Ignacio Álvarez-Ossorio
Profesor de Estudios Árabes e Islámicos, Univ. de Alicante. Autor de 'Siria contemporánea'. [+ DEL AUTOR]

Un museo de supervivencias religiosas. Las fronteras étnico-confesionales

El territorio sirio tiene una población sumamente heterogénea desde el punto de vista étnico-confesional, aunque es extremadamente difícil cifrar el peso real de cada una de las comunidades debido al hermetismo del régimen y su renuencia a ofrecer datos oficiales sobre esta materia. A pesar de las dinámicas centralizadoras, las estructuras comunitarias y tribales han pervivido en la mayor parte de los países de Oriente Próximo. En el caso sirio ha ocurrido más bien lo contrario ya que, como señala Cyril Roussel, el Estado “se ha apoyado en las lógicas territoriales o comunitarias: en ningún momento el poder político ha impuesto ninguna ruptura con las solidaridades tradicionales y la cohesión comunitaria. El Estado baazista, al contrario que los países socialistas de la época soviética, no ha intentado desestructurar la base territorial de las comunidades locales”.

Aunque el 90% de los 22 millones de sirios contabilizados en el último censo es árabe, existen importantes concentraciones de kurdos (el 9% de la población), así como armenios, circasianos y turcomanos. En lo confesional, nos encontramos, como lo describiera Arnold Toynbee, con “un verdadero museo de supervivencias religiosas”. Los musulmanes representan cerca del 90% de la población, aunque fuertemente segmentados: existe una mayoría sunní (cerca del 74% de los sirios), pero también importantes minorías chiíes como los alawíes (un 11%), los drusos o los ismailíes (que suman un 5%). También han pervivido diversas Iglesias cristianas (aproximadamente un 10%): la greco-ortodoxa (la más relevante) y la católica (que aúna a armenio-católicos, melquitas, siríaco-católicos, maronitas, caldeos y latinos). Por último, debemos referirnos a los yazidíes, una secta sincrética kurda que combina elementos paganos, zoroástricos, cristianos y musulmanes. El judaísmo es prácticamente inexistente a día de hoy.

LA ETNICIDAD COMO AMENAZA. LOS KURDOS

La población kurda se distribuye entre varios países de Oriente Próximo. En el caso sirio, representa la minoría étnica más relevante y se encuentra dispersa entre varias zonas sin solución de continuidad: la Yazira (regada por el Éufrates y donde vive el 40% de los kurdos); el Kurd Dagh (fronteriza con Turquía con otro 30%); Kobani (en el Éufrates) y, por último, Damasco (donde Saladino fundó el Barrio Kurdo).

Tras la independencia de Francia, los kurdos detentaron puestos de gran responsabilidad. En 1949 Husni al-Zaim, hasta entonces jefe del Estado Mayor, llegó a la presidencia tras dar un cuartelazo y designó como primer ministro a otro kurdo: Muhsin al-Barazi. Poco después alcanzaría el poder Adib Shishakli, también de madre kurda, y se convertiría en hombre fuerte de Siria entre 1951 y 1954, hasta ser derrocado por un golpe dirigido por militares drusos. El ascenso del nacionalismo árabe deterioró rápidamente la situación de los kurdos. En los tres años (1958-1961) que duró el experimento de la República Árabe Unida (la unión entre Egipto y Siria bajo la dirección de Gamal Abdel Nasser) decenas de oficiales kurdos fueron destituidos de sus cargos, entre ellos el jefe del Estado Mayor, Tawfiq Nizamaddin.

La minoría kurda en Siria cuenta con una larga historia de persecuciones y de ostracismo político, social y económico, debido a que es la comunidad étnica no árabe más cohesionada del país y la única que puede representar una amenaza para el proyecto nacionalista árabe. El hecho de que un 9% de la población de la República Árabe Siria, como oficialmente se la denomina desde 1961, sea precisamente no árabe representa una evidente paradoja. El censo del Hasake, elaborado en 1962, quitó la ciudadanía a 120.000 kurdos. Medio siglo después, unos 160.000 kurdos siguen siendo considerados extranjeros en su propio país de nacimiento y no pueden participar en las elecciones, tener propiedades o desempeñar determinadas labores (abogado, periodista, ingeniero, doctor o cualquier otra profesión que requiera pertenecer a un colegio profesional). Otros 75.000 kurdos figuran como no registrados, por lo que no tienen acceso a la educación ni a la sanidad.

