Frente al fanatismo
La historia de la cultura tunecina con sus diferentes aspectos, literarios y artísticos, estuvo marcada desde el principio del siglo XX hasta la caída del régimen de Ben Ali, el 14 de enero de 2011, por una sucesión de luchas y confrontaciones entre los modernistas, los defensores del progreso y de la libertad, y los conservadores que en base a la censura religiosa, moral o política, siempre trataron de golpear o prohibir cualquier movimiento que alterase su inercia y su fanatismo. Por esta razón no podemos hablar de la situación actual de la cultura tunecina, con sus diversas circunstancias, sino refiriéndonos a ciertas fases decisivas en su evolución hacia la modernidad, y sus luchas contra sus enemigos y detractores.
La primera fase importante se sitúa entre las dos guerras mundiales. Fue en esa época de despertar nacional, debido principalmente a una élite formada en las universidades y en las escuelas francesas y abierta a las ideas de las “luces”, que irrumpieron en la escena cultural los poetas, los novelistas, los críticos y los artistas que permitieron a la cultura tunecina disfrutar de un nuevo soplo verdaderamente modernista y progresista, liberándola de ese modo de las ataduras y de los dogmas de un clasicismo decadente y superficial.
La estrella fulgurante de esta primera fase fue Abul Qacim Chebbi (1909-1934), el poeta tunecino más famoso hasta el día de hoy. Con problemas de corazón desde su nacimiento, Chebbi murió muy joven, a la edad de 25 años. A pesar de su corta vida, dejó una obra muy valiosa y rica que abarcaba la poesía y la crítica literaria. Fue el primer tunecino en redactar un diario íntimo al uso occidental. “Volando con una única ala” para expresar que no hablaba ninguna lengua extranjera, Chebbi consiguió acceder a las obras de los románticos europeos, franceses, alemanes, ingleses, y ello gracias a su amigo Mohammed Lahlioui, admirador de Víctor Hugo y de Lamartine.
Su formación en una universidad teológica conservadora (la Zitouna) no le impidió defender muy pronto las ideas progresistas y criticar de manera enérgica el espíritu retrógrado de sus profesores, así como la inercia de algunos intelectuales anclados en el pasado. Profundamente influenciado por Yibran Jalil Yibran, autor de El Profeta, Chebbi no se cansó de elogiar a los escritores, pensadores y poetas árabes de su época que criticaban la religión en sus aspectos más atrasados. Chebbi fue el primer poeta verdaderamente moderno que liberó la poesía tunecina de su corsé y su aridez para asociarla a la vida y a los problemas existenciales de un poeta que se rebela contra una sociedad pasiva y sometida que vive al margen de la historia. Sufriendo ataques violentos por parte de las autoridades religiosas que le tachaban de “ateo” y de “hereje”, Chebbi decidió publicar sus poemas en la revista egipcia Apollo, romántica y progresista. Era una revista de calidad que le lanzó a la fama en el mundo árabe. Después de su muerte, Chebbi se convirtió en un símbolo nacional para los tunecinos. El 14 de enero de 2011, el día de la caída del régimen de Ben Ali, la multitud reunida frente al Ministerio del Interior en la avenida Habib Burguiba, centro neurálgico de la capital, cantó en repetidas ocasiones dos de sus versos más célebres:
Que las tinieblas desaparezcan,
que las cadenas se rompan.
¡Si un día el pueblo aspira a la libertad,
el destino debe obedecerle!
En esta misma época en que Chebbi cumplió su misión de poeta moderno, la escena literaria tunecina vivió los éxitos del grupo del café “Bajo las murallas”, en el corazón del casco antiguo. Este grupo, que llegaría a ser muy famoso en la historia de la cultura tunecina del siglo XX, estaba formado por poetas, artistas y novelistas marginales que amaban los placeres de la vida, elogiando la pereza y lanzando críticas acidas contra los conservadores. Ali Douagi (1909-1949) y Mohammed Laaribi (1910-1946) fueron las dos figuras más influyentes del célebre grupo. Influenciados por Baudelaire, Flaubert, Maupassant, así como por musas tales como Thikovet y Gogal, estos dos amigos inseparables escribieron relatos cortos de excepcional belleza en su época. Sus obras escritas en una lengua muy poética reflejaban su anhelo de libertad y amor, así como su rebelión contra una sociedad “enferma e hipócrita” según Douagi.
