María Jesús Merinero
Profesora de Historia Contemporánea, Universidad de Extremadura. Autora, entre otras, de la obra “Resistencia creadora en Irán”. [+ DEL AUTOR]

La fuerza de Irán

La originalidad de la revolución iraní, que portaba una alternativa islámica, desconcertó a un mundo hasta entonces acostumbrado a las adscripciones bipolares. La aportación política de la revolución ocultó el significado profundo de la ruptura que supuso esta revolución social, la más importante en la segunda mitad del siglo XX.

Después de treinta años de República Islámica, el balance más significativo es social y cultural. La sociedad iraní es eminentemente joven –un 60% de la población tiene menos de 25 años y no ha vivido la revolución– urbanizada y con acceso masivo a la universidad –las mujeres suponen un 60% de los estudiantes universitarios y con importante presencia en los consejos estudiantiles–. Estos cambios sociológicos muestran la existencia de nuevas generaciones educadas, modernas y capaces de pensar y decidir autónomamente. Esta autonomía se refleja en otros significativos comportamientos que atañen a su vida privada como: la edad de matrimonio entre los jóvenes, que ha pasado de los 19 años en 1977 a los 22,4 en 1997; la extensión de los medios de control de la natalidad (desde 1986 tienen 2,2 hijos por mujer frente a los 7,2 en 1976); el aumento masivo de los divorcios (en 2001-2002 la tasa de divorcios en el ámbito urbano era del 10%); y, a la vez, se han modificado los hábitos de sociabilidad a través de grupos artísticos, literarios, políticos, filosóficos o religiosos, no estatales.

Asistentes a una reunión de disidentes iraníes

Asistentes a una reunión de disidentes iraníes. Teherán, 15 de diciembre de 2004. / Abedin Taherkenareh/EFE

Estos cambios sociológicos van acompañados por la emergencia en el campo social público de los intelectuales, las mujeres y los jóvenes, que conforman los movimientos de renovación intelectual y socio-política que se están produciendo en Irán. Resulta llamativo comprobar como estos movimientos son desatendidos o silenciados incluso cuando el islam, y en concreto el devenir de Irán, son objeto de una constante y ruidosa publicidad. Pareciera que estos movimientos, animados por la tolerancia y la apertura de espíritu, no interesaran a nadie al no generar violencia.

El conocimiento de las iniciativas más prometedoras en el plano intelectual, religioso y sociopolítico, se ha visto relegado por el protagonismo que entre los círculos políticos y periodísticos ha tenido el ya viejo programa nuclear iraní, hoy controvertido y poco aclarado, que ha contribuido a presentar al país al inicio del siglo XXI como el principal enemigo de la mayor potencia mundial.

La información parcial sobre la situación de Irán ha transmitido la idea de que la sociedad iraní es una sociedad incapaz de autocrítica. La identificación de la visión hegemónica del núcleo central del poder con la de toda la sociedad ha ocultado el dinamismo de esta, que hoy se hace más evidente, aunque no más inteligible, debido al desconocimiento de las aportaciones de la propia revolución.

Parece que los movimientos intelectuales animados por la tolerancia y la apertura de espíritu no interesaran a nadie al no generar violencia

La revolución cultural puesta en marcha en los años ochenta puso fin al analfabetismo y posibilitó la incorporación de las clases más desfavorecidas a la educación superior. También favoreció el acceso masivo de los jóvenes a ella, por lo que ha sido el germen de los grandes cambios sociológicos. La propia revolución incorporó a las mujeres a la participación política. En los años posteriores, estas mujeres no aceptaron con pasividad los impactos discriminatorios que en los espacios públicos, políticos o jurídicos cargan sobre ellas. Por ello, muchas mujeres sí integradas se han vuelto insumisas.

También fue la revolución la que politizó a la sociedad mediante el establecimiento de diversos escenarios políticos –elecciones, facciones políticas, discusiones ideológicas, incorporación de la mujer a los cargos públicos, etc.– e introdujo el debate sobre las diversas alternativas políticas, entre ellas, la democracia.

La heterogeneidad social e ideológica revolucionara dificultó la elaboración de un modelo previo y preciso para su institucionalización. Al no existir un precedente que imitar, y como experiencia nueva y única, el proyecto puesto en marcha es aún un proyecto por explorar cuyas potencialidades están por descubrir.