Es extremadamente difícil cifrar el peso real de cada una de las comunidades debido al hermetismo del régimen y su renuencia a ofrecer datos oficiales

A finales de los sesenta y principios de los setenta del pasado siglo arrancó la arabización de las zonas kurdas. Como señala Robert Lowe, “se puso en práctica un plan para construir un cordón sanitario entre Siria y los vecinos kurdos del norte y noreste de la Yazira, en las fronteras con Turquía e Iraq. La ­tierra kurda fue confiscada y los kurdos debieron reasentarse en el interior y ceder su lugar a los árabes”. En el curso de esta operación, 300 localidades kurdas fueron desalojadas y reocupadas por tribus árabes seminómadas. En opinión de Jordi Tejel Gorgas, los kurdos han respondido a estas políticas represivas mediante la ‘disimulación’ identitaria, tradicionalmente empleada por las minorías confesionales chiíes para resistir las presiones del poder central. Al mismo tiempo, el régimen sirio no ha escatimado esfuerzos a la hora de cooptar a personalidades religiosas y civiles kurdas. Entre ellas merece la pena destacar a la figura de Ahmad Kaftaru (muftí de la República entre 1964 y 2004) y Said Ramadan Buti (responsable de la Mezquita de los Omeyas desde 2008 y mediador entre la autoridad central y las distintas hermandades sufíes del país). Diversos notables kurdos también participan en la política nacional, eso sí, siempre que acepten las políticas de ‘sirianización’ y eviten el ‘pankurdismo’.

Iluminación del “Árbol de la Paz” en la plaza George Khori en vísperas de Navidad

Iluminación del “Árbol de la Paz” en la plaza George Khori en vísperas de Navidad. Damasco, Siria, 21 de diciembre de 2005. / Youssef Badawi / EFE

Hoy en día, la comunidad kurda siria sufre una evidente discriminación, acentuada por el carácter autoritario del régimen. Un indicativo de ello es que mientras ciertas minorías como los armenios, los circasianos o los asirios pueden escolarizar a sus hijos en sus propias escuelas privadas, a los kurdos no les está permitido. Algo parecido ocurre con sus respectivas lenguas en las que pueden expresarse y publicar libros o revistas, algo que se niega a la minoría kurda. En la última década, el movimiento kurdo parece haber apostado por asumir una mayor visibilidad demandando mayores libertades, al igual que sus compatriotas en Iraq y Turquía. Estas demandas han sido respondidas con mano de hierro. En los disturbios de Qamishli, que tuvieron lugar en la primavera de 2004, más de 40 kurdos perdieron la vida, 400 resultaron heridos y otros 2.000 fueron detenidos acusados de “incitar a la guerra civil y a la lucha sectaria”. Un año más tarde, el jeque Muhammad Jaznawi, un prominente líder de esta comunidad, apareció despedazado tras reunirse en el extranjero con el dirigente de los Hermanos Musulmanes Ali Sadr al-Din al-Bayanuni.

En la convención del Partido Yakiti celebrada en diciembre de 2009, la formación reclamó el autogobierno para las zonas de mayoría kurda, un anatema para el Estado sirio. Según Fuad Aliko, su secretario general, el autogobierno no representaría una amenaza para la integridad territorial del país, opinión que no parece compartir el régimen, que ha encarcelado a parte de su dirigencia (entre ellos, Hassan Saleh, Mohamad Mustafa, Maarruf Mala Ahmad y Anwar Naso), incomunicados por un periodo de seis meses, tal y como ha denunciado Amnistía Internacional. Estos movimientos son vistos con preocupación por buena parte de la sociedad siria, incluida la propia oposición gubernamental. Debe tenerse en cuenta que la sociedad civil había exigido en la Declaración de Damasco de 2005 la supresión de las leyes de emergencia vigentes desde 1963, una plena equiparación entre todos los ciudadanos del país independientemente de su etnia y la concesión de plenos derechos culturales para los kurdos, lo que desató la persecución y encarcelamiento de sus portavoces. Ahora, esos mismos dirigentes tachan las demandas autonomistas de “proyecto separatista”.

