligados al régimen de los Pahlavi, muy escasos en número pero poseedores de inmensas fortunas. Esta ambigüedad o confusión era debida, en primer lugar, al carácter islámico de la ideología de la revolución, ya que los fundamentos del islam no presentan una oposición clara a los principios del capitalismo. Pero además, en segundo lugar, existía, por una parte, la influencia de las ideologías marxistas de los grupos terroristas prerrevolucionarios, que de modo natural confería al pensamiento islamista tonos radicales; y por otra, la abrumadora mayoría constituida por las masas desheredadas y sometidas a fuerte discriminación, que otorgaba a la ideología revolucionaria un carácter de reivindicación de justicia social y anticapitalista.

De modo que, en resumidas cuentas, los ideales económicos de la revolución consistían en la justicia social (y no en la aniquilación del capitalismo); la autosuficiencia económica y la liberación respecto al dominio de los extranjeros sobre la economía iraní; la liberación respecto a la exportación de crudo; y el retorno a la centralidad del sector agrícola (por medio de la consigna de la autosuficiencia alimentaria).

LAS TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS BAJO LA REPÚBLICA ISLÁMICA

1. Del triunfo de la revolución al final de la guerra Irán-Iraq (1979 a 1988)

La mayor transformación acaecida en los dos primeros años que siguieron al triunfo de la revolución fue la nacionalización de todos los bancos y empresas aseguradoras, así como de la totalidad de las grandes industrias que en julio de 1979 pertenecían a más de cincuenta grandes familias capitalistas. Por lo general, se atribuye erróneamente esta inmensa expropiación, sin precedentes en la historia de Irán, a la doctrina revolucionaria y su ideología económica. Pero la realidad es que el gobierno enteramente liberal y anticomunista de Mehdi Bazargan no tuvo más remedio que llevar a cabo esta inmensa expropiación para impedir la quiebra total del sistema financiero y productivo nacional, que había ya provocado convulsiones sociopolíticas y acrecentado el clima revolucionario reinante en el país.

El ataque masivo a Irán del bien pertrechado ejército iraquí en septiembre de 1980, puso en manos de Iraq un área de 20.000 kilómetros cuadrados de extensión de suelo iraní y causó al nuevo Estado revolucionario pérdidas instantáneas de miles de millones de dólares, convirtiendo en refugiados a cientos de miles de personas. Incluso pasando por alto esta guerra (la mayor guerra clásica del siglo XX tras la Segunda Guerra Mundial), el país se enfrentaba a desórdenes generalizados, y al inicio de una serie de atentados contra los dirigentes del gobierno. En menos de dos años, la producción de petróleo crudo se vio reducida de una media diaria de 5,9 millones de barriles a 1,7 millones en 1980 y, después, a 1,4 millones en 1981. A pesar de que, por efecto de la guerra, el precio medio del petróleo OPEP pasó de unos 12 dólares en 1978 a 32,5 en el año 1981, con lo que se compensaban las pérdidas debidas a la disminución de la producción, las condiciones sobrevenidas no permitían el control de la situación política, salvo a través de un total control sobre toda la economía por parte del gobierno.

Fue así por obligación como el gobierno de Mir Hosein Musavi (1980-1988), tras suceder con su inspiración más revolucionaria y radical al liberal de Meh­di Bazargan y a varios fugaces gabinetes provisionales, procedió a estatalizar al máximo la economía. El proceso de estatalización, en contra de lo que se suele pensar, se había intensificado con el tercer plan de desarrollo del Sha y el incremento de los ingresos del petróleo en los años 60. Pero la situación revolucionaria, y después bélica, hizo llegar este proceso a puntos culminantes y, más importante aún, lo hizo irreversible. Por los requerimientos de la guerra, el comercio exterior pasó rápidamente al control del Estado; la circulación de divisas quedó sometida a intensa supervisión y se instauró un sistema de distribución de bienes por cupones, único soporte de los soldados y los lisiados de guerra. En el espacio de seis años hasta 1983, la parte del consumo gubernamental pasó del 17 al 18,2% del PNB, y la parte del Estado en la formación de capital aumentó de un 27 a un 31%.

