Educational Bookshop, el refugio de papel
Los libros se arraciman en las estanterías de la Educational Bookshop sabiéndose privilegiados. Ellos, en grado máximo, cumplirán con la función para la que fueron creados: repartir el saber, azuzar el pensamiento crítico, evadir, divertir, informar. Más que cualquiera, por las manos que los venden y las que los compran. Están aquí gracias a la iniciativa de Imad Muna y su familia, jerosolimitanos de siete generaciones, que llevan 27 años reuniendo la mejor literatura palestina en poesía, prosa y teatro, la más selecta colección de ensayos sobre el conflicto con Israel y una cuidada muestra de la literatura mundial en árabe e inglés. Tienen un público ávido, que peregrina a la Educational porque sabe que es el único lugar donde calmar su sed. Para Matt, cooperante australiano, es el pozo donde hacerse con libros de Historia de Gaza y Cisjordania. Para Ora, abogada judía, un espacio donde entender cómo es el vecino árabe. Para Amir, estudiante de Arquitectura en Nablus, es el Perpiñán de los españoles durante el franquismo, el oasis donde hallar los libros que no logran superar el muro y llegar a su ciudad.

Ahmed, cliente habitual, sentado en uno de los veladores que la librería tiene en la calle Salaheddin. Imagen cortesía de la autora.
La librería, catalogada por la afamada guía de viajes Lonely Planet como la mejor en Israel y Palestina y la tercera más reseñable en todo el Medio Oriente, tuvo su origen en la Palestinian Educational Bookshop, una papelería de la calle Salah Eddin de Jerusalén oriental gestionada por la familia del escritor palestino Edward Said antes de su exilio a Egipto, en 1948. Un lugar de paz, conversación y vida, como lo dibuja el autor en sus memorias, Fuera de lugar. Casi con idéntico nombre, los Muna la reabrieron en 1985, más volcada en el material de oficina y la prensa (local e internacional), la “mejor opción para escribir y trabajar”, dice hoy uno de sus modernos carteles de reclamo. “Y tenemos papel reciclado”, clama otro, sólo en inglés. Así fueron trabajando hasta que el negocio permitió adquirir un local más, justo enfrente, dedicado exclusivamente a los libros, el primero de Palestina en ofrecer obras en inglés y francés. Remozada en 2009, la Educational es hoy un cuerpo triple orientado al disfrute de la literatura. Se compone de la zona de exposición y venta, una estrecha U plagada de tentadoras hileras multicolores, un altillo con mesas donde leer y tomar café italiano con pastas francesas -en un barrio donde los reyes son el café turco y el té con menta- y un sótano, casi un búnker, para preservar la cultura, donde se presentan obras, se hacen firmas de libros, se proyectan documentales y hasta se promueven iniciativas vecinales si no hay otro lugar para la reunión. Hoy es la primera librería en ventas en los Territorios Ocupados.
En el lado oeste de Jerusalén hay registradas más de 60 librerías, según datos del Ayuntamiento. Sólo una de ellas vende libros en árabe, segunda lengua oficial del Estado de Israel
“La tienda no es puramente un negocio, sino un centro cultural y social. Claro que necesito que nos dé de comer, pero vamos más allá. No sólo reunimos a los intelectuales de la ciudad, sino a los interesados en la cultura, de todo tipo, en un espacio en el que todos caben”, resume el propietario. No es extraño ver el doble peregrinar de los clientes desde la vieja Educational al nuevo local occidentalizado, en madera y mármol, cargados de bolígrafos y libretas listas para anotar recomendaciones, componer poemas, anotar las repuestas de una entrevista (porque a veces, su buhardilla se asemeja a un centro de prensa). Nihad Muna, responsable de ventas y uno de los seis miembros de la familia a los que da trabajo la casa, explica que siempre tienen en stock los libros editados por organismos, institutos y ONG locales y también encargan “lo que el lector necesite”, sea dentro o fuera de Palestina e Israel. El hecho de que los activistas, el personal de organismos internacionales como la ONU o la prensa extranjera hayan instalado en la librería su puesto de observación (hasta clases de árabe reciben en sus salas), ha hecho que, poco a poco, nuevos idiomas se dejen ver por las estanterías: hay obras en español, italiano, francés, alemán, ruso… Casi llega al nivel de la variedad de prensa que ofrecen, 70 cabeceras en nueve idiomas.