LA ETNICIDAD EN ARMONÍA. LOS ARMENIOS

En la actualidad viven en Siria unos 100.000 armenios, en su mayoría descendientes de los refugiados que huyeron del genocidio perpetrado por las tropas turcas durante la Primera Guerra Mundial. La mayor parte de ellos están radicados en Alepo, Damasco, Qamishli, y los pueblos de Kesab y Yaqubiya. Su confesión es cristiana y practican los ritos apostólico, católico y evangélico. Los armenios, al igual que los circasianos y los asirios, pueden escolarizar a sus hijos en escuelas privadas donde se enseña su propia lengua, y también disponen de sus propias organizaciones culturales y de centros de reunión. Además pueden emplear en público su lengua y publicar libros o revistas en ella. Al contrario que a los kurdos, se les permite mantener una estrecha relación con la diáspora y no se les considera una amenaza para la seguridad del país.

En lo confesional, como la describiera Arnold Toynbee, Siria es “un verdadero museo de supervivencias religiosas”

Cuando la Turquía kemalista expulsó a miles de armenios de Anatolia, 100.000 de ellos fueron reasentados por las autoridades francesas en las zonas de Alepo, el valle del Éufrates, la Yazira, Hama, Homs y Damasco. Para evitar su dispersión, los armenios prefirieron concentrarse en determinados barrios y zonas. Desde un primer momento disfrutaron de libertad para erigir sus principales instituciones socio-religiosas (iglesias, escuelas y asociaciones culturales), lo que facilitó la preservación de su identidad a pesar de vivir en un país árabe de mayoría musulmana. El establecimiento de escuelas armenias favoreció un renacimiento cultural, ya que contaron con un amplio margen de maniobra a la hora de organizar y dirigir el sistema educativo, incluido el diseño del currículum. También se permitió la creación de partidos políticos armenios y el establecimiento de una agenda transnacional entre las distintas diásporas. Los armenios aprendieron el árabe, pero evitaron asimilarse al resto de la población.

Tras la consecución de la independencia, la situación no cambió en demasía ya que la comunidad conservó su autonomía. Como recuerda el profesor Nicola Migliorino, “el enfoque de los partidos nacionalistas armenios hacia Siria fue en general de sincera lealtad, combinando un sentido de agradecimiento por el país y la población que, de alguna manera, había provisto un nuevo hogar a los armenios con el interés de mantener un sistema de instituciones que ofrecían una serie de ventajas para la vida comunitaria armenia”.

La minoría kurda en Siria cuenta con una larga historia de persecuciones y de ostracismo político, social y económico

El hecho de que un 9% de la población de la República Árabe Siria –denominación oficial desde 1961– sea no árabe representa una evidente paradoja

No obstante, el ascenso del nacionalismo árabe en la década de los cincuenta produjo cambios significativos. Además del cierre de periódicos armenios, la radical reforma educativa puso el énfasis en la edificación de una conciencia nacional bajo la bandera del arabismo. Este nuevo clima llevó al éxodo a miles de armenios, que se establecieron en Estados Unidos, Canadá y Australia. Numerosos artistas e intelectuales (entre ellos, Antranik Zaroukian, Vahe Vahian, Zareh Melkonian, Simon Simonian o Karnig Attarian) emigraron a Beirut, una ciudad mucho más abierta y cosmopolita. Estas medidas se suavizaron tras la llegada al poder de Hafez al-Asad, quien interpretaba que el apoyo de las minorías confesionales era esencial para garantizar la perduración del régimen. A partir de entonces, la comunidad armenia recuperó parcialmente su autonomía (en especial en el terreno educativo), aunque se le impusieron, como al resto de la población, restricciones en el ámbito político permitiéndose que canalizara su activismo a través de los cauces oficiales. Desde 1973, la Asamblea del Pueblo contó con un parlamentario –Krikor Eblighatian en el pasado y, en la actualidad, Sunbul Sunbulian– en representación de la comunidad armenia de Alepo, la más importante del país. No por casualidad, la primera embajada abierta tras la independencia de Armenia fue precisamente la siria, en 1992, año en que Levon Ter-Petrossian visitó el país árabe en su primera viaje oficial como presidente.

