India, un diálogo necesario
Uno de los principales interrogantes que se abre tras las elecciones del 18 de febrero de 2008 en Pakistán, después de lo que concierne a la política interior, es si va a continuar el proceso de diálogo con la India iniciado hace cuatro años. Este proceso de conversaciones bilaterales ha sido, si bien con matices, uno de los mayores logros de Pervez Musharraf en el poder. Si no ocurre ningún acontecimiento imprevisto, dada la turbulenta situación del país en los últimos meses, el próximo gobierno de Pakistán va a tener un carácter civil y, por tanto, no es de esperar que actúe al servicio del poder militar, como lo hizo el ejecutivo anterior. Esta situación va a repercutir, indudablemente, en el modo de conducir la política exterior y de manera especial, en la evolución de las relaciones paquistano-indias.
¿Qué es lo que va a ocurrir con el proceso de diálogo? ¿Quién va a llevar a cabo las conversaciones del lado paquistaní? Si hay algún acuerdo, ¿será endorsado por el ejército de Pakistán? Pakistán e India se hallan inmersos en unas negociaciones que pretenden dar una solución al problema de la rivalidad existente entre ellos, y que suponen una necesidad vital para la estabilidad interna de ambos países y para la prosperidad de la región. Se trata pues, de asumir los errores del pasado y aprender de ellos, de revisar las percepciones mutuas, de tener en cuenta la realidad cambiante del actual contexto internacional y de comprender que, si se pierde esta oportunidad, el coste para la estabilidad y el desarrollo de toda la región de Asia meridional será incalculable.
EL PESO DE LA HERENCIA: LA PARTICIÓN Y KACHEMIRA
La partición del subcontinente indio en agosto de 1947 –aparentemente sobre supuestos ideológicos antagónicos– ha tenido un profundo impacto en el imaginario de la construcción de la identidad nacional india y paquistaní y su huella sigue vigente en la actualidad. En parte, esto se debe a la pervivencia de la disputa entre ambos países por el territorio de Kachemira a lo largo de seis décadas. De no haber existido este conflicto, o de haberlo resuelto a tiempo, probablemente la imagen del subcontinente sería ahora distinta porque quizá no hubiese sido necesario el gran gasto militar que ha conllevado la permanencia de la disputa, el coste humano y la pésima imagen internacional que han dado sus protagonistas en numerosas ocasiones.
Sin embargo, las bases ideológicas sobre las que se cimentó la creación de dos nuevos países, o más concretamente, la «necesidad de Pakistán» –como una nación para los musulmanes del subcontinente, según la resolución histórica de la Liga Musulmana en 1940– también han pervivido como una fuerza constante de fricción en el liderazgo político regional. A pesar de que a las generaciones más jóvenes de indios y paquistaníes les queda lejana la «teoría de las dos naciones» (que se fundamenta en la diferencia religiosa), siguen, de algún modo, siendo herederos de ese bagaje ideológico que frecuentemente insufla la retórica política de las relaciones entre los dos países.
No obstante, la realidad histórica ha demostrado que ni el carácter plural o secular (multiétnico, multilingüístico, multireligioso) sobre el que se ha asentado la construcción de la identidad india ni el islam, como nexo de unión entre los paquistaníes, han propiciado la deseada cohesión nacional. En la India, los enfrentamientos interreligiosos (fomentados principalmente desde los sectores del nacionalismo hindú) y los movimientos separatistas (como el cachemir, el sij o los diferentes grupos que operan en el noreste indio) han cuestionado seriamente ese carácter plural y tolerante de la nación. Del mismo modo, si se observa la historia de Pakistán durante sus seis décadas como Estado independiente, la religión no ha sido motivo suficiente para mantener unidos a sindis, siraiquis, baluchis, punyabís o pastunes, que en diferentes periodos han agitado sus demandas de naturaleza étnica, lingüística o económica contra el poder central.
Las generaciones más jóvenes de indios y paquistaníes siguen siendo herederos del bagaje ideológico que insufla la retórica política de las relaciones entre los dos países
Tanto la partición del subcontinente como el conflicto de Kachemira, que surgió a partir de la división, siguen teniendo un papel central en el desarrollo de las relaciones paquistano-indias, aunque hayan sabido adaptarse al actual contexto internacional. Por ello, el proceso de diálogo iniciado entre ambos países en el 2004 aparece, recogiendo el título de un ensayo de la investigadora india Radha Kumar, como una oportunidad para «hacer paz con la partición».