La historia de la cultura tunecina ha estado marcada desde el principio del siglo XX hasta la caída del régimen de Ben Ali por una sucesión de luchas entre modernistas y conservadores
En términos de crítica social, Túnez vivió un acontecimiento importante a principios de los años treinta. Tahar Haddad (1898-1933), un antiguo estudiante de la universidad Zitouna publicó un memorable libro titulado Notre femme dans la chariaa et dans la société (nuestra mujer en la sharía y en la sociedad). Apoyándose en el Corán, defendía el derecho de la mujer tunecina al trabajo y a la educación. Para él, la sociedad tunecina permanecería enferma y paralizada mientras la mujer tunecina siguiera obligada a vivir tras puertas cerradas. Las autoridades religiosas conservadoras prohibieron el libro lanzando una campaña de difamación contra su autor, tratándolo de “ateo”, “homosexual”, “desarraigado” y “enemigo del islam”. Profundamente conmovido por dichos ataques, Haddad murió en 1933 en total soledad. Sólo un grupo de amigos incondicionales estuvo presente en su funeral. ¡Incluso los miembros de su familia renegaron de él!
La época de entreguerras estuvo marcada también por la obra romántica del gran escritor Mohammed Messaidi (1911-2005). Formado en la Sorbona, erudito y elitista, Messaidi fue un seguidor de Valéry, al igual que de filósofos como Nietzsche y Kierkegaard. En sus tres novelas, escritas con un lenguaje clásico puro próximo al del Corán, describió las andanzas del hombre árabe en busca de su destino en un mundo hostil e inflexible.
La cultura tunecina después de la independencia
Sobre la base de los importantes logros adquiridos por las elites tunecinas reformistas y progresistas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, Burguiba (1911-2000), convertido en presidente de la primera república en 1958, realizó enormes reformas en varios ámbitos. Respecto a las mujeres, prohibió la poligamia y decretó leyes que les permitían votar y participar activamente en la construcción de la nueva sociedad. Las reformas políticas y jurídicas llevadas a cabo buscaban fundamentalmente limitar las influencias nefastas de la religión sobre la sociedad. En el ámbito educativo, los programas implementados a todos los niveles buscaban educar a las generaciones más jóvenes en los principios del progreso y de las “luces”.
En 1966, diez años después de la independencia, las reformas del régimen de Burguiba empezaron a actuar positivamente en el panorama cultural y literario. Jóvenes poetas, novelistas, críticos y artistas enamorados del surrealismo, del estructuralismo de Barthes, de las obras de Sartre, de Camus, así como de las de Joyce y de Beckett, crearon el movimiento “Avant-garde”. El suplemento cultural de Al-Amal, (la acción), diario del partido único en el poder dirigido por el escritor Ezzeddine Al-Madani (n. 1936), instigador de ese movimiento, publicó poemas, novelas, ensayos críticos y aforismos de estos vanguardistas que se atrevían a criticar de una manera a menudo velada y sutil el despotismo del “Combatiente supremo” (Burguiba), así como los abusos de su poder a nivel social y económico. Sintiendo la amenaza, los oficiales de la cultura no tardaron en reaccionar. Explotando como excusa las revueltas sucesivas que sacudían las universidades a finales de los años 60 y a principios de los 70, estos oficiales de la cultura ‒animados por el partido único‒ consiguieron suspender el suplemento cultural del diario Al-Amal, obligando la “vanguardia” a callarse. Algunos de esos elementos activos fueron encarcelados. Envejeciendo, Burguiba, que había acaparado todos los poderes del Estado imponiéndose como presidente vitalicio, dio luz verde a los guardianes de la cultura oficial para cumplir su misión de “limpieza cultural”. Durante largos años marcados sobre todo por los juicios contra los opositores y los sindicalistas, Túnez sufrió una sequía cultural y artística sin precedentes. Sólo los certámenes poéticos organizados cada verano con motivo del aniversario del “Combatiente supremo” gozaban del puesto más importante en la política cultural del régimen.
A principios de los años 80 Túnez vivió una corta “primavera democrática”. Aprovechando la libertad, poetas, escritores y artistas volvieron a dar vida a la cultura de vanguardia. Los clubes y los cafés literarios volvieron a iniciar sus actividades. Suplementos culturales empezaron a publicar textos que asombraban por la audacia y el talento de sus autores. Obras de teatro vanguardistas encontraron una amplia respuesta de las masas populares.