Miles de kurdos transportan los cadáveres de los 9 manifestantes asesinados por la policía tras los enfrentamientos entre árabes y miembros de esta minoría

Miles de kurdos transportan los cadáveres de los 9 manifestantes asesinados por la policía tras los enfrentamientos entre árabes y miembros de esta minoría. Los disturbios comenzaron durante un partido de fútbol en la ciudad de Qamishli, en el norte de Siria, 12 de marzo de 2004. / EFE

EL MOSAICO CONFESIONAL

Desde la llegada del Baaz al poder en 1963, el régimen sirio ha puesto en marcha un sistema de alianzas con las minorías garantizándoles un cierto margen de maniobra, todo ello con el propósito de contrarrestar al predominante elemento sunní (el 65% de la población). Esta contemporización es especialmente patente en lo que respecta a las comunidades confesionales, siempre que mantengan su lealtad al Estado.

El factor alawí

La toma de control por parte del Baaz en 1963 fue considerada como una revancha de la periferia contra Damasco. Buena parte de sus dirigentes pertenecía a las minorías confesionales tradicionalmente marginadas

La toma de control del Estado por parte del Baaz fue considerada como una revancha de la periferia –en especial, el Mediterráneo alawí, la Yazira agrícola y la Montaña Drusa– contra Damasco, dado que buena parte de sus dirigentes pertenecía a las minorías confesionales tradicionalmente marginadas por el poder central. Debido a esta circunstancia, los gobernantes alawíes han tenido buen cuidado en que tanto la mayoría árabe sunní como las minorías confesionales sean incorporadas al aparato gubernamental. De hecho, los primeros ministros han sido árabes sunníes desde entonces y las minorías confesionales suelen tener representación en cada gobierno. Como cabría esperar, los poderosos servicios de seguridad son dirigidos, prácticamente en exclusiva, por alawíes.

El ascenso al poder de Hafez al-Asad en 1970 mostró un hecho sin precedentes en el mundo árabe, ya que una minoría confesional se hacía con el control del Estado gracias a su dominio del aparato militar

Conocidos como nusayríes durante siglos, a principios del XX adoptan el término de alawíes para enfatizar su adscripción al chiísmo duodecimano. Hoy en día representan el 11% de la población. Los orígenes del nusayrismo se remontan al siglo IX, cuando Ibn Nusayr se proclamó profeta afirmando haber recibido del undécimo imán chií, al-Hasan al-Askari, una doctrina secreta que, desde su ocultación (gayba), es transmitida de generación en generación. A mediados del siglo X, el credo se extendió por el noreste sirio, pero no fue hasta comienzos del siglo XI cuando el nusayrismo se convirtió en oficial en Latakia. Los sultanes mamelucos y otomanos intentaron convertir sin éxito a los nusayríes al islam sunní.

Algunas de sus concepciones chocan de lleno con el islam sunní, entre ellas su creencia en la trasmigración de las almas. Los alawíes consideran a Ali, primo y yerno de Muhammad, como la deidad suprema y eterna. Al principio de los tiempos, las almas de los alawíes eran luces en torno a Dios (también denominado La Esencia), pero cayeron en desgracia y fueron expulsadas del paraíso convirtiéndose en humanos condenados a reencarnarse indefinidamente. Los imames chiíes son reconocidos como manifestaciones de la divinidad y cada uno tuvo un compañero que ejerció la función de intermediario entre Dios y los creyentes. La única manera de escapar de la metempsicosis es entrar en contacto con la propia deidad, tras lo cual el creyente se convertirá en una estrella que reanudará su camino por los siete cielos hasta llegar al más elevado, donde contemplará la luz suprema.

