Ética y estética de la revolución
Es posible reflexionar sobre la naturaleza de la revolución tunecina que estalló en diciembre de 2010 cuando aún el proceso no ha finalizado? A decir verdad, incluso después de las elecciones del 23 de octubre la revolución sigue siendo tributaria de un largo proceso de cambios que no concierne únicamente a la clase política sino también afecta, probablemente de manera muy profunda, a la sociedad. Vamos a intentar en este artículo establecer una reflexión filosófica sobre este evento y mostrar que esta revolución es original porque ha puesto en tela de juicio las dos tesis de los dos pensadores estrategas de finales del siglo pasado: la de Fukuyama y la de Huntington. En efecto, hemos pasado de la geopolítica clásica, basada en el monopolio de la violencia legítima y de los Estados-nación, a una geopolítica crítica, basada en la legitimidad de espacios reconocidos por las normas compartidas, en un ámbito de Sociedad-Mundo. Pero el sueño del final de la historia mediante el desarrollo del sistema liberal a escala mundial, que se ha traduciría por la inviabilidad de cualquier tipo de revolución, ha quedado simplemente desacreditado por los levantamientos populares que conoce actualmente el mundo árabe.
Por primera vez en la corta historia de la globalización, basada hasta entonces en la capacidad efectiva en imponer una visión del mundo y un orden mundial “nuevo” las sociedades, primero en Túnez y luego en varios países del mundo, parecen capaces de rechazar el mito de la fuerza que tiene el poder de decidir tanto a escala nacional como a escala internacional, en beneficio de una revolución que va a usar instrumentos pacíficos de lucha social (manifestaciones pacíficas, huelgas, sentadas, diálogo) para devolver a los pueblos el derecho de ejercer el poder y la dignidad de vivir juntos.
Es la revolución de Mohammed Bouazizi: ese parado de 26 años que vivía en Sidi Bouzid, en el centro de Túnez, y que era vendedor ambulante ‒sin licencia‒ de verdura. La policía municipal le incautó su mercancía. Víctima ya de tantas vejaciones, esa injusticia colmó el vaso. Se inmoló el 17 de diciembre de 2010 delante de la jefatura de policía, tras haber defendido en vano su causa. Todo el mundo quiso ver en este acto el punto de partida simbólico de la revolución tunecina, pero en realidad una acumulación de acontecimientos, revueltas, huelgas y protestas había preparado el terreno desde las primeras manifestaciones de estudiantes por una democracia justa tras la independencia y las demás protestas que se desarrollaron en los años 60. Se trata sin duda de una revolución de la juventud por la libertad y la dignidad.
Esta revolución es original porque ha puesto en tela de juicio las tesis de los dos pensadores estrategas de finales del siglo pasado: la de Fukuyama y la de Huntington
Las consignas de esta revolución pusieron precisamente de manifiesto la libertad, la dignidad, la democracia y la ciudadanía contra la humillación, la pobreza, el paro y la represión. Los intelectuales se vieron sorprendidos por el aspecto universal de tales consignas. En realidad el pueblo tunecino, mediante estos eslóganes, reflejaba su deseo de ruptura definitiva con la corrupción del poder instaurado por Ben Ali y su familia, un sistema que supuso una dictadura política que fomentaba la corrupción de la que sacaba buena tajada. En las dos sentadas masivas en la Kasbah (barrio histórico del centro de la ciudad de Túnez), tras la huida de Ben Ali, los manifestantes se expresaron mediante eslóganes, canciones, caricaturas, grafitis, tags, etc. Esa expresión artística de la revolución fue secundada y reforzada por los usuarios de Facebook y los artistas.
De hecho, esta revolución del pueblo tunecino por la libertad y la dignidad ha sido calificada, entre otras cosas, como la revolución de la juventud y la revolución cibernética; es también una revolución del poder de la imagen. Queda patente, hoy en día, que la manera en que utilizaron los internautas la red digital fomentó el uso de dispositivos de imágenes informativas, de ficción y creativas. Conjugando velocidad, fuerza de presencia, movimiento y materia, dichos dispositivos generaron en tiempo real una intensidad comunicativa y contagiosa. Los usuarios de Facebook explotaron el poder de las imágenes producidas o reproducidas sorteando las diferentes formas de censura y divulgando ampliamente las fotos de los manifestantes y de la represión. Esas imágenes capturadas al vuelo, grabadas en condiciones a menudo peligrosas, mediante una cámara o un móvil funcionaron como consignas. Pero las acciones se convirtieron igualmente en eventos participativos, abiertos a la interactividad y a la creación compartida en un sistema de retransmisión. El poder de la imaginación contribuyó a disipar la imagen de los iconos del poder y los puso al servicio de la interactividad y la participación. Estos nuevos métodos fueron parte de una resistencia a las nuevas formas de individuación. Eran subjetividades sociales deseosas y creativas. La estrategia de las artes se asimilaba a las de las intervenciones en los pliegues internos de un sistema cultural anticuado con sus modos anacrónicos de representación. Esas acciones interactivas y creativas pusieron al descubierto desde el interior la falsa normalidad del sistema político-cultural y la perversión de las formas de gestión de nuestras percepciones. Deliberadamente nos situaban fuera de una concepción unívoca del arte de hacer imagen y abría el campo de lo posible en la diferencia y la pluralidad.