Por otra parte, el original sistema político iraní se convirtió desde sus orígenes en centro de controversias, sobre todo dentro del propio país: un sistema constitucional formado por instituciones democráticas y representativas –Presidencia de la República, y Parlamento– y toda una serie de mecanismos de control autoritario de dichas instituciones, producto de la incorporación personal del Imán Jomeini de su teoría del Velayat-e faqih. Con esta interpretación, Jomeini invirtió la trascendencia tradicional de la sharía trasladándola al jurisconsulto, de tal forma que cualquier acto de gobierno que este último crea apropiado podría ser definido como islámico. La primacía de lo político en el concepto de gobierno de Jomeini ha dotado a la tutela del jurisconsulto de una dimensión casi absoluta, incluso si no se acomoda a la sharía.

Lo interesante es que si el sistema no es una democracia es indiscutiblemente una República Islámica. Es esta dimensión republicana la que habrá que profundizar para remontar el mermado Estado de derecho existente. La revolución hecha en nombre del islam reformuló la relación entre religión y política, potenciando este último aspecto, a la vez que la dimensión religiosa se irá reforzando en un proceso inverso.

Desde los años noventa, al finalizar la guerra con Iraq e iniciarse la normalización de la vida política y la reconstrucción del país, intelectuales, políticos, periodistas, mujeres y jóvenes, cuya procedencia ideológica y profesional –clérigos, juristas, tecnócratas, artistas, periodistas, etc.– es muy variada, confrontan sus ideas explorando las potencialidades del modelo de Estado y replanteándose los problemas que aquejan a la sociedad, incluido el programa nuclear.

La revolución cultural puesta en marcha en los años ochenta puso fin al analfabetismo y posibilitó la incorporación de las clases más desfavorecidas a la educación superior

Son los intelectuales y las mujeres los protagonistas de un importante movimiento socio-cultural en su conquista de los espacios sociales. El hecho de que actúen desde el centro de la sociedad, aunque en muchos aspectos estén fuera de las normas, invita a reflexionar sobre las fronteras entre Estado y sociedad y plantea la cuestión de la interacción entre esfera pública y esfera privada, pues los intelectuales y las mujeres, que conforman una sociedad civil demandante hacen Estado.

REFLEXIÓN Y COMPROMISO

La lectura de la prensa iraní desvela la existencia de un vasto movimiento de pensamiento que atraviesa el país, en el que las cuestiones socio políticas son objeto de un debate de ideas de una intensidad sin precedentes. Los protagonistas de este debate sobre temas claves –las libertades, la tolerancia, la igualdad, el pluralismo o el cosmopolitismo– comienzan a organizarse reclamando abiertamente la democracia. El proceso de afirmación cultural que este movimiento está provocando en sus sociedades les está permitiendo recobrar unos valores que habían sido excluidos y adaptarlos a las nuevas realidades del mundo actual. Y es que los iraníes articulan armoniosamente islam, nacionalismo y globalización.

La Premio Nobel de la Paz iraní, Shirin Ebadi, en la oficina central de los Defensores de los Derechos Humanos

La Premio Nobel de la Paz iraní, Shirin Ebadi, en la oficina central de los Defensores de los Derechos Humanos. Teherán, 3 de julio de 2008. / Abedin Taherkenareh/EFE

La relación de muchos intelectuales con el poder ha pasado, desde los años revolucionarios hasta hoy, por dos momentos acordes con la evolución histórica iraní.

Una primera etapa caracterizada por la adhesión de muchos de ellos al servicio de la revolución, llevados por convicción o por rechazo a la revolución blanca y al régimen político del Sha. Una segunda etapa marcada por los fracasos de la experiencia del régimen islámico para resolver los problemas que demanda la sociedad, que le han conducido al desprestigio, enajenándose el apoyo de muchos de estos intelectuales. Este grupo de intelectuales críticos lleva a cabo una labor de deslegitimación del régimen desde presupuestos diferentes a la labor utilizada contra el Sha.

El régimen actual, basado en una economía especulativa y rentista, beneficia a las facciones clientelares que proporcionan apoyo al grupo instalado en el poder. Si a esto se unen las restricciones en el ámbito político o el irregular funcionamiento de los tribunales de justicia, no puede extrañar que gran parte de la sociedad perciba al Estado como el coto exclusivo de una clientela y no como promotor de valores compatibles con la identidad colectiva.