Algunas fuentes se muestran convencidas de que las pérdidas humanas de la guerra Irán-Iraq para el bando iraní alcanzaron el millón de personas, contando muertos, heridos y mutilados

Al parecer, como sucede siempre en la historia, la ideología cobró forma en torno al eje de una transformación histórica, y procedió a teorizar los acontecimientos del mundo de las realidades empíricas, otorgándoles una ideología revolucionaria religiosa. Con el recrudecimiento de la guerra y el agravamiento de la situación económica, en particular tras el intenso descenso del precio mundial del crudo a principios de 1986, el islam revolucionario comenzó a distanciarse del islam tradicional en el interior del sistema de gobierno, y la ideología económica izquierdista, basada en la necesidad del predominio absoluto del Estado sobre la economía, el debilitamiento de los capitalistas parasitarios y, en suma, el establecimiento de un sistema económico planificado por el Estado con la asunción por este de un máximo de responsabilidades, se transformó en la teoría dominante del gobierno de Mir Hosein Musavi. Los partidarios de las tesis de la libertad económica y de la mínima intervención del Estado en la economía fueron expulsados del sistema de gobierno bajo la presión de las condiciones económicas, en vías de agravamiento. Las ideas anticapitalistas pasaron así a formar parte de la ideología de la revolución de modo formal, con lo que durante la mayor parte de la vida de la República Islámica, se ha difundido este pensamiento, al menos en el orden de la propaganda.

Al margen de la estatalización de la economía, la guerra de ocho años entre Irán e Iraq ocasionó pérdidas irrecuperables en las capacidades materiales y humanas de Irán. Algunas fuentes se muestran convencidas de que las pérdidas humanas de la guerra para el bando iraní alcanzaron el millón de personas, contando muertos, heridos y mutilados. Además, la estimación de los daños materiales directos infligidos por la guerra oscila de 100 mil millones a un billón de dólares. Como hemos señalado, entre los grandes perjuicios causados por la guerra está la radicalización del pensamiento económico dominante entre un importante sector de los revolucionarios, lo que se manifestó bajo la forma de la teoría del control de la economía por el Estado, sin que esta teoría haya abandonado jamás las estructuras del poder político. Por efecto de la guerra y sus consecuencias, entre las que se cuenta una marginación máxima en la economía del sector privado, en 1988 la renta nacional del país había caído en un 43% a precio constante desde su cifra máxima del año 1976. En estos doce años, la depreciación del capital constante del país aumentó en un 112%, y la inversión neta per cápita experimentó una pasmosa disminución de más del 69%, llegando casi a cero. En 1988, la renta per cápita se había reducido a un 28% de la cifra de 1976. En lo que en términos históricos no es más que un abrir y cerrar de ojos, la nación se precipitó de los umbrales de la Gran Civilización del Sha a los abismos de un país medio en ruinas, que se debatía con la cuestión de la supervivencia cotidiana.

Tras la desaparición de Jomeini y Montazeri, y ante la ruina económica del país, se pasó a una menor intervención estatal, la defensa de los capitales privados y extranjeros, la privatización de las empresas y la apertura de la Bolsa de Teherán

Entre los interesantes prodigios de la historia se cuenta el que la guerra entre Irán e Iraq redundara en la venganza cobrada por el sector agrícola sobre los demás sectores de la economía, en particular el petrolero. Contra el curso natural de las cosas, en los diez primeros años de República Islámica y en los años de la guerra, la parte del sector agrícola en el PIB aumentó de modo considerable, a diferencia de los años anteriores y posteriores. Esta parte pasó así del 7,3% en 1977 al 15,9% en 1988. En el mismo periodo, la parte del sector petrolero cayó del 31,6 al 16,1%. De modo global y por efecto de la guerra, la capacidad iraní de producción de petróleo, que antes de la revolución rondaba los 6 millones de barriles diarios, en 1988 se había reducido hasta los 2,2 millones de barriles al día: una disminución del 62%.