INDIA: ¿EL MAYOR PROBLEMA DE SEGURIDAD PARA PAKISTÁN?
Desde un punto de vista estratégico, resulta pertinente considerar que India representa la principal amenaza para la seguridad de Pakistán, no sólo por su gran tamaño (China supondría el mismo peligro), sino también por la permanencia de la disputa de Kachemira y por el complejo pasado histórico entre los dos países (asociado a la existencia de ese conflicto) que se han enfrentado hasta en cuatro ocasiones: la primera guerra de Kachemira (1947); la segunda guerra de Kachemira (1965); la guerra de independencia del Pakistán oriental, luego Bangladesh (1971), y el conflicto de Kargil de verano de 1999.
Además, la propia conformación de la identidad nacional (musulmana) paquistaní se ha construido, en gran medida, en contraposición a una India mayoritariamente hindú y extremadamente hostil. Esta ha sido, y aún lo es, la visión dominante dentro del aparato político-militar paquistaní. Ahora bien, el tratamiento de India como enemigo principal, que pretende en último término la destrucción de Pakistán para probar que su conformación como Estado fue un proyecto erróneo, se ha convertido en una herramienta eficaz, en manos del ejército, para justificar y amparar su poderoso papel dentro del país.
La propia conformación de la identidad nacional (musulmana) paquistaní se ha construido, en gran medida, en contraposición a una India mayoritariamente hindú y extremadamente hostil
La visión predominante en Pakistán sobre el conflicto de Kachemira, promovida desde la elite militar, es que éste exige una respuesta unida, cohesionada, y esa unanimidad sólo puede proceder de las fuerzas armadas, que han mantenido viva la disputa territorial a costa de numerosas bajas y algunas sonoras debacles –como la aventura militar de Ayub Jan de 1965, bajo la operación Gibraltar, o más recientemente, la iniciativa de Musharraf en Kargil en 1999–, en aras a «completar el inacabado trabajo de la partición». No obstante, esta visión encierra una doble lectura: en primer lugar, la actividad del ejército paquistaní con respecto al conflicto de Kachemira ha consistido básicamente en el intento de arrebatar a la India el territorio bajo su control, mediante vía militar y vía insurgente (buscando desestabilizar la zona infiltrando grupos guerrilleros) y ha fracasado en el intento; en segundo lugar, a pesar de su fracaso, la institución militar no ha rendido cuentas a la sociedad paquistaní, y es más, sigue controlando el poder y poseyendo innumerables privilegios. La obsesión con la India ha impedido al aparato político-militar que controla el poder en Islamabad obtener un panorama más constructivo sobre cuáles son sus verdaderas necesidades de seguridad.
Hoy por hoy, la principal amenaza que posee Pakistán es a nivel interno y obedece a la lacra del terrorismo que emana en parte del conflicto afgano, pero que también posee raíces sólidas en el propio país. Junto a ello, pervive otro tipo de violencia de carácter sectario, entre sunníes y chiíes y otros conflictos de corte autonomista, como el de la provincia de Baluchistán –que ha empeorado notablemente en los últimos tres años y del cual, curiosamente, el gobierno de Islamabad responsabiliza a India, ya que acusa a este país de apoyar a los insurgentes baluchis–, que ponen en peligro la estabilidad interna y refuerzan el papel de los militares como la única alternativa frente al caos. Paradójicamente, esto ocurre en un momento en que la cuestión de Kachemira se halla adormecida, debido a las negociaciones en curso.