Los intelectuales islamistas que inicialmente apoyaron la revolución ante el fracaso del régimen, su política arbitraria, corrupción y excesos represivos, se distancian de él, ante la evidencia de que el islamismo en el poder ha perdido su inicial fuerza contestataria e inician un campo de reflexión autónomo. Este movimiento, protagonizado por una élite procedente, en gran medida, del propio sistema, confiere al proceso un carácter endógeno, al margen de presiones o coacciones externas, que se va consolidando teórica y pragmáticamente. De ahí que no cuestionen sus orígenes e insistan en que su mensaje renovador debe interpretarse como consecuencia de un proceso de evolución interna y apertura, al ser capaces de dialogar no solo con otras identidades o culturas, sino con el propio pasado, presente y futuro. Su común aspiración se centra en sacar a Irán de la situación actual, mediante la búsqueda de una vía de modernización propia, satisfactoria espiritual y materialmente, reafirmando su diferencia en el marco de la globalización. Se trata de una apropiación crítica de la modernidad y de la participación en su construcción. Su distanciamiento respecto al islam oficial se trasluce en una mutua animadversión.

Su estrategia gira en torno a una doble actuación. Por una parte, los debates intelectuales tienen como finalidad reformar la cultura política y religiosa de la República Islámica mediante una revalorización de los valores religiosos y revolucionarios. Por otro lado, esta labor de concienciación y sensibilización social debe ser reforzada mediante una toma de responsabilidades sociopolíticas, convencidos de que no se han cumplido las expectativas de la revolución, lo que se traduce en una sociedad menos piadosa y más alejada de los valores religiosos. Porque este movimiento no es anti-religioso, anti-islámico, sino que reivindica la religión como una práctica personal íntimamente unida a la defensa de la libertad individual. El clima represivo intelectual y cultural no permite su presencia en la escena pública, por cuanto han de trabajar entre bastidores desarrollando una verdadera cultura en la sombra (zaqafat ad-dil) que encuadra todo tipo de producciones culturales en oposición a la cultura de Estado.

Lo nuevo y decisivo políticamente es que las discusiones teológicas han salido del círculo de los especialistas e inundan las revistas destinadas al gran público

La incorporación de la racionalidad al análisis de los textos y de la realidad les irá distanciando del empecinamiento con el que muchos de los clérigos en el poder continúan exhibiendo su interpretación de las fuentes de ordenamiento jurídico y socio-político. Proyección de las divergencias ante los métodos de análisis de los textos sagrados, en todas sus dimensiones, reexaminan la totalidad de la tradición jurídica islámica, con el pretexto de que no tiene por qué existir una única interpretación humana fiable para construir su propio modo de acceso a lo absoluto, poniendo en tela de juicio toda la interpretación realizada sobre el orden social y la legitimidad de los poderes.

Estos planteamientos forman parte de la historia de los intelectuales iraníes, precursores de la reforma para el mundo musulmán, que elaboraron todo un sistema de pensamiento caracterizado por la inclinación de los hombres de religión por el razonamiento, frente a la estricta adhesión a las tradiciones. Irán ha conocido una tradición intelectual caracterizada por el pluralismo, la aspiración a la modernidad y reivindicaciones democráticas, ya iniciadas a comienzos del siglo XX.

La conversión en ideología dominante de la versión interesada de algunos clérigos ha reforzado la percepción, especialmente en el mundo occidental, de que el espíritu de la modernidad no existía en Irán, sino que era el resultado de la política autoritaria de los Pahlavi, cuando su introducción de la modernidad fue fundamentalmente obra de pensadores que deseaban llegar a compromisos entre islam y modernidad, buscando la compatibilidad entre la filosofía ilustrada y la religión.

A pesar de las reticencias del intelectual iraní por inmiscuirse en un discurso sobre la religión, comienzan a aparecer nuevos productores de discursos y de valores ante la convicción de la necesidad de una renovación social ética y religiosa.

Serán los intelectuales religiosos clérigos o laicos, cuya formación les proporciona legitimidad para abordar estos temas, los inspiradores para la labor de otros grupos sociales. Entre ellos aparecen dos perspectivas complementarias acerca del lugar del islam en la sociedad. La primera, encarnada por Soroush y Mojtahed-Shabestari. La segunda, representada por Ali Montazeri y por Mohsen Kadivar. Ambas concepciones sacan a lo religioso del centro, rompen su íntima conexión con la política y liberan a la sociedad de cualquier sujeción en nombre de lo sagrado, pero mantienen la idea de una sociedad religiosa.