2. Periodo de reconstrucción y liberalización económica

El final de la larga, cruenta y destructiva guerra entre Irán e Iraq llegó más o menos al mismo tiempo que otro gran acontecimiento político que tuvo efectos decisivos sobre la orientación del rumbo económico de la República Islámica. Diez meses después de la aceptación del cese el fuego por Teherán, falleció el líder de la revolución, el Ayatolá Jomeini. Breve tiempo antes y en consecuencia de las transformaciones políticas internas, había sido apartado de los círculos de poder el segundo clérigo de alto rango del Estado, el Ayatolá Montazeri. Desaparecidos estos dos líderes, se abría el camino para una mutación fundamental en la estructura del poder político, con el relevo del predominio de las teorías económicas radicales y estatalistas por el de las liberales. La ruina económica del país y la extraordinaria necesidad de recursos financieros privados y extranjeros desempeñaron también por sí solas, cierto es, un papel vital en este giro copernicano. En un breve lapso, los métodos basados en una intervención máxima del gobierno en la economía abrieron paso a una menor intervención; las consignas anticapitalistas dejaron lugar a la consigna de la defensa de los capitales privados y extranjeros; la bolsa de valores de Teherán, clausurada durante doce años como símbolo de los juegos de azar (considerados pecaminosos) del régimen capitalista, fue reabierta en 1990; la privatización de cuanto hasta ese momento había sido expropiado o bien era estatal desde el principio, entró en el orden del día.

Por influencia del nuevo clima político y social, de un lado, y de la crisis de la Primera Guerra del Golfo, por otro, se pusieron a disposición de Irán sumas astronómicas (cerca de 30 mil millones de dólares) en créditos a corto y medio plazo, principalmente facilitados por los países europeos, especialmente Alemania. El gobierno de Hashemi Rafsanyani (1989-1997) consiguió así revitalizar parte de la capacidad productiva del país, concentrándose en la industria petrolera; y mediante una mayor venta de petróleo, encarecido a resultas de la Guerra del Golfo, pudo proceder a reconstruir la destrozada economía. La inversión nacional aumentó a precio constante en un 111% en el espacio de cuatro años, dejando atrás en 1992 el record de antes de la revolución (1978). A pesar de todo, desde el principio de la reconstrucción en el año 1989, hubieron de pasar aún doce años para que en 2002, la renta nacional de los iraníes sobrepasara la marca precedente, del año 1976.

El segundo cuatrienio presidencial de Hashemi Raf­sanyani transcurrió entre el tratamiento de los efectos de los fallos de gestión económica y las rivalidades políticas suscitadas por la puesta en marcha de la política de moderación y la liberalización de la economía. Por un lado, los conservadores contemplaban con terror la posibilidad de ver convulsionarse la estructura del poder político; por otro, las izquierdas marginadas por los cambios que siguieron al deceso de Jomeini se veían compelidas a enfrentarse a los programas económicos liberales del gobierno de Rafsanyani. Esta doble presión, unida a la crisis de divisas producida por el vencimiento de los préstamos adquiridos principalmente a corto plazo, influyó gravemente en el proceso de reconstrucción económica del país, provocando una disminución severa de la inversión, así como una disminución en la tasa de crecimiento económico. Por otra parte, da la impresión de que durante la presidencia de Rafsanyani, el sistema de gobierno de la República Islámica había quedado atrapado en el mismo circuito cerrado en el que había funcionado el régimen de los Pahlavi en sus últimos quince años. Mientras la necesidad imperiosa de reconstruir la economía conducía a la liberalización económica, el espacio político, en razón de la necesidad de preservar la unidad (o bajo ese pretexto) se había cerrado todavía más. De este modo, una vez más la perestroika se adelantó a la glasnost, malogrando el equilibrio político-económico de la sociedad. Malogro que desembocó en el surgimiento del movimiento de la sociedad civil y en los ocho años de presidencia de Muhammad Jatami (1997-2005).

El movimiento de la sociedad civil del año 1997, al igual que los principios de la revolución de 1979, era fundamentalmente no económico, propiciado por el retraso de la evolución política y de las libertades civiles respecto de la reconstrucción económica. En 1997, la economía había recorrido ya buena parte del proceso de reconstrucción gracias a la prioridad concedida por el gabinete de Rafsanyani a la inversión, con lo que se habían compensado parte de las pérdidas causadas por las transformaciones económicas del primer decenio de revolución. En un principio, el gobierno de Jatami se opuso a Rafsanyani y a las realizaciones y planteamientos económicos de su gabinete, criticando la estrategia de liberalización económica. Los aliados de izquierda de Jatami, por su parte, censuraban severamente los planteamientos económicos liberales. Pero rápidamente se comprobó que la liberalización económica, en un país como Irán que aún no ha llegado a los límites de renta nacional del régimen anterior ni a sus ingresos en divisas, más que una cuestión de gustos políticos, era una necesidad ine­ludible.