El problema de seguridad que representa India se mantendrá como una cuestión estratégica –es decir, Pakistán buscará una paridad militar, como de hecho ya se observa en la competición desatada entre los dos países en el perfeccionamiento de misiles con carga nuclear–, pero el peligro real de esta amenaza debe ser matizado. A pesar de las conversaciones bilaterales en curso, todavía existe el riesgo de que se desencadenen nuevas crisis, o incluso que se produzca un conflicto armado de tipo convencional, únicamente limitado por el «paraguas nuclear». No obstante, si ocurriese un conflicto nuclear, Pakistán poseería la capacidad de infligir un daño serio a India en el norte del país, en la región más poblada de éste. Además, si India iniciase una acción armada contra Pakistán en su territorio –posibilidad que se barajó, al menos en el plano de la retórica política, tras el atentado al Parlamento el 13 de diciembre de 2001, cuando se contempló la opción de bombardear los campos de entrenamiento de los terroristas sitos en suelo paquistaní– tendría un alto coste para el país, pues con casi toda probabilidad no contaría con el apoyo de la comunidad internacional, ni siquiera de EEUU, y podría provocar la intervención de terceros actores en el conflicto.
EL FACTOR INTERNACIONAL EN LAS RELACIONES PAQUISTANO-INDIAS: DIVIDE Y VENCERÁS
Las relaciones entre Pakistán e India en las últimas seis décadas no deben ser disociadas de la evolución del contexto internacional a lo largo de este periodo, ni del papel que las principales potencias mundiales han desempeñado hacia estos dos países con el fin de promover y defender sus intereses en la zona. De modo destacado, el país que ha tenido una mayor capacidad de influencia en la región ha sido, y aún lo es, EEUU. En menor medida se puede hablar de la intervención de otros actores como Rusia (y de modo especial, la anterior Unión Soviética, durante la Guerra Fría), China y más recientemente, aunque de un modo más discreto, la Unión Europea.
Todavía existe el riesgo de que se produzca un conflicto armado de tipo convencional, únicamente limitado por el «paraguas nuclear»
Durante el periodo de la Guerra Fría, ya desde los años cincuenta del siglo XX, el subcontinente indio constituyó un importante teatro de operaciones para las dos grandes superpotencias, y Pakistán e India aceptaron de manera dócil su juego. Mientras que Pakistán optó por la unión con el bloque occidental representado por EEUU, y luego también con China –sobre todo a partir de la escalada de tensión del problema fronterizo entre China e India, a finales de los años cincuenta del siglo pasado–, la India optó por un discutido no-alineamiento que lo situó en varios momentos muy próximo a la órbita soviética. Estas adhesiones no fueron aleatorias, sino que estuvieron motivadas por la necesidad de satisfacer determinadas políticas nacionales, principalmente la económica y la armamentística, si bien contribuyeron, en último término, a explotar la rivalidad entre ellos. Al final era Washington y Moscú quienes determinaban en última instancia que la conflictividad en la región no sobrepasase un determinado nivel.
La desintegración del mundo bipolar descomprimió la problemática del equilibrio regional en Asia meridional, y quizá por ello, contribuyó al estallido de una nueva fase del conflicto de Kachemira en la zona india, también conocida como Estado de Jammu y Kachemira. El clima de violencia en la región desencadenó varias crisis entre Pakistán e India, aunque hubo breves periodos de entendimiento. La situación empeoró notablemente con la nuclearización del subcontinente en 1998, pues al año siguiente se produjo un nuevo conflicto armado en la zona norte de la Kachemira india, el primero de la era posnuclear. La última crisis regional, que comenzó a finales de 2001 y se prolongó durante casi un año, ocasionó que en primavera-verano de 2002 hubiese más de un millón de tropas desplegadas a lo largo de la frontera internacional indo-paquistaní, causando gran alarma internacional.
Los principales actores internacionales han desempeñado un doble papel en la relación de conflictividad entre India y Pakistán: por un lado, han intentado frenar las crisis bilaterales por vía diplomática, a la vez que ofrecían su disponibilidad para actuar en calidad de buenos oficios o mediadores, y, por otro, han optado por no tomar parte por ninguno de los contendientes en lo que respecta a la cuestión de Kachemira. Esta realidad ha frustrado las expectativas de Pakistán de internacionalizar el conflicto –ya que al ser la parte más débil en la disputa, probablemente tendría más oportunidad de obtener alguna ganancia–, pero también ha marginado a la India al ser tratado «en igualdad de condiciones» (al no reconocer que Kachemira es una parte integral de la India y no un territorio disputado) que su vecino paquistaní.