Tanto Soroush como Shabestari, al centrar su reflexión sobre los aspectos espirituales del islam, llegan a establecer una distinción entre fe y religión auténtica. Al reivindicar lo religioso como dimensión personal, íntima y separada del campo social se libera la religión de la política, designando el espacio privado a la primera y el espacio público, regido por la gestión humana, a la segunda, lo que representa una ruptura con la vinculación entre religión y política defendida en la teoría del Velayat-e faqih.

Desde razonamientos jurídicos, Montazeri y Kadivar ponen en entredicho el concepto de Velayat-e faqih y limitan su legitimidad jurídica, introduciendo la distinción entre gobernar y vigilar o supervisar. Desde diferentes perspectivas, concluyen que si el islam se ha convertido en una ideología de dominación política estatal es por razones históricas precisas y no por su estructura ideológica interna, la cual admite la posibilidad de disociar el ámbito político y el religioso. Todos vienen a confirmar la necesidad de instaurar la preeminencia de la teopraxis sobre la teología. Lo nuevo y decisivo políticamente es que las discusiones teológicas han salido del círculo de los especialistas e inundan las revistas destinadas al gran público, lo que obliga a la vulgarización de la erudición.

Existe un grupo de intelectuales reformistas que representan una nueva ortodoxia capaz de hacer compatibles el islam y las tendencias democráticas del mundo moderno

Escritores o periodistas como Akbar Ganji, o Saeed Hajjarian, Shalah Sherkat, Shalah Lahiji, etc., prestan su capacidad para conectar, a través de sus periódicos, las ideas de los grandes intelectuales a partir de las cuales elaboran sus contribuciones con la vida socio-política iraní y en pro de la autonomía de la sociedad civil. Aunque desde perspectivas y argumentos distintos, todos ellos llevan a cabo una denuncia pública, aún con riesgo de su libertad e incluso de sus vidas, de los males de la vida política en la República Islámica de Irán.

Estos intermediarios, periodistas-políticos reformistas, no son una herejía ni constituyen una secta, sino que representan una nueva ortodoxia que es capaz de hacer compatibles el islam y las tendencias democráticas del mundo moderno. Por eso escriben y utilizan sus artículos con el afán de colaborar a cambiar las ideas y las actitudes.

Uno de los representantes más activos, más castigados y más insobornables es Akbar Ganji. A él se debe el lanzamiento de muchos de los debates más duros contra el régimen así como aportaciones sustanciosas al nuevo vocabulario político. Ganji no se ha limitado a escribir sobre cuestiones teóricas, sino que ha dado un paso más y aborda la metodología a poner en práctica para alcanzar la democracia en Irán, especialmente en su Manifiesto Republicano (I y II).

En sus cartas reconoce la trascendencia que han tenido para él no solo las aportaciones de intelectuales como Soroush o Montazeri –lo que permite esclarecer su confianza en la acción reflexiva y pragmática– sino el ejemplo de sus comportamientos, que refuerzan las virtudes que cree imprescindibles en su compromiso político –el coraje y la resistencia– convencido de que “la necesidad de participar en política es nuestro inevitable destino”. A la vez, se muestra cauteloso recordando las palabras de Montesquieu: “la fuerza solo puede ser limitada por la fuerza” y concreta en su Manifiesto Republicano que la fuerza que se le puede oponer al sistema es la movilización de masas formando un frente de defensa de la democracia y de los derechos humanos que lleve su acción mediante la resistencia pasiva a las normas imperantes, la no cooperación y la no violencia –tácticas en las que coincide con Hajjarian, que acuñó el término “presión desde abajo”. Simultáneamente, consolidó una nueva forma de lenguaje y discurso político al acuñar expresiones como degar-bash para legitimar la diversidad cultural, mientras que su neologismo tawab-saazi fue diseñado para desacreditar las prácticas ilegales del sistema judicial. Sus dos Manifiestos a favor de la República fueron asumidos e incorporados a sus actitudes políticas por un amplio sector de la población en las elecciones presidenciales de 2005 haciendo campaña por la abstención.