Así, en su práctica de gobierno, el gabinete de Jatami se vio obligado después de dos años a retomar el camino emprendido por el ejecutivo de Rafsanyani: liberalización económica, atención a la atracción de capitales privados y extranjeros, fortalecimiento de los mercados financieros… La estrategia de desarrollo político de Jatami, enfrentada a la resistencia de los conservadores tradicionales en el poder, a los que apoyaban además ahora paramilitares radicales de nuevo cuño, se vio más o menos abocada a un callejón sin salida, con lo que obligadamente recondujo su trayecto por la senda del impulso al crecimiento y el desarrollo económico. A partir de 1999, a resultas de la evolución económica internacional, comenzó la más larga serie de incrementos en el precio del petróleo habida, que duró aproximadamente diez años, sometiendo en particular a su influjo, con el incremento de los ingresos de divisas, el segundo ciclo presidencial de Jatami y acelerando a su vez el crecimiento económico del país. Los esfuerzos de Jatami para reducir tensiones en el ámbito de las relaciones internacionales y, en particular, su política de mirada hacia Occidente fueron también un factor de peso en la aceleración económica.

En este periodo ocurrió una traslación sin apenas precedentes y más o menos sorprendente de la lucha contra los capitalistas parasitarios, que pasó de las antiguas izquierdas, que investidas ahora del poder ejecutivo transitaban por la senda de la liberalización económica, a convertirse en la consigna principal de los conservadores tradicionales, el clero derechista y los nuevos radicales, que una vez en la oposición se veían fuertemente necesitados de esta consigna para atacar al gobierno de Jatami y poner en entredicho su legitimidad.

Es de justicia iniciar el juicio de las realizaciones económicas de la República Islámica a partir de 1989, ya que durante los diez primeros años de revolución, desórdenes de categoría fundamental y ocho años de guerra con Iraq impidieron a las autoridades del Estado llevar a cabo iniciativas económicas serias. Teniendo esto en cuenta, durante los dieciséis años que precedieron a 2005 y que incluyen dos presidencias de Akbar Hashemi Rafsanyani y otras tantas de gobierno de Muham­mad Jatami, el crecimiento medio de la economía iraní llegó casi al 5% anual. La renta nacional a precio constante batió en 2002, por primera vez, el récord de 1976. Pero la renta per cápita, a pesar del 130% de incremento experimentado durante estos dieciséis años, seguía siendo en 2005 un 35% inferior al récord histórico de 1976.

Soldados en la ceremonia de conmemoración del inicio de la guerra con Iraq

Soldados en la ceremonia de conmemoración del inicio de la guerra con Iraq. Teherán, 21 de septiembre de 2002. / Abedin Taherkenareh/EFE

Ninguno de los gobiernos posrevolucionarios ha conseguido dar a la economía el impulso necesario para que se incremente el crecimiento económico, el bienestar social y el nivel de vida hasta sobrepasar los niveles alcanzados antes de la revolución

3. El gobierno de Ahmadineyad: vuelta a los fundamentos

Si habían sido ambiguos, imprecisos y carentes de codificación los principios económicos fundamentales de la revolución, las consignas de regreso a los fundamentos de Mahmud Ahmadineyad, quinto presidente de la República Islámica, poseen las mismas características. Ahmadineyad propuso eslóganes económicos electorales centrados en ideas como la extensión de la justicia social, la lucha contra los saqueadores del tesoro público y la transferencia del dinero del petróleo a la mesa de la gente, ideas que en su totalidad, y especialmente esta última, figuraban entre los eslóganes revolucionarios fundamentales. En la experiencia vivida hasta el momento, y al menos hasta el final del primer ciclo presidencial de Ahmadineyad, coincidente con el trigésimo aniversario del triunfo de la revolución, no se ha diseñado ninguna estrategia clara que permita alcanzar dichos objetivos y, como expondremos de modo sucinto, lo llevado a cabo no ha sido sino una serie de medidas de redistribución de la riqueza inconexas y faltas de coordinación que, pese a crear serios trastornos en el sistema económico, no han logrado avanzar un ápice en la mejora de esa distribución ni en la reducción de la brecha social entre clases.