Vista general de la librería desde la segunda planta. Imagen cortesía de la autora.
Ellos, los extranjeros, son en gran parte el sustento de la librería, porque pocos locales pueden permitirse los precios medios de las obras (más de 20 euros de media). Los palestinos compran sobre todo material relativo a ciencias políticas y economía, editado por entidades de la zona o por gobiernos árabes próximos, necesario incluso para su vida diaria y sus gestiones (becas, movilidad, ayuda a los refugiados, etc.). Llegan, puntualiza Nihad, “numerosos encargos” de políticos y hombres de negocios de Ramala, Belén, Nablus y Gaza capital. Como la demanda en estas áreas es importante, la Educational ha firmado convenios con varias distribuidoras y librerías tanto de Cisjordania como de la Franja para crear un flujo estable de suministro, y esa alianza ha permitido crear pequeños talleres de impresión propios, especialmente para boletines y revistas, con lo que “se amplía humildemente el negocio, se crea un proceso completo y seguro y se fija también población en Palestina, que estamos cansados de que se nos vayan los jóvenes por falta de oportunidades”, especifica Nihad, que precisamente apenas supera la treintena. Actualmente trabajan con más de cien editores y distribuidores y son asiduos en las ferias del libro de Londres (Reino Unido) y Frankfurt (Alemania).
Pero quizá lo más curioso sea lo que procede de dentro. Cuentan con un catálogo que supera los 10.000 títulos y, entre ellos, las recopilaciones de cuentos orales palestinos, las obras completas de Mahmud Darwish o las novedades de Tahseen Yaqeen o Bichara Khader. Más allá, destaca la presencia de autores israelíes, difíciles de encontrar en las escasas librerías, casi producidas en serie, del resto de la ciudad. Venden a David Grossman (“pero no sólo al novelista, sino al ensayista, al que pone en la balanza lo bueno y lo malo de Israel”, precisa Imad); a Uri Avnery y sus experiencias como soldado en la Guerra de Independencia; las crónicas de Gaza de Amira Hass; el perseguido El arado y la espada, de Arno Mayer. “¿Por qué no? Nuestro empeño es dar una visión completa de lo que se produce, porque del contraste de ideas nace el entendimiento”, defiende el librero, aún confesando que hay quien le ha pedido que “retire” algunos títulos. “No lo haré”, enfatiza. Los sábados, cuando el sabbat judío recomienda que en honor a Dios cesen los trabajos, no es complicado ver a compradores del otro lado, de la Jerusalén occidental, curioseando entre sus repisas, murmurando en hebreo ante un descubrimiento feliz, anotando títulos, comprando cursos rápidos de árabe. Moshe, sefardí con raíces en Irán, abraza el libro de recetas que acaba de comprar para su madre. “Lo he ojeado y seguro que le encanta. No encuentro esto en una Steimatzky [la principal cadena de librerías de Israel], tan asquenazí”. Deja -con un gesto de disgusto y esquivando a Mohamed, el camarero cargado de capuccinos- otro volumen, Pastoral americana, de Philip Roth, en inglés. “Cuesta encontrarlo en hebreo, siendo tan judío… Pero hoy no gasto más dinero”, sonríe.
Actualmente trabajan con más de cien editores y distribuidores y son asiduos en las ferias del libro de Londres (Reino Unido) y Frankfurt (Alemania)
El mérito está en que Moshe tenga a Roth al otro lado de la Línea Verde, cuando en el lado oeste de Jerusalén hay registradas más de 60 librerías, según datos del Ayuntamiento. Sólo una de ellas, afirma el registro, vende libros en árabe, segunda lengua oficial del Estado de Israel, de ahí que muchos estudiantes de este idioma crucen para aprovisionarse de novelas y libros de texto. En el Este apenas hay dos librerías oficiales, aparte de los talleres de impresión que, de paso, venden algunos títulos: la Educational y la del Hotel American Colony, gestionada por Munzer Fahmi desde 1998 y que estuvo a punto de ser cerrada hace un año, ante la amenaza de que su propietario perdiera su estatus de residente en la ciudad. La presión de intelectuales israelíes como el propio Grossman o Amos Oz, e internacionales como Orhan Pamuk o Ian McEwan evitó el desastre, y ahí sigue, glamurosa, cara y necesaria, hermana de la Educational en el fondo, competencia directa a menos de un kilómetro.