Durante siglos, los alawíes mantuvieron su cohesión debido a su aislamiento en el Yabal al-Nusayriya, donde se dedicaban a la agricultura. También existen comunidades alawíes en Latakia, Banias, Tartus, Homs, Safita y, en menor medida, Alepo e Idlib. En el periodo de dominación francesa disfrutaron de una amplia autonomía dentro de un Estado independiente alawí y fueron una pieza central en el ejército colonial. Tras la independencia, los alawíes no solo mantuvieron su peso en las fuerzas armadas, sino que además se vieron beneficiados por las numerosas purgas registradas tras cada golpe de Estado, los que les permitió disfrutar de una situación privilegiada. El golpe militar del alawí Salah al-Yadid en 1966 y, más claramente, el ascenso al poder de Hafez al-Asad (perteneciente a la tribu Raslan y al clan Kalbiya) en 1970 mostraron un hecho sin precedentes en el mundo árabe, ya que una minoría confesional se hizo con el control del Estado gracias a su dominio del aparato militar. Conscientes de su debilidad, los alawíes decidieron aliarse con el resto de minorías confesionales (drusos, ismailíes y cristianos) para conservar el poder.

Algunas de las concepciones de los alawíes chocan de lleno con el islam sunní, entre ellas su creencia en la trasmigración de las almas

El hecho de que un país como Siria sea dirigido por los alawíes desde hace más de cuatro décadas ha levantado las suspicacias de la mayoría sunní y, en particular, de los sectores islamistas. Durante la revuelta de los Hermanos Musulmanes (1979-1982), los alzados llamaron al yihad contra un gobierno que tachaban de apóstata. Al hacerlo no hacían más que recuperar una fetua emitida en el siglo XIV por el teólogo sirio Ibn Taymiya, que equiparaba a los alawíes con los idólatras y autorizaba el empleo del yihad contra ellos. Said Hawa, ideólogo del alzamiento, manifestó entonces: “los países musulmanes son dirigidos por incrédulos y ateos. Es obligación de todo musulmán emprender una campaña de purificación destinada a restablecer el orden. Esto sólo ocurrirá por medio de un yihad que elimine, sin compasión ni piedad, a las incrédulas sectas ocultistas y a los alawíes, así como a los comunistas, a los nacionalistas yahilíes (agnósticos) y a quienes reclaman la separación entre Estado y religión”.

Si bien es cierto que los alawíes tienen una fuerte presencia en los aparatos de seguridad, no puede hablarse estrictamente de régimen alawí. Se trata más bien de una alianza entre grupos muy diversos (tanto en lo ideológico como en lo confesional), unidos por su voluntad de conservar su posición hegemónica. Aunque los alawíes asumieron un papel central en la toma del poder del Baaz, tras el Movimiento Rectificatorio de 1970 cooptaron a la oligarquía sunní damascena. De hecho, la mayor parte de los cuadros del régimen (primeros ministros y ministros de Defensa, Asuntos Exteriores y Economía) no son alawíes, sino sunníes. Esta alianza se ve reforzada por enlaces matrimoniales y proyectos empresariales del clan Asad y de familias políticas y militares afines, por un lado, y los herederos de algunas de las fortunas más relevantes del país o de determinadas regiones por otro.

Los cristianos

Maalula, a sólo 50 kilómetros de Damasco, alberga una comunidad cristiana que ha conservado hasta hoy el arameo, lengua hablada en época de Jesucristo

Cerca del 10% de la población siria profesa el cristianismo, siendo la comunidad más importante la greco-ortodoxa (el 55%) y, a continuación, la católica (el 18%: latinos, armenios, maronitas, caldeos, melquitas y siríacos). Tras la conquista de Siria por el islam, tanto los cristianos como los judíos mantuvieron su credo al ser considerados “gente del Libro” –practicantes de otras religiones monoteístas reveladas– aunque se les impuso un impuesto de capitación que fue abolido a mediados del siglo XIX por el Imperio Otomano ante las presiones de las potencias europeas.