CORAJE Y EQUILIBRIO

Las tradiciones jurídicas islámicas siempre han estado sujetas a interpretación y a su acomodación a las realidades del momento

Las mujeres están presentes en la esfera pública, en las más diversas profesiones, en una proporción sin igual respecto a toda la región del Golfo

Si la revolución creó un espacio específico para la mujer, la aplicación arbitraria de las normas legales y las prácticas discriminatorias funcionaron como catalizador en el movimiento latente de las mujeres que, despreciando las presiones que pesan sobre ellas, han ido desarrollando una actitud autónoma al tomar decisiones que puedan mejorar su propia situación y la de su país, convirtiéndose en un grupo de presión. La militancia de las mujeres en este movimiento permite desarrollar una relación nueva de estas con el islam y abrir brechas en el orden patriarcal existente, con independencia de que esto concuerde o no con el ideario de los hombres que, como el resto de la sociedad, proceden de un sistema educativo y social patriarcal.

Las mujeres iraníes han mostrado su capacidad para conformar un movimiento social cohesionado y autónomo, gestado a lo largo de un proceso de toma de conciencia de los propios intereses, que no se ha dejado fagocitar ni por el Estado ni por las diversas facciones políticas sino que, en un proceso inverso, han sido estas las que han ido acomodando sus discursos a las reclamaciones y la actividad de las mujeres.

Diputados iraníes durante una protesta contra el veto a más de 2.000 candidatos reformistas a las elecciones al Parlamento

Diputados iraníes durante una protesta contra el veto a más de 2.000 candidatos reformistas a las elecciones al Parlamento. Teherán, 1 de febrero de 2004. / Abedin Taherkenareh/EFE

En la República Islámica, el espacio público está muy reglamentado, especialmente para las mujeres a quienes afecta tanto en su apariencia física –vestido recatado, hiyab obligatorio– como en sus relaciones sociales y, aunque el espacio privado está libre de la intervención del Estado, el peso de las costumbres y la tradición también recae sobre la mujer. De ahí que su movilización en temas que atañen a la esfera privada, fundamentalmente al código familiar, haya propiciado su presencia en la esfera pública (en los medios de comunicación, en los tribunales, en el Parlamento…) y, a la inversa, su participación en la esfera pública les ha permitido modificar a su favor las relaciones asimétricas en el espacio privado de la familia. Desde esta perspectiva, el movimiento extrae su fuerza menos del enfrentamiento entre el Estado y la Sociedad que de la inevitable articulación entre lo privado y lo público.

La aplicación del sistema jurídico islámico (fiqh) fue el instrumento que sirvió en gran parte del mundo musulmán para perpetuar un modelo de sociedad patriarcal mediante una conservadora interpretación de la sociedad que sitúa a la mujer en una llamativa desigualdad jurídica en los ámbitos penal y familiar. Las mujeres no solo han accedido a la universidad, sino también a las escuelas teológicas y, desde su autonomía intelectual, han sido capaces de responder a la interpretación clerical de los textos y están en disposición de incorporarlos de manera activa a su formación y argumentación; sin embargo, la interpretación del fiqh ha sido reservada en exclusiva a los faqih o jurisconsultos.

Y es que las mujeres leen los textos en perspectiva femenina y llevan a cabo una reconstrucción no patriarcal de los preceptos religiosos. La teología feminista se caracteriza por su lucidez y por su certera hermenéutica de la sospecha sobre la interpretación que se hace de los textos por parte de los faqih, porque es muy errática la definición de lo que es islámicamente legal, especialmente en Irán donde existen múltiples escuelas religiosas y donde no hay un único corpus de texto codificado.

La representación femenina en las altas instancias administrativas y políticas sigue siendo débil. Después de 30 años de República Islámica no hay gobernadoras ni diplomáticas aunque no lo excluya ninguna ley

Esta nueva generación cuestiona los criterios exegéticos de los jueces basándose en que la comprensión del fiqh no consiste en repetir los textos sino en asimilar el espíritu que los inspira, para que no se convierta en un mecanismo asfixiante incapaz de acomodarse a la evolución de las sociedades.