En la última década, ha sido EEUU el que ha jugado un papel creciente y más dinámico en la región convirtiéndose, hoy por hoy, en el principal actor extrarregional con capacidad de modular las relaciones entre los dos países. Dicha implicación se hizo particularmente significativa tras el tenso escenario creado a causa de los ensayos nucleares de 1998 (con la imposición de sanciones a los dos países) y las posteriores negociaciones celebradas con la India para que este país ratificase el Tratado para la Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (TPCEN), con el objetivo de convencer después a Pakistán para que hiciese lo mismo. La administración Clinton no logró su objetivo, sin embargo, las relaciones indo-norteamericanas, plagadas de desencuentros en el pasado, cobraron una nueva fase de entendimiento que continuó durante el gobierno de George W. Bush. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la posterior intervención en Afganistán hicieron, de nuevo, volver la mirada de Washington hacia Islamabad, tanto por necesidad estratégico-militar como por el temor a que este país, un Estado nuclear, colapsara y se aliara con el extremismo de los talibanes y al-Qaida.
A pocos meses de coincidir con el décimo aniversario de los ensayos nucleares de 1998, el escenario regional ofrece un panorama variopinto. Por un lado, India se ha convertido en la última década en la «potencia emergente» por excelencia de Asia (asumiendo que China ya no necesita ese calificativo), pero sigue padeciendo importantes constricciones que no le permiten jugar un papel principal similar al de las otras grandes potencias como China, Rusia, Japón o EEUU. En este sentido, el tan cuestionado tratado nuclear indo-estadounidense, más que reconocer la condición nuclear de India, parece subrayar que ésta necesita del apoyo de Washington para ser aceptada internacionalmente como potencia responsable. Por otro lado, Pakistán parece ahora vislumbrar el fin del atolladero en el que ha estado metido en la última década y que se inició, paradójicamente, con la crisis económica posterior a los ensayos nucleares y el regreso de los militares al poder en octubre de 1999. En la actualidad, el país sufre una nueva crisis económica, provocada por la carestía de harina y de otros productos básicos, pero Pakistán ya posee un gobierno electo, si bien aún se desconoce si la nueva coalición volverá a la política de confrontación de la década anterior.
EL PROCESO DE DIÁLOGO: UNA SALIDA AL PROBLEMA
El encuentro el 5 de enero de 2004 en Islamabad entre el primer ministro indio Atal Behari Vajpayee y el presidente paquistaní Pervez Musharraf marcó el inicio de un proceso de diálogo bilateral, que pretende resolver las principales disputas pendientes entre los dos países y normalizar las relaciones propias entre vecinos. Por el momento, hasta febrero de 2008, el proceso sigue su marcha, si bien con escasos avances en el plano de la resolución de las disputas pendientes, entre las cuales destaca el contencioso de Kachemira. En cuanto a la normalización de relaciones, ha habido pasos significativos en la mejora de las comunicaciones entre ambos países –a principios de febrero de 2008 los dos gobiernos acordaron incrementar el número de vuelos comerciales–, la concesión de visados para favorecer el intercambio de personas (intercambios educativos, culturales y deportivos) y la flexibilización de determinadas medidas económicas para favorecer el comercio bilateral.
El mayor logro del diálogo indo-paquistaní en la actualidad radica en su continuidad (…) Se trata del periodo más largo de conversaciones bilaterales celebradas de manera continuada desde la independencia
El mayor logro del diálogo indo-paquistaní en la actualidad radica en su continuidad, pese a los reveses que ha sufrido el proceso, debido, principalmente, a los intentos de sabotaje por parte de grupos terroristas. Se trata del periodo más largo de conversaciones bilaterales celebradas de manera continuada entre los dos países desde la independencia. Aunque por ahora no ha habido grandes avances y teniendo en cuenta que el proceso todavía es reversible –es decir, la vuelta a una situación de tensión– el mantenimiento de un diálogo sostenido favorece una mayor confianza mutua. Esta nueva situación se ha podido constatar en la decisión del gobierno indio de continuar con las negociaciones tras los atentados ocurridos el 11 de julio de 2006 en la ciudad india de Bombay, pese a las sospechas de la posible implicación de los servicios secretos paquistaníes en la planificación de la masacre.