La comunidad cristiana siria es eminentemente urbana. Las grandes urbes tienen barrios cristianos relevantes, como ocurre en Damasco. Existen además pequeñas poblaciones cristianas, siendo una de las más conocidas Maalula, visita obligada para quienes viajan al país por sus dos monasterios: San Sergio y Santa Tecla. Esta localidad, a tan sólo 50 kilómetros de Damasco, alberga una comunidad cristiana que ha conservado hasta hoy el arameo, lengua perteneciente a la familia del siriaco y hablada en época de Jesucristo. Sus 2.000 habitantes practican, no sin constantes fricciones, los ritos greco-ortodoxo y greco-católico.

La sociedad civil exigió en 2005 la plena equiparación entre todos los ciudadanos del país independientemente de su etnia

Los cristianos siempre tuvieron un papel destacado en la escena política e intelectual siria. De hecho, el Baaz fue fundado por un greco-ortodoxo, Michel Aflaq, que desde un primer momento percibió la importancia de aproximarse al resto de comunidades confesionales que podrían sentirse atraídas por el mensaje igualitario, laico y socialista de la formación nacionalista. Entre las personalidades cristianas que han ocupado puestos de relevancia en la escena política encontramos a Faris al-Juri, que llegó a ser primer ministro entre 1954-1955. En la época baazista, merece la pena destacar a Yusuf Shakkur, jefe del Estado Mayor durante la guerra de Yom Kippur (1973) y, con posterioridad, viceministro de Defensa y de Asuntos Exteriores, y que en la década de los noventa jugó un papel fundamental en las conversaciones de paz sirio-israelíes.

Los drusos

Drusos del pueblo de Machdal Shams, en la frontera israelí en los Altos del Golán

Drusos del pueblo de Machdal Shams, en la frontera israelí en los Altos del Golán, durante una concentración para celebrar el Día Nacional de Siria. 17 de abril de 2008. / Atef Safadi / EFE

En la actualidad representan el 3% de la población. Se trata de una escisión de la familia chií y su hermetismo les ha valido el repudio del islam ortodoxo. Históricamente han vivido en lugares aislados y de orografía compleja que les servían de refugio frente a la presión sunní. La persecución sistemática sufrida a lo largo de sus diez siglos de historia ha provocado que tiendan a concentrarse en determinadas zonas, como la Montaña Drusa (donde hoy en día representan el 90% de la población), el Ante-Líbano, el Monte Líbano y el norte de Israel.

Los drusos consideran al califa fatimí al-Hakim como el Intelecto Activo dentro del orden cósmico. La era drusa arrancaría en 1017, cuando se estableció el culto a al-Hakim. Los creyentes se dividen entre iniciados (uqqal) e ignorantes (yuhhal). Los primeros son los guardianes de los secretos de la religión y visten turbantes blancos para diferenciarse de los segundos. Los drusos tienen sus propios siete mandamientos. Entre ellos está reconocer la unidad divina, respetar y someterse a sus designios, renunciar a las antiguas religiones, decir siempre la verdad al resto de creyentes (aunque está permitida la disimulación o taqiya en caso de persecución), defenderse y ayudarse mutuamente y separarse de los no creyentes. Creen también en la metempsicosis y que las reencarnaciones cesarán cuando retorne el imán oculto para instaurar la justicia universal. La religión drusa se transmite de generación en generación y no puede adquirirse por conversión. Por eso son tan importantes los matrimonios endogámicos que perpetúan esta comunidad de sangre.

Durante la dominación francesa, destacadas figuras drusas tuvieron un papel decisivo en el movimiento nacionalista sirio, entre ellos el emir Shakib Arslan y Sultan al-Atrash, que encabezó una revuelta anticolonial que arrancó en la Montaña Drusa en 1925. Tras la independencia, el coronel druso Sami Hinnawi derrocó a Husni al-Zaim. En 1954 el dictador Adib Shishakli ordenó bombardear la Montaña Drusa y detuvo a Sultan al-Atrash, hecho que desencadenó una revuelta popular. A su muerte en 1982, el presidente Hafez al-Asad le rindió tributo tomando parte en sus honras fúnebres. Destacados drusos se afiliaron al Baaz, aunque no llegaron a asumir puestos de relevancia en la jerarquía del régimen. Desde 1970, todos los gabinetes ministeriales han incluido a un druso, siendo el Ministerio de Administraciones Locales su feudo histórico. Además de los Atrash (al que pertenecía el famoso cantante y laudista Farid al-Atrash), entre los grandes clanes drusos cabe citar a los Amer, los Halabi, los Azzam, los Hinaydi, los Abu Fajer o los Kalani.

