Rime Allaf
Associate fellow, The Royal Institute of International Affairs, Chatham House, Londres. [+ DEL AUTOR]

La soledad del corredor de fondo

Cuando Bashar al-Asad llegó al poder hace diez años muchos esperaban, demasiado prematuramente, que se produjeran grandes cambios en el país. La ola de expectativas nunca tuvo la oportunidad de coger fuerza, ya que los acontecimientos sorprendieron a la región y colocaron a Siria en una de sus situaciones más difíciles desde la década de los 80. Gracias a que el 11 de septiembre desencadenó una sucesión de desgracias y exigencias lideradas por Estados Unidos, bajo la Administración de George W. Bush, pudo florecer un fervor ideológico que impulsó la política exterior, poniendo a Siria en desventaja mucho antes de que las infames denominaciones del “eje del mal” hubieran sido adoptadas por unos medios de comunicación totalmente obedientes.

El presidente sirio Bashar al-Asad y su esposa Asma (en el centro) son recibidos en el palacio Ciragan por el presidente de Turquía Abdullah Gul y su esposa Hayrunnisa Gul

El presidente sirio Bashar al-Asad y su esposa Asma (en el centro) son recibidos en el palacio Ciragan por el presidente de Turquía Abdullah Gul y su esposa Hayrunnisa Gul. Estambul, Turquía,
8 de mayo de 2010. / Tolga Bozoglu / EFE

La invasión de Iraq cambió el mapa político del mundo árabe y todavía se pueden esperar muchos más años de caos regional

La invasión de Iraq cambió el mapa político del mundo árabe, aunque aún está por ver qué ocurrirá cuando se hayan calmado las aguas, y todavía se pueden esperar muchos más años de caos regional. Por ahora, las nuevas líneas del poder y las consecuencias en cierta medida no deseadas (aunque esperadas por muchos críticos de la invasión) han beneficiado finalmente a las mismas partes que reciben las acusaciones de Estados Unidos. A pesar de toda la presión que éstos envían en dirección a Siria, y a pesar de la multitud de bases norteamericanas en la región, no cabe duda de que los acontecimientos en Iraq han debilitado a Estados Unidos políticamente. Pero Iraq no ha sido el único factor que ha intervenido en las dramáticas vicisitudes de Siria en la última década. Aunque es por Iraq por lo que Washington puso la mirada en Damasco, es por Líbano por lo que Siria recibió sanciones americanas aún más sofocantes (incluso antes del asesinato del antiguo primer ministro Rafiq Hariri), y por lo que toda su posición regional se tambaleó hasta los cimientos. Era difícil imaginar que Siria pudiera superar el aislamiento político y el menosprecio a toda su clase gobernante, especialmente porque el nuevo presidente aún no había conseguido auténticos aliados fuera de su círculo inmediato dentro del país. Pero a lo largo de los últimos diez años, Siria parece haber vuelto al punto de partida saliendo de su aprieto, incluso mientras Estados Unidos lucha por encontrar una política coherente que adoptar con respecto a Damasco. Y a pesar de todos los cambios que Siria ha experimentado en esta década, gran parte de sus políticas y comportamiento básicos han permanecido inalterados. Lo cierto es que tras un cambio de guardia relativamente tranquilo, y después de numerosos acontecimientos violentos y amenazas cerca de sus fronteras, Siria finalmente ha conseguido beneficiarse de sus propios errores de cálculo iniciales, y lo que es más importante, de los errores de sus detractores. De hecho, no se trata tanto de lo que Siria hizo bien, sino de lo que todos los demás hicieron mal. Volver al buen camino como si los últimos años no hubieran tenido lugar.