Serán especialmente las juristas laicas Mehranhiz Karr y Shirin Ebadi, con el impulso renovado del movimiento feminista, quienes se impliquen en los debates jurídicos para lograr la revisión del fiqh. Sus argumentos abordan diferentes aspectos, no solo referidos al respeto a los derechos humanos y a la inadecuación con los principios de igualdad contenidos en la propia Constitución, sino desenmascarando las contradicciones internas del propio código islámico, puesto que las tradiciones jurídicas islámicas, distintas a las tradiciones patriarcales, siempre han estado sujetas a interpretación y a su acomodación a las realidades del momento. El hecho de que los hombres, a quienes se ha reservado el derecho a la interpretación, no hayan favorecido a las mujeres es debido a que actúan en defensa de sus privilegios. Así, denuncian el patriarcado de los jueces porque la dominación del hombre sobre la mujer se articula a través de mitos, ritos y tradiciones que, en momentos históricos, se sacralizan mediante el uso conservador de las religiones, reduciendo a las mujeres a su dimensión reproductora y depositando en ellas la garantía del honor familiar.

Shirin Ebadi, al cuestionar determinados aspectos del fiqh, se remite a prestigiosos faqih que propusieron lecturas jurídicas más abiertas, como Hassan Modarres, que había formado parte del Parlamento (Majlis) en 1910. Actualmente, el Hoyyatoleslam Said Zadeh les apoya con sus argumentos jurídicos y su actividad a favor de la igualdad de las mujeres. Estos juristas modernistas contribuyen a la consecución de un espacio familiar equitativo.

Las mujeres están presentes en la esfera pública, en las más diversas profesiones, en una proporción sin igual respecto a toda la región del Golfo. Especialmente reveladora es la existencia de una prensa y una edición feminista vigorosa, muestra de su comprometido activismo sociocultural, patente en otros campos, desde la producción y dirección cinematográfica a las más variadas expresiones artísticas.

La fuerza actual de Irán no es su bomba atómica, todavía virtual, sino este islam moderno que puede trastornar y perturbar a todo el mundo musulmán

Desde los años revolucionarios, las mujeres invadieron el espacio público tomando partido por la revolución. Y continúan defendiendo sus derechos a acceder a los más altos puestos en la vida política sin poner en tela de juicio el sistema institucional. A pesar de las buenas intenciones de la revolución, la representación femenina en las altas instancias administrativas y políticas –han pasado de 3 parlamentarias en 1980 a 12 en la actualidad– sigue siendo débil. Aunque desde la presidencia de Rafsanyani algunas consejeras están adscritas a la presidencia, después de treinta años de República Islámica no hay gobernadoras ni diplomáticas aunque no lo excluya ninguna ley. Será Azem Taleghani quien, en 1997, rete al Consejo de Guardianes para que le responda acerca de las razones por las que las mujeres son excluidas de esta posibilidad cuando la Constitución no lo hace. En su respuesta, el Consejo de Guardianes no arguyó su feminidad y se atuvo a otras razones generales válidas para ambos sexos como la falta de una educación suficiente, el límite de la devoción a la causa revolucionaria, el pasado antirrevolucionario, etc. Argumentos inaceptables en cuanto que la señora Taleghani cuenta con formación probada (licenciada en literatura persa y cualificada en su formación teológica), currículo intachable (ya en 1979 participó en la fundación de la primera asociación de mujeres islámicas, la “Sociedad de Mujeres de la República Islámica”, y ha mantenido la imagen de luchadora y resistente desde los inicios de la revolución, cuando fue detenida y torturada por la SAVAK) y honorables antecedentes (es hija del Ayatolá Sayyed Mahmud Taleghani , uno de los más prestigiosos inspiradores de la revolución de 1979). Además, ya había sido aceptada como diputada parlamentaria en las primeras legislaturas porque cumplía sobradamente estas condiciones. La ausencia de argumentación religiosa para estas nuevas discriminaciones hizo tomar conciencia de la dimensión misógina de la dominación que ejercen los hombres que controlan las instituciones. Un silencio elocuente que ilustra la ambigüedad de la condición de las mujeres en la República Islámica.

También ellas quieren acceder al espacio público dedicado al ocio porque, en nombre de la separación de sexos, las mujeres han quedado excluidas no solo de la práctica del deporte, sino también de su derecho como espectadoras. De ahí la relevancia que tuvo la irrupción de centenares de mujeres en el estadio Azadi, en noviembre de 1998, decididas a festejar el retorno de la selección nacional de fútbol tras su victoria en Australia e infringiendo la prohibición reglamentaria. Así justificaba una mujer del bassij (voluntarios en la guerra de Iraq, impregnados de ideología chií de veneración del martirio) esta trasgresión: “(…) lo mismo que las mujeres apoyaron a los hombres durante la guerra, también pueden hacerlo en el estadio. He venido con mi nuera a recibir al equipo nacional, y cuando se habla de ‘nacional’ es menester que sea realmente nacional”. De esta forma, penetraban en un dominio exclusivo de los hombres, en nombre de su derecho a participar como ciudadanas.