Los ismailíes

Otra de las sectas que perviven en territorio sirio son los ismailíes, pertenecientes a la chía septimana. Sus creencias, como las de los drusos, distan de la ortodoxia islámica. Los ismailíes veneran a Muhammad ben Ismail, nieto del imán Yafar al-Sadiq (m. 765), que se ocultó y reaparecerá algún día para instaurar la justicia universal. Según sus creencias, de origen neoplatónico, Dios es un principio más allá de la comprensión humana: Dios estableció en primer lugar el Intelecto (aql) del cual emanó después el alma (nafs). Los ismailíes distinguen entre los aspectos visibles o exotéricos (zahir) de la religión, es decir el significado comúnmente aceptado de las escrituras, y lo oculto o esotérico (batin), las verdades inmutables a las que solo se puede acceder gracias a la interpretación cabalística de cifras y letras de los textos sagrados.

Existen tres poderes espirituales, identificados con los arcángeles Gabriel, Miguel y Rafael, que median entre el mundo espiritual y el terrenal. La historia es cíclica y transcurre en siete eras, cada una de las cuales es anunciada por un profeta (Adán, Noé, Abraham, Moisés, Juan el Bautista, Jesús y Mahoma). Cada profeta convivió con un mensajero capaz de discernir el mensaje oculto de la revelación. Ali, el mensajero de Mahoma, fue sucedido por siete imanes, siendo Muhammad ben Ismael el último, que reaparecerá tras su ocultación para abrogar el islam y revelar el significado oculto de las verdades sustanciales. Mientras esto no ocurra, el mensaje esotérico debe mantenerse en secreto y ser transmitido, de generación en generación, por los iniciados (uqqal).

No puede hablarse estrictamente de régimen alawí, sino de una alianza entre grupos muy diversos unidos por su voluntad de conservar su posición hegemónica

Las creencias de los ismailíes son de origen neoplatónico

En el siglo IX el ismailismo se extendió por todos los confines del mundo islámico (Persia, Jurasán, Transoxiana, Yemen, Golfo Pérsico y Magreb) gracias a la labor de sus misioneros. En Siria se implantó en Salamiya, donde los ismailíes combatieron a los Cruzados y se enfrentaron a los alawíes. La dispersión de las comunidades ismailíes hizo que ganaran autonomía con el transcurso del tiempo, especialmente tras la destrucción de la fortaleza de Alamut por los mongoles. Durante las épocas mameluca y otomana, los ismailíes tuvieron que hacer frente al pago de un tributo especial al no ser considerados parte de la familia del islam. La enemistad ismailí-alawí se mantuvo entre los siglos XVIII y XX, en los que fueron constantes los enfrentamientos.

Durante el mandato francés, los ismailíes tuvieron un papel destacado en el ejército colonial al igual que el resto de las minorías (kurdos, alawíes y drusos). Cuando la ideología baazista comenzó a difundirse entre los militares tras la independencia, tuvo un eco especial entre los ismailíes, que asumieron un papel destacado en el Comité Militar del Baaz que en 1963 asumiría las riendas del gobierno. Dicha sociedad secreta estaba liderada por cinco militares sin conexión con los fundadores del Baaz, todos ellos pertenecientes a minorías confesionales: los alawíes Muhammad Umran, Salah Yadid y Hafez al-Asad y los ismailíes Ahmad al-Mir y Abd al-Karim al-Yundi (que se convertiría en ministro de Reforma Agraria y, después, en responsable de la Seguridad Nacional). Tras la conquista del poder por Hafez al-Asad la mayoría de los altos mandos ismailíes fueron depurados.

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