Tal vez la transformación más importante acaecida durante el mandato presidencial de Mahmud Ahmadineyad haya sido el notable incremento de los ingresos derivados del petróleo, debido a la subida sin precedentes del precio del crudo en los mercados mundiales. De julio de 2005 hasta finales de junio de 2008, la suma de las divisas ingresadas gracias a la exportación de hidrocarburos superó los 207 mil millones de dólares, y se estima que, a pesar del acusado descenso de los precios mundiales del crudo a partir del año 2008, esta cifra rondará para los cuatro años de presidencia de Ahmadineyad los 260 mil millones de dólares. El valor de estas exportaciones durante estos cuatro años supera de tal modo al conjunto de los ingresos de divisas del gabinete de Rafsanyani durante sus ocho años de mandato (1989-1996), que estos (126 mil millones de dólares) apenas constituyen un 51% de aquellos. Y aún los ingresos totales de divisas petroleras correspondientes a los ocho años de presidencia de Jatami (173 mil millones de dólares) no representan sino un 66% de las sumas percibidas durante los cuatro años de Ahmadineyad. Si los ingresos anuales medios del gobierno de Rafsanyani fueron de 16 mil millones de dólares y los de Jatami de 22 mil millones, los de Ahmadineyad han sido de 69 mil millones de dólares. A pesar de esta triplicación de los ingresos de divisas obtenidos por exportación de crudo, la tasa media de crecimiento económico anual entre 2005 y 2007 fue de 6,26%, mientras la cifra correspondiente a los tres últimos años de Jatami había alcanzado el 6,3%.

LA ECONOMÍA IRANÍ 30 AÑOS DESPUÉS DE LA REVOLUCIÓN

Características principales. Macroindicadores

Para ser justos y teniendo en cuenta que la Revolución Islámica no había hecho ninguna promesa clara y precisa de índole económica al pueblo iraní, no puede hablarse propiamente de logros o realizaciones de la revolución. En el ámbito macroeconómico, el PIB de 2008 superaba al de 1976 en un aproximado 110%, habiendo experimentado durante los últimos 30 años un incremento anual medio del 3%. Esta tasa de crecimiento fue durante los diez primeros años de revolución de signo negativo: un -1,6%; durante los ocho años de presidencia de Hashemi Rafsanyani ascendió hasta un 5,9%; en los ocho años de gobierno de Jatami se situó en el 4,3%, y durante los cuatro años de mandato de Ahmadineyad habrá sido de un 6,2%. En los últimos veinte años, el índice anual medio del crecimiento económico ha alcanzado así un 5,3%. Sin embargo, al haberse duplicado la población iraní en estos treinta años, pasando de 36 millones de personas a unos 72 millones, el PIB per cápita apenas se ha incrementado en un 15%. En comparación con el mejor año de la historia económica iraní, es decir 1976, el año pasado el PIB per cápita se había incluso reducido en un 2%. Vemos así que en las tres últimas décadas, desde un punto de vista económico y de producción per cápita, los iraníes han quedado estancados y que las distintas gestiones políticas postrevolucionarias no han podido crear la más mínima mejora en la producción per cápita.

Si bien las estadísticas disponibles sobre renta nacional y renta per cápita cubren solo hasta el año 2004, la situación en este campo es aún peor. A precio constante, la renta per cápita en 2004 era tan solo un 62% de la que fue en 1976. Suponiendo que pueda proyectarse el ritmo de crecimiento económico de los tres últimos años sobre el crecimiento de la renta nacional, a finales de 2008 la renta per cápita habrá alcanzado el 75% de la cifra de aquel año, lo que muestra una notoria caída de los indicadores de bienestar y nivel de vida durante los últimos 30 años. A finales de 2008, la inversión bruta per cápita correspondía únicamente a un 40% de la cifra de 32 años antes. Por lo tanto, en la práctica, ninguno de los gobiernos posrevolucionarios ha conseguido dar a la economía nacional el impulso necesario para que, mediante la atracción de mayores capitales, se incremente el crecimiento económico y, con él, el bienestar social y el nivel de vida hasta sobrepasar cuando menos los niveles alcanzados antes de la revolución. Y ello a pesar de que del total de los casi 750 mil millones de dólares de ingresos de divisas por exportación de crudo durante el último siglo, ni siquiera 115 mil millones (el 15%) fueron obtenidos antes de la revolución, mientras que los gobiernos posrevolucionarios se han beneficiado de todo el resto (635 mil millones). Cerca de un tercio del total de los ingresos petroleros de toda la historia de Irán corresponden a los cuatro años de gobierno de Mahmud Ahmadineyad.