La escena artística vive hoy en Túnez una verdadera transformación. Durante más de una década vimos aflorar producciones que marcaron una ruptura con los modelos habituales de pintar y de exponer. Se puede hablar de un movimiento de arte contemporáneo que se traduce por un deseo de libertad, por la diversidad y la novedad plástica de las obras. Los artistas ya no buscan mediante sus obras la reactivación del patrimonio, sea cual sea, y utilizan nuevas formas para expresar a la vez su modo de estar en el presente y su anhelo en crear de otra forma. Los nuevos canales y el uso de diversos objetos constituyen un medio ideal para materializar artísticamente situaciones reales, utopías y ficciones sociales o individuales. El enfoque y la elección de los materiales, siendo aún próximos formalmente a las prácticas actuales de las artes plásticas en Occidente, se distinguen sin embargo por la originalidad de las composiciones y las temáticas que analizan. Éstas permiten escenificar maneras de estar en tales situaciones. Cabe señalar, en ese sentido, que en estos últimos años aparecieron muchas jóvenes artistas que usaban el vídeo, la fotografía o los montajes para crear obras originales que iban desde las autobiografías a la dimensión universal.
La expresión artística de la revolución fue secundada y reforzada por los usuarios de Facebook y los artistas
También son procesos artísticos de des-identificación que contradicen las representaciones engañosas que nos hacemos, ya sea a nivel local o de forma exógena, del genérico “mujer árabe”. Es evidente que, como ciudadanos del sur, todos estos artistas se enfrentan a las contradicciones de su sociedad en la era de la globalización. En este contexto se topan con dos obstáculos notorios: por una parte, los nuevos procesos artísticos encuentran en el espacio público poco lugar, que sin embargo les es necesario para su escenografía y su ambición subversiva, y por otra parte, el coste de los proyectos adolecen a nivel local de una falta de ayudas a la creación y una ausencia de mercado real del arte. De hecho, sólo dos de las galerías que se concentran en el barrio norte de la capital intentan dar visibilidad a sus artistas en el mercado internacional del arte. En cuanto a las grandes exposiciones que requieren un presupuesto consecuente, son de hecho el fruto casi exclusivo de las embajadas, aunque su enfoque depende mucho más de las opciones culturales de esas instituciones que de la realidad artística y cultural en Túnez. Sin embargo, aún subsiste una esperanza al amparo del desarrollo progresivo de pequeños coleccionistas locales que a menudo operan con sigilo y entre los cuales algunos tienen en su pensamiento crear una fundación y una residencia de artistas. No obstante, frente a esos problemas, muchos artistas adoptan hoy en día una actitud responsable y autónoma reflejando estéticamente los fenómenos socioculturales. Es ante todo su anhelo creativo, en el respeto y la dignidad, el que determina su compromiso. El proceso revolucionario experimentado por Túnez desde enero de 2011 ha sido acompañado, desde su origen, por una inconfundible dinámica artística, especialmente a través del uso de las redes digitales. Probablemente lo que se ha vivido en los últimos meses ha mostrado hasta qué punto los nuevos medios de comunicación han permitido actualizar el presente y anticiparse a los acontecimientos y cómo los dispositivos de ficción han desempeñado un papel catalizador. Los jóvenes artistas han aprovechado el poder de las imágenes producidas o reproducidas sorteando las diferentes formas de censura y divulgando ampliamente las fotos de los manifestantes y de la represión.
Hoy día, con la posibilidad de manifestarse en el espacio público, varios artistas, reunidos como un colectivo o en un espacio de autogestión, han decidido dar testimonio de su realidad mediante obras plásticas, espectáculos multimedios y demás formas de acción, para expresarse frente a la situación sociopolítica inédita del país. Sus acciones permiten posturas interactivas que recuerdan la participación ciudadana de los espectadores/actores y tejen nuevos lazos sociales en las micro-sociedades de los barrios. Cabe destacar que la fuerza de todas esas nuevas ficciones-verdades reside también en el hecho de constituir iniciativas que no se limitan a acompañar el acontecimiento sino que participan en su apropiación.