CONTINUIDAD NO NEGOCIABLE

A la muerte de Hafez al-Asad, el modus operandi establecido llevaba años compuesto por un eje tripartito al que se consultaba sobre los asuntos más importantes de la región. Los líderes de Arabia Saudí, Egipto y Siria estaban de acuerdo sobre sus respectivos roles e intereses, asegurándose de no molestarse entre sí. Al entrar en esta sólida red, el nuevo líder sirio recibió todo el respaldo que necesitaba inicialmente. No obstante, estaba claro que su juventud y relativa inexperiencia lo empujaron a una posición distinta a la de su padre a ojos de sus iguales; esta circunstancia desempeñaría una función concreta cuando surgieran grandes desacuerdos entre los países sobre el tema de Líbano, entre otros asuntos. Esta distinción es importante para entender los acontecimientos en Siria: aunque algunos amigos y aliados imaginaron que podrían ser sus mentores o al menos sus “mayores” en el sentido más amplio del término, el nuevo presidente se metió inmediatamente en el papel de líder y, por tanto, la posición de igual. De este modo, como presidente de Siria, y como uno de los tres líderes árabes más importantes, esperaba ser tratado de acuerdo con su rango oficial, y no en función de su situación personal. Parece que esto era difícil de aceptar para veteranos como el presidente de Egipto y para el príncipe heredero Abdullah de Arabia Saudí, que posteriormente se convirtió en rey y con quien las relaciones alcanzaron su peor momento por muchas razones. En lo que todos en la región y fuera de ella estaban de acuerdo entonces, no obstante, era en que la continuidad del régimen sirio servía a los objetivos de todos los implicados, y en que el caos no beneficiaría a nadie. En ese sentido, la mayoría podía comprender que no estaban a punto de producirse cambios importantes, al igual que no ocurriría en otros países que se encontraban en el mismo aprieto. Los líderes árabes, evidentemente, no iban a empezar a tirar piedras sobre su propio tejado hablando de democratización, mientras que los poderes del exterior también pensaban que más valía malo conocido que bueno por conocer.

Además, se esperaba que siguiera fluyendo desde Siria una política exterior relativamente similar en los asuntos más importantes, como el conflicto con Israel. Aunque los cimientos básicos de su política han permanecido sin cambios y las estrategias a largo plazo son las mismas, sí que hubo una diferencia inesperada en el estilo y en el contenido, una diferencia que se pondría de manifiesto más vívidamente en Líbano.

EL “DOSSIER” DE LÍBANO

A pesar de todos los cambios que Siria ha experimentado en esta década, su política y comportamiento básicos han permanecido inalterados

La mayoría está de acuerdo en que fue la intervención de Siria en Líbano lo que la dejó tan aislada, e incluso marginada tras la precipitada retirada de sus tropas en abril de 2005, después del asesinato de Hariri. Para muchos observadores, la reciente salida de Siria del aislamiento, por el contrario, se debió a una serie de nuevos factores en la ecuación regional, siendo el más importante de ellos Turquía. Una cuidadosa lectura de la situación que rodea a estos acontecimientos mostraría, sin embargo, que es en realidad por Líbano y por los ataques de Israel por lo que Siria, y Bashar al-Asad al mando, está de nuevo en una posición de fuerza a pesar de todo.

Los actores en la región y fuera de ella estaban de acuerdo en que la continuidad del régimen sirio servía a los objetivos de todos los implicados

Desde la llegada de la Administración de Bush, Líbano se convirtió en el talón de Aquiles de Siria mientras la atención del mundo se fijaba en lo que ocurrió después del 11 de septiembre y en la posterior invasión de Afganistán y finalmente de Iraq. Aunque Siria se sentaba en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas durante los preparativos para Iraq, y aunque sorprendentemente votó a favor de la Resolución 1441 de noviembre de 2002 del Consejo de Seguridad de la ONU, que posteriormente sería utilizada para justificar la invasión de Iraq, al equipo de Bush no le interesaba un quid pro quo. De hecho, Bush esperaba la cooperación de los “Estados menores” como un deber, no como parte de un intercambio, y la Casa Blanca neoconservadora era por definición más papista que el Papa en lo relativo a los adversarios de Israel. Promulgada en diciembre de 2003, aunque las sanciones no serían puestas en marcha hasta mayo de 2004, la Ley de Responsabilidad de Siria y de Restauración de la Soberanía Libanesa (Syria Accountability and Lebanese Sovereignty Restoration Act – SALSA) fue la primera ley ofensiva importante de la Administración de Bush contra Siria. Vendrían más durante los ocho años de su gobierno, pero esta fue la más dañina por su validez a largo plazo y su amplio alcance. Siria había estado en la lista de “Estados que patrocinan el terrorismo” del Departamento de Estado desde su apoyo en 1979 a la Revolución Islámica en Irán. No obstante, esto no había impedido las relaciones diplomáticas entre los dos países, ni había prohibido el continuo y directo diálogo en la Conferencia de Paz de Madrid de 1991, subsiguiente a la participación de Siria en la liberación de Kuwait, y en las intermitentes negociaciones de paz con Israel durante la siguiente década. Bush lo cambió todo y se distanció inmediatamente de la implicación personal de su predecesor en Oriente Próximo. Al mismo tiempo, Siria se hizo más ruidosa y más activa en la persecución de sus aparentes intereses, especialmente en la causa palestina y árabe, y en Líbano. Pero en esta acelerada reconfiguración de parámetros, el pragmatismo que había definido durante tanto tiempo la esencia misma de la política siria (especialmente en Líbano después del Acuerdo de Taef, que puso el broche final a la guerra civil libanesa y la era de cooperación sirio-saudí) parecía pasar a un segundo plano mientras que se imponían nuevas reglas a Líbano.