Entre las causas y antecedentes económicos que pesaron en el desencadenamiento de la revolución se cuenta la aceleración del índice de inflación en los últimos cinco años del régimen de los Pahlavi, cuando esa tasa pasó repentinamente desde la media del 2,6% anual de la década de los sesenta, a un 16% anual entre 1973 y 1978. Durante los años posteriores a la revolución, no solo el índice de inflación no experimentó ninguna mejora, sino que alcanzó dimensiones y ritmos inauditos en la historia económica de Irán, incrementándose en algunos años hasta el 50% (1995). En 2008, el índice de inflación era del 25% y, de modo general, en este año el nivel general de los precios ascendió hasta ser 193 veces superior al de de 1978, 30 años antes. En estos años, el índice medio de inflación ha sido de aproximadamente el 19,5% y salvo en los años 1985 y 1990, jamás ha sido de una sola cifra.

Cerca de un tercio del total de los ingresos petroleros de toda la historia de Irán corresponden a los cuatro años de gobierno de Ahmadineyad

Desempleo

El índice de desempleo, que en los años anteriores a la revolución jamás alcanzó el 3%, se incrementó fuertemente tras la revolución a causa de la falta de una inversión suficiente y acorde con el crecimiento poblacional, y a finales de 2008 ascendía al 11%. En los últimos treinta años, mientras la población iraní se duplicaba, la cifra oficial de desempleados se ha multiplicado por diez. Además, a causa del mayor control de la economía por el Estado, el paro oculto bajo la forma de productividad reducida se ha incrementado también, convirtiéndose en uno de los problemas fundamentales de la economía. El empleo desempeña un papel crucial en el desarrollo de la justicia social y la reducción de la brecha social. Por ello, la quintuplicación del número de parados en proporción al total de la población refleja bien el grave estado de los indicadores sociales de la estructura económica iraní.

La reducción de la dependencia del petróleo

En lo tocante a la realización de los ideales económico-sociales de la revolución, en términos generales, la situación no ha sido demasiado satisfactoria. En cuanto a la reducción de los ingresos del petróleo, las importaciones pasaron de 13,5 mil millones de dólares en 1978 a cerca de 70 mil millones en 2008. El conjunto de los pagos corrientes de Irán en 2008 prácticamente se ha cuadruplicado en relación con los de 1978, y la importación de mercancías se ha multiplicado por cinco. A pesar de todo, ya sea por los planteamientos de autosuficiencia económica o por las presiones políticas y económicas ejercidas sobre el país, el valor de las exportaciones no petroleras en estos treinta años se ha multiplicado por 37, pasando de 543 millones de dólares en 1978 a más de 20 mil millones en 2008. El nivel de dependencia del presupuesto gubernamental respecto a la renta petrolera, que en 1978 era más o menos del 63%, superó el 64% en 2007, y se estima que en 2008 más del 70% de los gastos corrientes y de desarrollo de infraestructuras del gobierno provengan en exclusiva de los ingresos del petróleo. Treinta años después de la revolución, la dependencia respecto a la renta petrolera a la hora de cubrir los gastos, en lugar de reducirse se ha incrementado.

La justicia social

Así como la causa y origen de tipo económico más importante en el desencadenamiento de la revolución fue la brecha social entre clases sin precedentes del régimen de los Pahlavi, probablemente el fracaso económico de la revolución en los últimos treinta años se ha producido también en este mismo terreno. El ideal de justicia social es de tal importancia para los iraníes que aún hoy es un factor de peso en las rivalidades políticas internas del país, y puede empujar a millones de personas a depositar su voto en beneficio de una u otra corriente política.

Treinta años después de la revolución, la dependencia respecto a la renta petrolera a la hora de cubrir los gastos en lugar de reducirse se ha incrementado

Las estadísticas publicadas por el Centro Estadístico de Irán (CEI) muestran que el estado de la brecha social ha mejorado respecto a los últimos años de los Pahlavi, pero sin superar la situación de principio de la década de los setenta. Las últimas cifras publicadas en relación con el coeficiente de Gini pertenecen al año 2006, situándolo en un 0,63 similar al del año 1972. Todo indica que con el aumento de la inflación en los años 2007 y 2008, el coeficiente de Gini habrá aumentado a finales de 2008 hasta aproximadamente un 0,45, que en comparación con el 0,41 de 2002 pone de relieve un rápido empeoramiento y es equivalente a los índices de la brecha social existente en 1971.