Como afirma Jahanbegloo: “no estamos experimentando un choque de civilizaciones sino de intolerancias”

Irán sigue siendo un verdadero laboratorio social, político y cultural en Oriente Medio

EN CONSTRUCCIÓN

La fuerza actual de Irán no es su bomba atómica, todavía virtual, sino este islam moderno que puede trastornar y perturbar a todo el mundo musulmán. Esta fuerza, formada por intelectuales, mujeres y universitarios es, si bien aún minoritaria, muy escuchada en Irán. Sus libros desbordan las librerías y su audiencia se extiende más allá de sus fronteras. Muchos de ellos están presentes en foros internacionales y han sido merecedores de reconocimiento y premios internacionales: Shririn Ebadi, Premio Nobel de la Paz; Soroush, Premio Erasmus; Serkat, Premio al Coraje periodístico, y multitud de premios internacionales para los directores de cine, o para sus creadores artísticos.

La sociedad se ha organizado y constituye ya un eficaz contrapoder, convirtiéndose en la mayor arma de disuasión que posee Irán. Con sus aportaciones han colaborado a la formación de una oposición que no pretende conquistar el poder mediante la violencia revolucionaria, que ha instalado la relatividad y la falibilidad frente a la verdad absoluta y que trabaja por abrir un espacio público de diálogo donde se puedan cotejar las ideas. Así, no se descalifica automáticamente a los adversarios y se evita el debate ad hóminem, esgrimiendo argumentos racionales en un esfuerzo por instaurar la cordura, lo que requiere moderación reflexiva y tolerancia, aunque como afirma Sherkat: “(…) haya que deslizarse con cuidado sobre la cuerda de un equilibrista, entre la complacencia y el desafío”. Es indudable su postura reformista, pues este movimiento juega el papel de agente de elaboración de una legitimidad de sustitución de una ideología en vías de desintegración.

Los políticos del interior y el exterior deben observar los cuestionamientos que se llevan a cabo en Irán, atendiendo a la convicción y la firmeza con la que sus protagonistas demuestran que la tolerancia que practican y promueven, condenando toda exclusión y encontrando respuestas en alternativas racionales, favorecen el intercambio de ideas por encima de las creencias y fomenta el progreso material y moral al mantener la paz y la prosperidad en el interior de los Estados. Ellos han creado una contracultura moderna y endógena, convencidos de que alcanzar sus aspiraciones no incluye un extrañamiento de su país y requiere fórmulas para consolidar una progresiva movilización social desde la ética, y no desde la violencia, que desembocará en un cambio silencioso y gradual. Lo interesante de sus aportaciones es que reflejan el dinamismo y la modernidad de la sociedad, que no se ha acomodado en el conformismo y la sumisión, sino que se esfuerza por encontrar argumentos racionales para adecuar islam y modernidad, así como nacionalismo y globalización, a la vez que hacen realidad en su praxis que el islam y los valores democráticos no son contradictorios.

Comprenderlos requiere invertir en un proceso de desestigmatización de otras culturas.

Pues aunque históricamente la resistencia de Irán a las presiones extranjeras ha tenido un papel fundamental para salvaguardar su autonomía, entrar en la escena política mundial y manifestar sus ambiciones de gran potencia regional, sería un error innecesario cualquier injerencia externa en este proceso de construcción. Como afirma Jahanbegloo: “no estamos experimentando un choque de civilizaciones sino de intolerancias, y quienes tienen la responsabilidad de detenerlo son los musulmanes y no musulmanes que están en contra de las descripciones superficiales y apocalípticas de un mundo dividido”.

La revalorización de las potencialidades geopolíticas de Irán hace que su vocación geopolítica sea la de convertirse en punto de convergencia y potencia mediadora en la región que contribuya a reforzar los lazos de solidaridad. Esta predisposición supera su posición geográfica, inscribiéndose en su identidad cultural, a la vez inclusiva y abierta al mundo. Irán sigue siendo un verdadero laboratorio social, político y cultural en Oriente Medio.

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