Uno de los principales cambios del nuevo presidente fue el despido del director de los servicios de inteligencia sirios en Líbano, Ghazi Kanan, que llevaba mucho tiempo en el cargo, y su sustitución por Rustom Ghazale. De forma inmediata, el nuevo enviado creó fricciones con (y entre) los líderes libaneses de reconocido prestigio que habían alcanzado al cabo de los años un modus operandi bastante llevadero con Kanan. No se le prestó al creciente descontento en Líbano la atención que merecía. Mientras la situación se deterioraba, se produjo el segundo gran cambio, desencadenando una secuencia de acciones y reacciones que conducirían a la salida de Siria de Líbano. De hecho, al insistir en renovar el mandato del presidente libanés Emile Lahud, Siria ignoró las urgentes advertencias de numerosas partes sobre las consecuencias de este hecho. No obstante, cuando se aprobó la Resolución 1559 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, los dirigentes sirios parecieron realmente sorprendidos, especialmente porque se trataba de una resolución copatrocinada por Francia y Estados Unidos, dos países que habían chocado en el tema de Iraq, pero que se habían reconciliado ahora a su costa. Las esperanzas de Siria de que las quejas francesas sobre su interferencia en Líbano se reducirían tarde o temprano se vieron defraudadas, al igual que la esperanza de que valdría la pena la apuesta por Lahud. Pero Siria había subestimado la influencia de Rafiq Hariri y su estrecha relación con el presidente francés Jacques Chirac. Fue a Hariri a quien más desairó la renovación del mandato de Lahud, especialmente porque se había visto obligado a aprobarla en el parlamento justo antes de que dejara el cargo. Al insistir en que se renovara su mandato a pesar de todo, Siria aseguró la aprobación de la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU.

El peor periodo en la presidencia de Bashar al-Asad se produjo entre 2005 y 2006, cuando el mundo entero parecía señalar su régimen con el dedo y acusar a Siria de toda la violencia en Líbano

Este atípico movimiento poco práctico por parte de Siria puso al país en un nuevo atolladero político y legal sin precedentes: hasta antes de la Resolución 1559 (y dejando aparte las resoluciones que prohibían la exportación de petróleo iraquí, que Jordania y Turquía, aliados de Estados Unidos, también ignoraban descaradamente) Siria no había infringido técnicamente las leyes internacionales, y ahora lo hacía. No sería hasta la completa retirada de sus tropas de Líbano, unos meses después, que pudo cerrar ese frente particular.

Retirada

Sin duda alguna, el peor periodo en la presidencia de Bashar al-Asad, y en las relaciones de Siria con la mayoría de sus socios, se produjo entre 2005 y 2006, cuando el mundo entero parecía señalar su régimen con el dedo y acusar a Siria de ser responsable de todos los actos de violencia en Líbano, empezando por el espectacular asesinato de Rafiq Hariri el 14 de febrero de 2005. De forma inolvidable en la historia de ambos países, se celebraron manifestaciones masivas en todo Líbano, y los insultos lanzados a los sirios se vieron por televisión en todo el mundo. Y lo más importante es que fueron vistos por los atónitos sirios.