Por otra parte, el lo que respecta al contencioso de Kachemira, el Gobierno de la India se ha negado a abordar esta cuestión como tema central del proceso de diálogo, debido a que mantiene que el Estado de Jammu y Kachemira es territorio bajo soberanía india y, por tanto, indisputable. Sin embargo, sólo una «solución pactada» sobre el futuro de la región puede promover una mayor estabilidad. Por «solución pactada» se entiende cualquier arreglo, temporal o final que contemple una serie de principios como base para la solución del conflicto, que comprometa a las dos partes, y que a su vez sea satisfactoria para los cachemires. En principio, el país que posee mayores dificultades para llegar a un acuerdo es Pakistán, dada su condición de parte más débil en el conflicto y su reclamación de un territorio que se halla bajo control de la India. Sin embargo, Musharraf ya ha dado un paso importante en la postura oficial de este país: la de hacer que las fronteras se conviertan en irrelevantes.
Así, la posibilidad de posponer el futuro estatus final de la región y, en vez de ello, trabajar por mejorar las condiciones económicas y sociales y facilitar la comunicación entre las dos partes de Kachemira –manteniendo la seguridad en la zona, pero apuntando a una progresiva desmilitarización de la misma–, aparece como la mejor opción aceptable para los dos países. Esta perspectiva también supone una esperanza para los cachemires (especialmente para los habitantes del valle de Kachemira en la zona india) que están cansados de varias décadas de violencia. El gobierno central indio, junto con el regional del Estado de Jammu y Kachemira, se ha comprometido con una política de reconciliación, especialmente necesaria para amparar los derechos de las víctimas de la tortura y parientes de desaparecidos por los excesos de las fuerzas paramilitares. Esta iniciativa puede constituir un principio para la normalización de la situación en la región. En cambio, el gobierno paquistaní ha realizado, hasta el momento, pocos esfuerzos por mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la zona de Kachemira que está bajo su control (conocida como Azad Jammu y Kachemira o Jammu y Kachemira «Libre»). La situación de la población en esta región, muy deprimida, ha empeorado a raíz del terremoto del 8 octubre de 2005.
LA ESTABILIDAD POLÍTICA DE PAKISTÁN Y SU IMPACTO EN LAS RELACIONES CON LA INDIA
Los acontecimientos que se han producido durante el último año en Pakistán –la destitución del juez del Tribunal Supremo, la crisis de la Mezquita Roja, el estado de excepción, el asesinato de Benazir Bhutto y el continuo clima de violencia en buena parte del país– han tenido un impacto negativo en las relaciones con la India. La inestabilidad, y la visión de cierto caos imperante en este país, refuerzan una teoría tradicional muy extendida en los ámbitos políticos y académicos indios de que el mejor modo de abordar las relaciones con Pakistán es mediante una estrategia de contención, si bien manteniendo abiertas vías de diálogo. Esta postura, más que tratar el problema de Pakistán como una cuestión de seguridad para la India, se centra en la asunción de Pakistán como un Estado fallido, niega su raison d’être y, por tanto, constituiría, según esta perspectiva, un grave peligro para la India y para la comunidad internacional. No obstante, conviene señalar que la reacción oficial del gobierno indio, y de los principales medios de comunicación del país, a lo que estaba ocurriendo en el Pakistán durante el último año, ha sido bastante comedida.
Un jefe de las fuerzas armadas que no posea ambiciones golpistas y que colabore estrechamente con el gobierno y el parlamento puede constituir el primer paso para un cambio necesario en el país
La continuidad del diálogo, y la mejora de las relaciones con la India, son asuntos vitales para Pakistán –puesto que repercuten en la estabilidad interna y en el papel preponderante de la institución militar– y, junto con la cuestión afgana, deben constituir las prioridades del nuevo gobierno en política exterior. El incremento de los lazos bilaterales, la cooperación en materia de terrorismo y el establecimiento de medidas para la resolución de las cuestiones territoriales pendientes pueden contribuir, de manera progresiva, a la desmilitarización parcial de la región fronteriza, con lo que repercutiría positivamente en la reducción del gasto militar. De modo indirecto, esta situación podría favorecer una progresiva desmilitarización del aparato del Estado y, en este sentido, la reducción de la percepción de amenaza por parte de su vecino indio.