La revolución del pueblo tunecino por la libertad y la dignidad ha sido calificada como la revolución de la juventud y la revolución cibernética; es también una revolución del poder de la imagen
Es el caso específico de las obras realizadas con los objetos de la revuelta, así como el hecho concreto de los espectáculos y de las obras plásticas en espacios públicos que responden de manera más espontánea a la coyuntura actual. Al lado de los diferentes grafitis y tags realizados en las fachadas de los edificios oficiales y sobre los muros de la Kasbah ocupada, diversas acciones artísticas siguen, hoy en día, poniendo en escena las nuevas situaciones sociales y los modos inéditos de la ciudadanía; a título de ejemplo los happenings de los artistas Sana Tamzini y Sonia Kalel han manifestado artísticamente en la calle un himno a la libertad, asociándola a las valores del civismo y del respeto al otro. El 19 de febrero de 2011 participaron junto con jóvenes en la acción “HORR” para apropiarse, mediante la performance, del caso de los comités de defensa de los barrios con sus barricadas improvisadas. Un dispositivo que respondía al mismo objetivo de comunicación y de participación y que generó una dinámica local muy interesante tuvo lugar a lo largo de toda la jornada del 27 de febrero de 2011 en la colina de Byrsa, próxima a Cartago, en un terreno baldío convertido en un cementerio de coches calcinados durante las protestas. Esos vestigios de la ira fueron revisitados pictóricamente con graffiti y transformados por la artista Faten Rouissi, varios estudiantes de arte y algunos habitantes del barrio. La acumulación de los diferentes rechazos vividos durante décadas por los creadores, en un contexto político-cultural parcial que practicaba el ministerio tutelar, ha generado una fuerte resistencia y un enorme deseo de emancipación.
Esas imágenes capturadas al vuelo, grabadas en condiciones a menudo peligrosas con un móvil, funcionaron como consignas
Muy rápidamente, estos artistas que celebraron a su modo la revolución recordaron que destronar un déspota, destruir un régimen dictatorial y derribar un sistema corrompido era muy difícil, pero que había algo aún más difícil y era no caer en la anarquía y reemplazar una dictadura por otra. Los intelectuales, la sociedad civil y los partidos políticos modernistas se han esforzado en aplicar a esta revolución un marchamo de progresía. Pero las elecciones del 23 de octubre, que se han desarrollado por primera vez en el mundo árabe de manera transparente y sin trampa, han dado la mayoría relativa a los islamistas del partido al-Nahda que se presentaban como moderados y demócratas. La pregunta que nos planteamos en estos momentos es la siguiente: ¿cómo una revolución civil y de la ciudadanía, cuyas consignas están muy alejadas de los islamistas y que no es dirigida por un partido político único, desemboca en ese resultado sorprendente y da la razón al programa de los islamistas? Recordemos que el proceso revolucionario en Túnez, después de haber derrocado al dictador, sigue persiguiendo hasta la fecha socavar y destruir, mediante la protesta generalmente pacífica en la calle, los símbolos de un antiguo régimen que se esforzó en introducir en el seno de la sociedad tunecina la desigualdad, el egoísmo, la corrupción y las relaciones violentas de dominación.
Es evidente que, como ciudadanos del sur, todos estos artistas se enfrentan a las contradicciones de su sociedad en la era de la globalización
El establecimiento en la Asamblea Constituyente mediante estas elecciones de una mayoría ofrecida al partido al-Nahda, pero también al partido de los republicanos y al partido Ettakatol (social-demócrata) ‒los tres perseguidos por el antiguo régimen y los dos primeros completamente prohibidos‒ refleja claramente una ruptura definitiva a los ojos del pueblo con todo el sistema dictatorial impuesto por el Partido Socialista Desturiano (PSD) tanto en la época de Burguiba como en la de Ben Ali.
La identidad islámica no es en el fondo un obstáculo para la convivencia democrática. Los países musulmanes, como todos los demás países, son capaces de una vida democrática real, y el islam consuetudinario, el que se basa en la simple creencia, puede aceptar la laicidad como gestión política de la sociedad. Pero para defender esta tesis sería necesario un trabajo conceptual profundo capaz de renovar nuestra manera de pensar, de concebir el islam y la democracia. Sin embargo, analizar el dogma, hoy en día, es ante todo producir un sentido, buscar una presencia y afirmar una idea propia. Es desplegar con los recursos conceptuales propios de la filosofía tres cuestiones fundamentales, cuya articulación ofrece una reflexión sobre nuestra presencia: ¿cuál es la esencia del fenómeno de la religión como tal? ¿Qué significa el devenir de la fe? ¿Cuáles son los efectos de la religión? Como refleja este triple punto de vista, la atención se centra no sólo sobre la diversidad de las manifestaciones históricas de la conciencia (islámica), sino también sobre los diferentes planos en los que se presenta la efectividad de la religión: actitudes espirituales sin duda, pero también categorías mentales y discursivas, posiciones sociales y políticas como la identidad, la democracia, el compromiso. Cuando Derrida, en la Fe y la Razón, habla de la necesidad de “pasar por cierta abstracción, la más desértica de las abstracciones, la de nuestro tiempo”, no pone en tela de juicio la interacción de estos tres componentes de la religión, sentido, presencia y constancia. “El acto de fe, dice, está en parte ligado a su opuesto, y la propia razón crítica, lejos de oponerse a la religión, la sostiene”.