A pesar de que los indicadores existentes no muestran una buena situación en comparación con los países vecinos o equiparables a Irán, sí se desprende de ellos una mejora en la distribución de la renta nacional respecto a los años que precedieron a la revolución. Si en 1978 el 10% de la población más aventajado en renta de las ciudades poseía unos ingresos 38 veces superiores al décimo más desfavorecido, la proporción análoga en los últimos cuatro años ha sido de 14,5. En los pueblos, la diferencia de ingresos de los mismos grupos se ha reducido de una proporción de 32/1 a otra de 18/1.

Con todo, no ha de olvidarse que los efectos de la reducción de la brecha entre clases apenas se han hecho notar. Las estadísticas actuales reflejan que entre 15 y 20 millones de iraníes viven bajo los umbrales de la pobreza, y entre 2 y 3 millones, en la pobreza absoluta, y ello mientras en 2007 la renta per cápita iraní ascendía gracias a las exportaciones de crudo hasta unos 1.200 dólares. Esta cifra, que muestra una renta per cápita superior a la de muchos grandes países africanos y asiáticos, revela que las políticas de erradicación de la pobreza y desarrollo de la justicia económica han obtenido más fracasos que éxitos. Treinta años –o aún veinte si no tenemos en cuenta la primera década de revolución– es tiempo más que suficiente para crear una transformación en las estructuras de ingresos y gastos de una sociedad. El atractivo ejercido por el eslogan de justicia después de todos estos años muestra que ese gran ideal de la revolución no ha sido realizado.

Los logros de Irán en el terreno de la justicia social pueden ser sopesados con otro prisma, evaluando la posición del país a nivel mundial: hasta el año 2005, el lugar de Irán en los índices de desarrollo humano (IDH) de 177 países era el número 94. San Vicente y Granadinas, Islas Fiyi, Túnez, Filipinas, Ecuador, Líbano, Perú, Turquía, China, Tailandia, Colombia, Venezuela y decenas de otros países en vías de desarrollo, aún sin gozar de la experiencia de décadas revolucionarias o de fortunas infladas por el petróleo de 650 mil millones de dólares, ostentan posiciones mejores que la iraní en esta acreditada medición mundial.

Lo interesante es comprobar que la posición de Irán desde el punto de vista del PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo es mucho mejor que su posición global. Así, Irán con sus 8.000 dólares de PIB per cápita se sitúa en la posición 71, es decir 23 puestos por delante del que ostenta en el indicador de desarrollo humano. Estas cifras muestran que el fuerte incremento de los ingresos en divisas no ha sido en absoluto capaz de contribuir a elevar globalmente el nivel de vida de los iraníes y mejorar sus índices de desarrollo. A modo de ejemplo, en la actualidad, el PIB per cápita de Albania ronda los 5.400 dólares (un 32% inferior al iraní) y, sin embargo, este país se sitúa en el puesto 68 en el indicador de desarrollo humano, muy por encima del 94 de Irán.

Entre los años 1975 y 2005, el indicador de desarrollo humano de Irán se ha mejorado en un 33%. Otros países han experimentado mejoras del 63% (Egipto), 50% (Pakistán), 49% (Marruecos), 48% (India), 47% (China) 33% (Arabia Saudí), 31% (Malasia) o 30% (Turquía), lo que muestra que en este aspecto, el ritmo de mejora de los índices de desarrollo humano y económico de Irán es inferior al de la mayor parte de los países vecinos o equiparables.

Entre las consecuencias de la prevalencia de condiciones revolucionarias y de emergencia en la economía iraní durante las tres últimas décadas, se cuenta la transferencia de poder a instituciones económicas relacionadas con las fuerzas armadas. De este modo, el peso adquirido en la actividad económica nacional por el sector militar es de tal importancia que no podrá dejar de influir directamente en la cuarta década de revolución.

Grandes logros

Centro comercial la víspera del Año Nuevo iraní

Centro comercial la víspera del Año Nuevo iraní. Teherán, 19 de marzo de 2004. / Abedin Taherkenareh/EFE

El estudio de la masa de estadísticas y cifras oficiales, y su cotejo con los indicadores correspondientes de antes del triunfo revolucionario, conduce a la conclusión de que la revolución de 1979, tal vez por la carencia de una estrategia económica y social clara, no se ha saldado con éxito en el campo de la economía. Aún así, no ha de olvidarse que la revolución realizó hasta cierto punto un gran objetivo que era en realidad su misión esencial: la transformación de una sociedad fundamentalmente agraria en que las relaciones sociales eran de tipo medieval en una sociedad urbana de relaciones modernas.