Cediendo a la presión árabe e internacional, Siria retiró el resto de sus tropas de Líbano a finales de abril y centró su atención en un número de asuntos nacionales urgentes. Aunque nunca se planteó en ese momento que el régimen fuera inestable o estuviera en peligro de caer, y ciertamente no por las manifestaciones libanesas ni la retirada del embajador estadounidense, no hubo sin embargo ninguna duda de que se vio sacudido, como destinatario de un coro casi unánime de acusaciones. Aunque se adoptó rápidamente una línea nacionalista, con canciones, mítines y artículos escritos con la esperanza de incitar el frenesí patriótico, el ambiente era tenso, y el presidente hizo serias promesas a la nación en un discurso en la Universidad de Damasco en marzo. Algo iba a ocurrir, y empezaron a emerger rumores de que se iba a poner fin al odiado estado de emergencia, junto con otras reformas políticas, o más bien ajustes. Evidentemente, un régimen bajo dicha presión nunca cedería políticamente, y estaba claro que los cambios serían de una naturaleza diferente.

Vista de la parte sur de Beirut, zona controlada por Hizbullah, tras los bombardeos israelíes

Vista de la parte sur de Beirut, zona controlada por Hizbullah, tras los bombardeos israelíes. Beirut, Líbano, 23 de julio de 2006. / Wael Hamzeh / EFE

Siria está en la lista de “Estados que patrocinan el terrorismo” desde su apoyo en 1979 a la Revolución Islámica en Irán

Efectivamente, se produjo el cambio, en la forma de una contundente reforma económica presentada en el Congreso del partido Baaz en junio. Después de décadas, de un día para otro, la economía siria de repente pasó de una controlada economía socialista cerrada a una “economía de mercado social” declarada. Aún tenía que darse la definición exacta, pero lo que importaba a los sirios, y a todos los inversores nacionales y extranjeros por igual, era que repentinamente las puertas de la importación se habían abierto de par en par. Está claro que este acontecimiento estaba dirigido a calmar a los sirios, marginados por el mundo, pero también tenía como objetivo castigar a los libaneses por haberse atrevido a humillar a Siria de ese modo. Con una economía abierta, las finanzas libanesas sufrirían la pérdida de una enorme clientela siria que ya no necesitaría cruzar la frontera para cubrir la mayoría de sus necesidades.

Oposición organizada

Algunos activistas de la sociedad civil pagaron caro su apoyo declarado a una relación en base de igualdad entre Siria y Líbano. Con el arresto y encarcelamiento de los firmantes de la Declaración Beirut-Damasco, una de las consecuencias significativas del embrollo libanés, se dio otro paso hacia la destrucción de todo movimiento interno de oposición. Sin embargo, fuera de Siria se había formado una nueva oposición con los actores más inadecuados. El antiguo vicepresidente Abdul Halim Jaddam, amigo de Rafiq Hariri, desertó en una espectacular entrevista que dio al canal de noticias saudí Al Arabiya el 30 de diciembre de 2005. Su principal socio se convirtió en el jefe de los Hermanos Musulmanes, proscritos en Siria desde los años 80 (el simple hecho de ser miembro sigue estando castigado con la pena de muerte). Al mismo tiempo, se creó un Frente Nacional con unos cuantos movimientos menores laicos árabes y kurdos. En realidad, estas dos supuestas amenazas al régimen simplemente se quemaron la una a la otra y destruyeron el potencial de tener un seguimiento real en Siria. Ninguna de las partes confió en la otra, y chocaron las bases ideológicas.

El intento de aislamiento de Siria y la caída de su régimen eran objetivos irreales que no traerían ningún beneficio

El Frente Nacional recibió el respaldo absoluto del Movimiento del 14 de marzo de Líbano, que se había formado en torno a los aliados y la familia de Hariri. La ciudadanía saudí de éste y sus relaciones con la familia al-Saud le hacían tan saudí como libanés, y su asesinato fue considerado una afrenta personal. Aparte de Al-Yazira, la mayoría de los medios de comunicación panárabes (de radiotelevisión y de prensa) seguían siendo saudíes en su financiación y agenda, convirtiéndose en una plataforma para las campañas antisirias a una escala sin precedentes. Siria estaba en el peor momento de sus relaciones con Arabia Saudí y con la mayoría de los demás países árabes, que ya le habían aconsejado retirarse de Líbano. Fue en este periodo en el que las relaciones con Irán, y con actores regionales no estatales como los grupos militantes Hizbullah y Hamas, empezaron a ser más notables, estar más expuestas y ser más necesarias para unos y otros.