Durante largos años marcados sobre todo por los juicios contra los opositores y los sindicalistas, Túnez sufrió una sequía cultural y artística sin precedentes
Mientras que el régimen de Burguiba simulaba no leer, no ver y no escuchar, una nueva fuerza entró en escena declarando una guerra sin piedad al nuevo movimiento vanguardista de la cultura. Era el movimiento islamista al-Nahda que no dudó en enviar listas negras que incluían a escritores, poetas y artistas considerados como “enemigos del islam”. Tras un artículo titulado “Tecnología y religión” en el que criticaba el uso de altavoces en las mezquitas para la llamada a la oración, el poeta Ouled Ahmed fue tildado de “ateo”. Durante muchos meses fue el blanco de ataques verbales orquestados por al-Nahda. Fue incluso apaleado por desconocidos una noche cuando volvía a su casa. Los intelectuales que habían salido en su defensa sufrieron la misma suerte. En un pequeño libro titulado Qu’est-ce que l’Occident?, (¿Qué es Occidente?) Ghannouchi, líder del movimiento al-Nahda, denunciaba la civilización occidental como la “fuente de todos los males y las desgracias” que afligen a la humanidad. Para él, un filósofo como Nietzsche no era más que un “perro rabioso”. Marx, “una serpiente venenosa” y un “judío corrupto y mentiroso”. En las conclusiones de su libro, Ghannouchi trataba a los intelectuales tunecinos y árabes de “alimañas” y de “prostitutas de Occidente”. Este pequeño libro ampliamente distribuido fue considerado el “manifiesto cultural” del movimiento al-Nahda.
En ese clima de miedo y de sospecha, Burguiba fue destituido el 7 de noviembre de 1987 y un nuevo hombre, Zin al-Abidín Ben Ali, se instaló en el poder. Desde principios de los años 90, éste llevó a cabo una feroz represión contra los islamistas del movimiento al-Nahda. Algunos años más tarde, los intelectuales de izquierda también fueron perseguidos. El miedo volvió a instalarse. La censura redobló sus esfuerzos. La cultura oficial, ahora reforzada y con muchos tentáculos, asfixiaba cualquier voz hostil a su sinfonía pesada y monótona y rompía cualquier discurso disonante con su palabrería oficial. Solo los intelectuales sometidos, obedientes y oportunistas gozaron de los favores del régimen. ¡Y ello durante 23 años!
La actualidad
Y ahora, ¿qué futuro le espera a la cultura tunecina? Es la pregunta que se hacen constantemente los intelectuales, los escritores, los poetas y los artistas de todas las tendencias desde la caída del régimen de Ben Ali. El primero en responder a esa pregunta fue el poeta Ouled Ahmed, originario de Sidi Bouzid, donde tuvieron lugar los primeros acontecimientos después del suicidio espectacular de Bouazizi. Cruzando el país desde hace varios meses para leer sus poemas y sus textos en prosa, Ouled Ahmed se considera el “poeta de la revolución”. Reconoce que la euforia y el entusiasmo del principio “se han apagado”. Según él, el fruto de esta situación es el éxito del partido al-Nahda en las elecciones y el surgimiento de los salafistas. Y Ahmed agrega: “puedo entender el miedo que sienten actualmente muchos intelectuales, escritores, poetas y artistas. No podemos olvidar que este grupo había amenazado y atacado algunos de ellos en los años 80. Tampoco podemos olvidar que los islamistas próximos a al-Nahda en Argelia, Egipto y otros lugares han amenazado y asesinado a intelectuales contrarios a sus ideas. Lo único que espero es que al-Nahda, ahora instalado en el poder, acepte el juego democrático y renuncie definitivamente a la violencia. Y ello les favorecerá, ya que los tunecinos no van a tolerar más, en mi opinión, el menor intento de despotismo, sea cual sea la forma que adquiera, religiosa o política”.
Ghannouchi, líder de al-Nahda, denunciaba la civilización occidental como la “fuente de todos los males y las desgracias”
El temor de Ouled Ahmed y de la mayoría de los intelectuales y de los artistas respecto al surgimiento de los salafistas está muy justificado. De hecho, estos integristas wahabíes puros y duros preconizan la yihad y no dudan en utilizar la fuerza y la violencia para imponer sus ideas, y están multiplicando desde la caída del régimen Ben Ali las demostraciones de su poder. Las agresiones y los actos violentos que protagonizan se cuentan por decenas. En marzo de 2011, uno de sus “emires”, muy potente en el sur del país, prohibió a la cineasta Selma Baccar filmar un campo de refugiados en la frontera tunecina-libia. En el mes de mayo, armados de cuchillos, botellas y gases lacrimógenos atacaron la sala Afric’Art, en la que se proyectaba una película de Nadia Elfeni juzgada por ellos como una ofensa al islam. Las víctimas de esta agresión salvaje se contaron por decenas. La cadena Nesma fue el blanco de los mismos actos de violencia después de haber proyectado la película de Marjane Satrapi Persépolis, que critica el despotismo de los mulás en Irán. Al igual que los talibanes de Afganistán, han intentado destruir en repetidas ocasiones los vestigios y los monumentos no islámicos tales como la basílica del Kef (a 160 km al noroeste de la capital). Con la vuelta a las escuelas y a las universidades, han protagonizado y siguen protagonizando actos violentos para imponer el niqab y separar “los machos de las hembras”. Los estudiantes salafistas atacaron a los profesores, sobre todos mujeres, y se negaron a asistir a las clases que estimaban “contrarias a los valores del islam”. Para ellos, el Corán es la única fuente de conocimiento.