Ante todo, el papel destacado e incluso determinante del campo y la población rural emigrada a la ciudad en la revolución ha hecho que esta preste grandes servicios a la agricultura. Podría decirse que, en realidad, se estableció como misión esencial de la revolución la compensación del abandono del campo y la agricultura por el Estado durante los últimos quince años del régimen de los Pahlavi. Esta transformación (el cambio económico más importante acaecido en Irán por efecto de la revolución) ha dejado su huella más evidente e inmediata en la parte del PIB correspondiente al sector agrícola. Esta parte, que durante los últimos años del antiguo régimen había caído desde el 35% en 1960 hasta el 8,5% en 1978, volvió a incrementarse a contracorriente de todos los registros de la historia del desarrollo, de tal modo que en 1988 recuperó el 16%. En los años transcurridos entre 1978 y 1988, el valor agregado del sector petrolero disminuyó en un 45%, mientras el del sector minero e industrial descendía también por su lado en un 17%. Al verse envuelto Irán en la guerra con Iraq, en estos años el PIB iraní se redujo en un 17,5%, a pesar de lo cual y, en medio de la corriente general de declive en todas las áreas económicas, el sector agrícola fue el único que no solo no se vio envuelto en una reducción de su valor agregado en términos absolutos, sino que este creció en un 55%. Esto muestra que en los momentos agudos de la guerra y conflictos de la República Islámica, el aspecto al que dedicó sus mayores atenciones, y allá de donde provenían la mayor parte de los combatientes (aunque no todos) era el campo.

El ideal de justicia social es de tal importancia para los iraníes que aún hoy puede empujar a millones de personas a depositar su voto en beneficio de una u otra corriente política

En los últimos 30 años, el estado de la brecha social ha mejorado respecto a los últimos años de los Pahlavi, pero sin superar la situación de principio de la década de los setenta

Los éxodos internos provocados durante los ocho años de guerra por la invasión de las regiones del sudoeste y el oeste iraní, zonas en parte fuertemente pobladas; los importantes desplazamientos de tropas desde distintas zonas hacia el frente; y la continuación e intensificación del éxodo rural, en especial hacia las grandes ciudades, contribuyeron a que entre los años 1976 y 1986 se sumaran veinte municipios al número de las grandes ciudades del país (100.000 habitantes o más). En estos mismos diez años, la población de las ocho mayores ciudades de Irán aumentó en un 55%, y ello mientras la población total del país aumentaba en un 47%. De modo general, la proporción de la población rural ha descendido: si en 1978 superaba el 52%, en 1986 representaba el 45%, en 1996 el 38% y en 2006 había descendido hasta el 32% del total. En las tres últimas décadas, la población urbana ha aumentado en 33 millones de personas, pero la rural lo ha hecho solamente en 4 millones, lo que por sí solo evidencia la intensidad y la velocidad de la transformación del medio humano iraní en estos años. Entretanto, mientras el número de los empleados en el sector agrícola aumentaba en un 61%, el valor agregado de dicho sector hacía lo propio a precio constante en un 270%. Las proporciones análogas del sector minero e industrial son 104 y 288%, lo que muestra que el crecimiento del valor agregado per cápita de los empleados en el sector agrícola ha superado durante estos treinta años en un 21% al crecimiento análogo para los empleados del sector industrial. De modo particular durante la primera década de revolución, la única clase social cuyo poder adquisitivo per cápita aumentó realmente, fueron los campesinos.

De este modo, la misión histórica única emprendida por el régimen de los Pahlavi en sus últimos quince años de vida con sus reformas agrarias y la aplicación de tres planes de desarrollo, que la monarquía no tuvo la capacidad ni la legitimidad necesarias para llevar a cabo, quedando sepultada bajo su inmensidad, ha sido culminada más o menos con éxito por la Revolución Islámica y el régimen político surgido de estos acontecimientos. En el transcurso de esta transformación histórica, gigantescas olas humanas se abalanzaron durante las décadas de 1960 a 1980 desde el campo hacia las ciudades, cercándolas y alterando su estructura hasta derruirla, para finalmente instalarse en ellas y convertirse hoy aquellos campesinos en ciudadanos. El paso de un sistema cuatrimilenario de predominio del campo a uno de predominio de las ciudades fue así la misión esencial de la revolución de 1979, misión cumplida con éxito.

Traducido por Manuel Llinás Aguilera

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