El ataque israelí de 2006: el punto de inflexión

En el verano de 2006 la mayoría de los países aún no tenía ninguna prisa por empezar a reparar sus relaciones con Siria, o por reducir su nivel de crítica. Israel, cada vez más cómodo con su supuesta invencibilidad, y en su ciertamente absoluta superioridad militar, estaba tocando tambores de guerra, primero en Gaza, y después en Líbano. Pero incluso antes de que empezara el brutal ataque contra Líbano, hubo indicios claros de que se había alcanzado un consenso en el bando antisirio. El Frente Nacional, en su conferencia inaugural de Londres en junio de 2006, prometió derrocar el régimen y tomar el poder en coalición en el plazo más breve posible, difundiendo la idea de que el gobierno estaba a punto de caer. Más interesante es que el entorno de Jaddam parecía convencido de que el régimen habría caído en otoño, y de que él personalmente estaría de vuelta en Damasco para entonces. Fue con esta promesa con la que Jaddam intentó reunir apoyos, incluso entre los expatriados sirios.

La situación quedó clara con el despiadado ataque de Israel en julio, acompañado por el impactante silencio de Arabia Saudí y sus aliados árabes, y por la inmoral negativa por parte de los países europeos a exigir siquiera un alto el fuego mientras las víctimas libanesas sucumbían por cientos y las infraestructuras eran diezmadas por los cazabombarderos israelíes. Israel contaba con que Líbano se desmoronara, y que los propios libaneses se volvieran contra Hizbullah culpándole del ataque. Del mismo modo, se esperaba que Israel realizara también un asalto similar contra Siria a fin de acabar con el régimen, volviendo a la población contra él. Surgieron rumores de aliento franco-estadounidense en ese sentido, aunque Israel se negó a asumir esa tarea ante la increíble autodefensa ofrecida por Hizbullah, que nadie podía haber imaginado. Por primera vez desde su creación, a todos los efectos, y a pesar de la devastación humana y material que provocó, Israel fue vencido militarmente, incapaz de lograr sus objetivos declarados, y aún menos los secretos.
Siria, el principal aliado de Hizbullah, era sin duda alguna la mayor beneficiaria del fracaso de Israel. Con renovado vigor y confianza, el presidente sirio atacó fieramente a los “medio hombres” que no hicieron frente a la agresión israelí, y los medios de comunicación mostraron incesantemente imágenes de cientos de miles de libaneses buscando refugio temporal de la barbarie israelí, siendo recibidos con los brazos abiertos a todos los niveles por parte del Estado y la sociedad sirios. No fueron Francia, ni Qatar, ni Turquía los que salvaron a Siria del aislamiento. Fue Hizbullah.

CAMBIO DE SUERTE

Aunque era necesario tiempo para digerir el shock de la guerra de julio en Líbano, las inevitables conclusiones no tardaron en llegar. Lentamente, pero con seguridad, la soga que se había estado cerrando en torno al proverbial cuello de Siria empezó a aflojarse y a caer. Desde todas las capitales, los líderes se dieron cuenta de que tenían que empezar de nuevo, y de que el intento de aislamiento de Siria, y aún más la caída de su régimen, eran objetivos irreales que no traerían ningún beneficio palpable.

La escena del 14 de julio de 2008 en los Campos Elíseos habría sido inimaginable solo un par de años antes: Bashar al-Asad en la tribuna presidencial el Día Nacional de Francia