Los poetas también fueron atacados y amenazados. Es el caso de Moncef Wahaibi, a quien llamaron “renegado” y “ateo” debido a su poema “Ejercicio de escritura del viernes 14 de enero de 2011”. En este poema, Wahaibi escribió:
Que todo se calle este viernes:
las canciones de las orillas,
la llamada a la oración.
Diles que no recen
este viernes.
No leáis la Fatiha.
Levantaos como tunecinos y tunecinas
este viernes.
Salmodiad alabanzas al pueblo,
señor de todos nosotros.
Salmodiad alabanzas al sol
que el pueblo hace rodar entre sus manos.
Salmodiad alabanzas a la tierra
que el pueblo rodea
y hace girar entre sus manos.
En respuesta a los ataques de los salafistas, Moncef Wahaibi expresó su consternación y su visión en estos términos: “los salafistas y las demás fuerzas oscuras que les apoyan deben saber que los tunecinos han hecho una revolución por la libertad y la democracia y no para instaurar un nuevo despotismo religioso como en Irán. En esta fase histórica, los intelectuales de todo tipo y condición deben unirse para hacer frente a las nuevas amenazas”. Y como académico de gran valor añadía: “los salafistas son conocidos históricamente por sus crímenes atroces contra la cultura. Han asesinado a pensadores, poetas y filósofos. Han quemado bibliotecas y sembrado el terror desde Bagdad a Córdoba, y no creo que vayan a abandonar su barbarie porque su odio a la cultura siempre estará presente”.
Rachida Cherni, autora de una nueva novela sobre los sufrimientos físicos y morales de los presos políticos bajo el régimen de Ben Ali, no oculta tampoco sus temores: “sí, admito que tengo miedo tras la caída del régimen de Ben Ali; sentí que nuestro país podía vivir por fin una auténtica primavera democrática. Pero ahora los salafistas surgen de repente para estropear nuestra alegría y nuestra felicidad, aterrorizándonos con nuevas amenazas, de índole religiosa en esta ocasión”.
El temor que sienten los intelectuales, los escritores y los artistas tunecinos tras la victoria del partido al-Nahda en las elecciones del 23 de octubre de 2011 es, en mi opinión, legítimo. Tienen memoria de los crímenes horripilantes que cometieron los movimientos religiosos contra los intelectuales que se enfrentaron a su fanatismo y su oscurantismo. También recuerdan todas las formas de represión y de censura que estos movimientos utilizaron contra la libertad de expresión y de pensamiento. Tras su victoria, al-Nahda sigue intentando convencer, uniéndose al juego de la democracia y de la tolerancia. Pero acostumbrados al doble discurso de este movimiento, los intelectuales, los escritores y los poetas tunecinos permanecen escépticos. Para mí, como para ellos, al-Nahda no tardará en sacar sus garras.
Los intelectuales tienen memoria de los crímenes horripilantes que cometieron los movimientos religiosos contra quienes se enfrentaron a su fanatismo
Desde la caída del régimen de Ben Ali ninguna novela, obra poética o artística de valor ha visto el día, exceptuando las de algunos oportunistas que, “cambiándose de chaqueta”, intentan aprovecharse del entusiasmo revolucionario. Pero sus escritos son superficiales, incluso ridículos. Opinando sobre esta situación, Moncef Wahaibi comenta: “la revolución ha sorprendido al mundo. Los escritores y los poetas están todavía en estado de shock. Se necesita tiempo para que se puedan producir obras de calidad. Además, la historia nos demuestra que en todas las revoluciones donde la acción política o ideológica es dominante, los escritores y los poetas siempre han preferido guardar silencio y esperar”.
Para Fethi Triki, autor de varios ensayos filosóficos importantes, la fase actual no ha conseguido hasta ahora que los intelectuales puedan expresarse realmente: “es cierto que la revolución del 14 enero es un acontecimiento importante en nuestra historia. Pero desde la caída del régimen de Ben Ali son los políticos los que están en primera fila y los intelectuales se han quedado casi mudos o han sido apartados a un lado. Es lo que explica la pobreza cultural que sigue reinando en el país”.
Para la mayoría de los intelectuales, solo las libertades y la democracia pueden asegurar una verdadera revolución cultural que permita de ese modo a la creación literaria y artística un desarrollo que estuvo ausente durante muchas décadas. •