Sin embargo, ¿es viable la eventual reforma de las fuerzas armadas paquistaníes? El nombramiento en noviembre de Asfaq Pervez Kayani como jefe del ejército suscitó numerosas dudas. Al ser designado por Musharraf, se piensa que su trabajo principal va a ser el de respaldar al actual presidente y con ello mantener el presente statu quo. Si bien aún es temprano para hacer juicio alguno sobre su labor, sí conviene apuntar algunos signos que dan muestra de que Kayani parece abogar por un perfil bajo, o cuanto menos más discreto, para la institución militar. El primero de ellos es su discreción, frente a la elocuencia de Musharraf. El segundo se refiere a una de sus decisiones, acordada en febrero, que ha causado una gran expectación, pues contempla la retirada de personal militar que desempeñan cargos burocráticos en diversos ministerios y organismos públicos. Y la tercera señal de que las cosas pueden estar cambiando, nos la ofrece la relativa normalidad, pese a algunas incidencias, con las que se celebraron las elecciones legislativas del 18 de febrero de 2008, cuando se produjo un despliegue de unos 80.000 soldados para mantener la seguridad en el país. Un jefe de las fuerzas armadas que no posea ambiciones golpistas y que colabore estrechamente con el gobierno y el parlamento puede constituir el primer paso para un cambio necesario en el país.
En principio, cabe esperar, tanto del PPP como del PML-N, una buena disposición para la continuidad del diálogo con la India, no en vano los líderes de estos partidos –la asesinada Benazir Bhutto y Nawaz Sharif– iniciaron conversaciones con sus homólogos indios en diferentes ocasiones. Sus respectivos intentos de acercamiento con la India fueron en parte saboteados por el aparato militar, sospechosos de cualquier primer ministro que adoptase una actitud blanda frente a su vecino. El caso más notorio fue el desencuentro entre Nawaz Sharif y Pervez Musharraf, en su condición de jefe del ejército, en 1999 cuando la aventura militar del general en Kargil puso fin a unas negociaciones entre Sharif y Vajpayee que aparentemente evolucionaban a buen ritmo. Ahora la incertidumbre está en quién o quiénes van a ser los interlocutores en ese diálogo pues, a las diferencias que puede haber entre los partidos principales, el PPP y el PML-N, hay que añadirle la actitud que adoptará el ejército y el posible papel del presidente.
El actual presidente paquistaní posee amplios poderes ejecutivos, como el de disolver la Asamblea Nacional, y durante su primera etapa como jefe de Estado (tras su autoproclamación en junio de 2001) se puede afirmar que lideró la política exterior del país, muy por encima del ministro del ramo. Quizá el principal éxito de Musharraf haya sido el establecimiento del proceso de diálogo con la India, si bien este logro debe ser matizado dada su condición militar. Básicamente, quien ha estado negociando con la India es el ejército, ya que cualquier acuerdo con este país, debe ser asumible para esta institución. Ahora cabe preguntarse quién liderará esas conversaciones y, si Musharraf continúa en la jefatura del Estado, qué actitud va a adoptar frente a las mismas. Pueden surgir tensiones entre el presidente y el nuevo primer ministro y, eventualmente, es probable que el poder militar siga actuando como un destacado mediador. Cualquier decisión que se tome con respecto al proceso de diálogo con la India debe ser satisfactoria para las fuerzas armadas.
Ahora la incertidumbre está en quién o quiénes van a ser los interlocutores en ese diálogo. A las diferencias entre el PPP y el PML-N, hay que añadirle la actitud que adoptará el ejército y el posible papel del presidente
La evolución de las conversaciones con la India también va a depender del desarrollo de la situación interna en Pakistán. A mayor inestabilidad, mayor incertidumbre habrá para la continuidad del proceso de diálogo. En este sentido, cobra especial importancia la lucha antiterrorista y el compromiso y la eficacia del próximo gobierno paquistaní en desmantelar los campos de entrenamiento y actuar sobre los bienes de los grupos que operan en la Kachemira india. Aunque algunos de ellos han sido ilegalizados por el anterior gobierno, continúan actuando con bastante impunidad, recaudando fondos y propagando los mensajes de lucha desde algunas mezquitas del país, principalmente en las áreas de Karachi y Lahore. Esta tarea será, sin duda, sumamente compleja.