Evidentemente, el desarraigo provocado por la máquina, la técnica, la tele-tecnología, las telecomunicaciones, el ciberespacio o lo digital va a determinar de cierta manera el devenir de la religión. La producción del sentido y la afirmación de esencia se transforman en una especie de mutabilidad que hace que el problema de la identidad mediante la religión sea una máquina ideológica en ocasiones infernal. Pero también puede abrirse a una convivencia democrática. El ejemplo de esta revolución tunecina es ilustrativo. No solo nunca ha sido dirigida por una élite religiosa o no religiosa, sino que tampoco ha revindicado ninguna consigna de orden identitario. El pueblo sublevado solo pensó en la libertad y en la dignidad. Ciertamente, la mutabilidad de la identidad se encaminó hacia una creación de un sentido nuevo, el de revindicar su parte a la universalidad. Sin duda el repliegue identitario animado por el dogmatismo nacionalista y el integrismo religioso, el que siempre ha funcionado como un rechazo del otro, demonizando sus modos de vida y de pensamiento, no ha funcionado en esta revolución para desviarla de su primer objetivo, a saber, el deseo de libertad. Pero esto no debe despreciar el objetivo primordial y determinante de esta revolución, la de la lucha contra la corrupción, el obstáculo a la creación de empleo y al desarrollo. Es un objetivo ante todo moral. Y la expectativa de la gente es moralizar todo el sistema del Estado para poner fin a cualquier tipo de corrupción. El pueblo, al dar una mayoría relativa a los islamistas, quiere simplemente manifestar que el islam es una religión de la convivencia que moraliza nuestro estilo de vida.
Con la posibilidad de manifestarse en el espacio público, varios artistas han decidido expresarse frente a la situación sociopolítica inédita del país
Como todos sabemos, la religión es vivida y percibida por los cristianos, a partir de la separación de la política de la iglesia, como un esfuerzo individual y solitario: “la religión, escribe Lachelier, ignora y contradice el grupo: es un esfuerzo interior y por ende solitario”. En este tipo de concepción hay una elevación hacia lo espiritual, que no actúa ya de una manera directa sobre lo real. La palabra árabe din (equivalente a la palabra “religión”), es mucho más compleja. Su etimología engloba también el sentido de “poder”. El diccionario Al-Muhit, por ejemplo, explica el término de este modo: “dana wa yadinu”: fortalecerse y someterse, obedecer y desobedecer. Precisa además que también significa, aparte de sumisión y obediencia, represión, victoria, transcendencia y poder. La palabra din indica pues una presencia divina que guía las existencias racionales por sus elecciones, para su salvación en este mundo y en el más allá. Engloba a su vez la creencia en Dios y las prácticas que siguen, y la actividad recta del hombre según las normas de la moral en la sociedad. “Religión”, en el islam, significa pues costumbre, verdad, comportamiento recto. En un sentido amplio, representa la unión de la fe, de la sumisión a Dios y de la virtud. Dios ha revelado la verdad, la ley y la disciplina moral: la primera responde a la inteligencia, la segunda a la voluntad y la última a la conciencia.
¿Cómo una revolución de la ciudadanía, cuyas consignas están muy alejadas de los islamistas desemboca en ese resultado sorprendente y da la razón al programa de los islamistas?
A pesar de las acciones de los islamistas salafistas (la extrema derecha), la revolución debe tener en cuenta ese aspecto para incorporar ese estilo de vida tolerante y abierto. Le toca ahora a las fuerzas democráticas establecer una forma moderna y democrática de pensar que obtenga su legitimidad y su fundamento del deseo de libertad. Sin duda, habrá que respetar esa corriente del islam y procurar que sea una cultura de la razón, de la consciencia y de la voluntad y que ofrezca al individuo la posibilidad de elegir libremente su creencia, su estilo de vida y sus convicciones políticas, sin obstáculo ni exclusión. La convivencia en dignidad sigue siendo una resistencia contra cualquier deriva hacia una nueva dictadura, contra cualquier forma de exclusión que pueda albergar el dogmatismo y el extremismo. Aquí es dónde probablemente reside el fundamento de la revolución tunecina: dignidad, justicia, libertad; estas son las tres palabras claves de la revolución y también las condiciones necesarias para cualquier convivencia democrática
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