Munzer Fahmi, gerente de la librería del hotel American Colony, posando en su establecimiento tras ser revocada la orden de expulsión que pesaba sobre él. Jerusalén, Israel, 3 de febrero de 2012. /Jim Hollander /EFE
Casi tan destacada como el fondo libresco de la Educational es su colección de CDs y DVDs de música y cine, con más de 400 obras. Artistas y composiciones de todo Oriente Medio donde elegir. “Es casi una Facultad de Sociología y Antropología, este rincón”, dice Juliet De Bruyn, una doctora belga del EAPPI (Programa de Acompañamiento Ecuménico en Palestina e Israel), a punto de pagar en la caja el documental A cinco minutos de casa, del palestino Nahed Awwad. Cada semana, a través de su página de Facebook, logran reunir a entre 50 y 60 personas en su sala de proyecciones para promocionar nuevos valores o exponer obras creadas por palestinos en el exilio, especialmente en EEUU y Jordania, que no tendrían otro lugar de exhibición de no existir la Educational Bookshop. El problema está en que, con demasiada frecuencia, son los propios autores los que deben traer en mano sus películas, ante la complejidad de las importaciones.
Ahí es donde los Muna abandonan la mesura y muestran su indignación. “En el último año, nos hemos visto con material por más de 6.000 euros bloqueado en las aduanas de Israel. Libros, papel prensado y tinta, nada más, que venía de Londres, Nueva York o París. Tenemos nuestros documentos en regla, pagamos antes de recibir el encargo… ¿Por qué no se nos trata como a otro comerciante local?”, se lamenta el patriarca del clan. En 2011, antes de que estallara la revuelta en Siria, unas cajas de Damasco con informes en árabe, centrados en agricultura regional, fueron devueltas “sin más explicaciones”. “Se nos queda material en la frontera y también clientes. No es la primera vez que un profesor de la Universidad de Birzeit, en Ramala, se queda en un checkpoint cuando viene de camino a recoger un encargo del departamento, porque de pronto no le dejan cruzar o le dicen que su permiso no es válido. Terminamos mandándoselo con cooperantes o periodistas amigos”, se lamenta.

Ciudadanos palestinos caminan junto al muro de separación, cerca del puesto de control de Qalandiya, que separa Jerusalén de Palestina. Ramala, Palestina, 10 de agosto de 2012. / Chen Xu /EFE
El activista y escritor Omar Barghouti afirma que esas contrariedades no hacen sino “dar más sentido a la misión de la Educational”, la de “ser un centro cultural fuerte, estable y vivo pese a las dificultades, un emblema del ser palestino: digno e inquieto intelectualmente más allá de todo obstáculo”. Barghouti, que hace pocos meses presentó en la librería su última obra, Boycott, divestment, Sanctions. The global struggle for palestinian rights, ha encontrado en el público hasta algunos de sus principales colaboradores de hoy, “jóvenes inquietos que no tienen otro lugar en el que ver, más allá de su drama diario, donde entender el poder de la cultura y la necesidad de la instrucción y hasta la evasión como claves de humanidad y justicia”.
Cuando el sabbat judío recomienda que en honor a Dios cesen los trabajos, no es complicado ver a compradores del otro lado, de la Jerusalén occidental, curioseando entre sus repisas
Fatma Kasse, autora de Palestinian woman. Narrative histories and gendered memory, otro de los últimos estrenos de la librería jerosolimitana, abunda en la capacidad de este núcleo cultural palestino para transformar la sociedad, “embrutecida por años de sufrimiento y que, en mayor o menor medida, abandonaba el interés por la literatura y estaba entrando en una espiral de aislamiento notable”. A su juicio, el palestino siempre ha sido “un pueblo instruido”, que bebía de la gran ruta del libro de los editores libaneses, sirios y jordanos, pero que en las últimas décadas, ante la crisis “de derechos y futuro”, estaba “cayendo en el error garrafal de abandonar el saber”. “Estamos cambiando eso desde la Educational y desde las escuelas”, defiende. Y especialmente esperanzador es, dice, ver “a las jóvenes palestinas aquí, entre sus libros, haciéndose recomendaciones. Aunque no compren, conocen. Muchas llevan del brazo la bolsa con los arreglos para el traje de novia, comprados en cualquier tienda de Salah Eddin [una calle comercial que es casi un mercado al aire libre, donde se venden especias, café, fiambreras y zapatillas para la casa], pero han dado el paso, ahora entran también aquí. Ese interés nos salvará de la ignorancia creciente”, casi grita.

Imagen de una clase de primaria en la escuela Yad Be-Yad de Jerusalén, donde se enseña con una profesora judía y otra palestina. Esta red escolar bilingüe ‘Yad Be-Yad’ (De la mano) pretende fomentar la integración en la dividida sociedad israelí. Jerusalén, Israel, 4 de junio de 2011. / Elías L. Benarroch /EFE
Fuera, en las dos mesitas colocadas bajo el cartel de café Segafredo, Ahmed, de 75 años, profesor de Química, un irredento de esa Palestina culta que se resiste a morir y se enroca en este rincón hecho de historias y tesón. Viene cada día a leer revistas y periódicos (hoy se centra en The Economist y en el Haaretz) y a ver la vida de la calle más populosa del este de Jerusalén. “La Educational es la mejor atalaya para ver Palestina y a los palestinos. En la calle, en su terraza, la hueles y la tocas, y si tienes dudas, te das media vuelta, entras, y encontrarás las respuestas. Es el corazón vivo de quien aún cree en la fidelidad de los libros a nuestros anhelos y nuestras aspiraciones más altas”.