Sorprendentemente, el primer paso hacia la reconciliación no se dio en el mundo árabe, sino en París. Con la marcha de Jacques Chirac, un antiguo aliado de Siria que se había convertido en un adversario comprometido, la situación era prácticamente de borrón y cuenta nueva con respecto a los fuertes vínculos entre la presidencia francesa y la familia Hariri, y por consiguiente la familia real saudí. La elección de Nicolas Sarkozy en mayo de 2007 trajo un enfoque totalmente nuevo a la región, que incluía una participación muy personal de Sarkozy en persona y de sus asesores más cercanos, como Claude Guéant, a expensas del Quai d’Orsay y su ministro de Exteriores, Bernard Kouchner. Entrando de lleno y sin reservas en el problema libanés, Sarkozy se dio rápidamente cuenta de lo que la Administración Bush nunca comprendió en ocho años: cualquier acuerdo en Líbano y cualquier vuelta a la normalidad allí se conseguirían únicamente con el consenso de sus principales patrones. Esto incluía a Arabia Saudí y, sin duda alguna, a Siria. Al principio Sarkozy intentó el método del palo, el favorito de Washington, imponiendo exigencias sin ofrecer posibles beneficios: no ignoró a Siria, pero sí que ignoró sus intereses en la región. Sin embargo, cambió pronto su táctica cuando este método no dio ningún resultado, y consiguió realizar diplomáticamente la hazaña que todos los demás adversarios no habían logrado obtener.

Cuando el impasse político en Líbano (una de las consecuencias del ataque israelí) llegó al punto de ebullición, y con los militantes armados de Hizbullah tomando por sorpresa las calles de Beirut y luchando contra los militantes de otros grupos en una repentina explosión de tensiones, hubo temores de que la situación degeneraría en un renovado estado de guerra civil. Con el patrocinio de Qatar, que se había vuelto cada vez más independiente de sus vecinos del Golfo Árabe y más matizado políticamente, el presidente francés podía ayudar a volver a colocar a Líbano en la vía del diálogo, con la ayuda de Siria. Al pedir a Siria que le ayudara, y al reconocer sus intereses, la diplomacia francesa (y qatarí) resultó efectiva y necesaria, dando de lado a Arabia Saudí y, evidentemente, a Estados Unidos y a sus principales aliados. La escena del 14 de julio de 2008 en los Campos Elíseos habría sido inimaginable solo un par de años antes, cuando Siria estaba en su peor momento. En compañía de otros jefes de Estado invitados a la cumbre de la Unión por el Mediterráneo en París, el presidente al-Asad estaba en la tribuna presidencial cuando pasó el famoso desfile militar con ocasión del Día Nacional de Francia. De nuevo, Francia y Siria sintonizaban, compartiendo la idea de que hay un toma y daca en la región, y de que no se trata de que unos pierdan para que otros ganen.

MANIOBRAS ESTADOUNIDENSE-ISRAELÍES

La mayoría de los países árabes se han reconciliado totalmente desde entonces con Siria, con la flagrante excepción de Egipto, cuyo anciano presidente aún parece guardarle rencor a su joven homólogo, y con la excepción del presidente palestino en funciones, cuya influencia se redujo aún más durante el ataque sin precedentes de Israel a Gaza en diciembre de 2008. Cuanto más violento era Israel, más se veía a Siria y los grupos que apoya, especialmente a Hamas, como alternativas mejores.

No fueron Francia, ni Qatar, ni Turquía los que salvaron a Siria del aislamiento. Fue Hizbullah

No era un bonito panorama para Estados Unidos e Israel que mantuvieron la apuesta de mantener a Siria tan aislada como fuera posible. En septiembre de 2007, Israel atacó y destruyó lo que decía que era una instalación nuclear en el centro de Siria, intentando mantener la presión. Era la primera vez que se había llevado a cabo tan flagrantemente una violación de la soberanía siria, excepto por los habituales asesinatos israelíes cada cierto tiempo. Con el final de la Administración de Bush en el horizonte, y con la pérdida de fuerza de la campaña antisiria, Estados Unidos renovó sus esfuerzos. El 26 de octubre de 2008, en una de las incomprensibles últimas acciones de George W. Bush, Estados Unidos llevó a cabo un ataque en suelo sirio, matando a civiles y creando otra vez un nuevo precedente con esta agresión directa. Aunque Estados Unidos afirmaba que las víctimas estaban relacionadas con al-Qaida y el “entrenamiento de terroristas” para enviarlos a Iraq, se han hecho pocos esfuerzos por demostrar que esto era cierto. Incapaz de responder de ninguna forma real, el gobierno sirio tomó la drástica medida de cerrar la Escuela Americana de Damasco, como testimonio de la frustración que se sentía en el país. Hasta su último día en el cargo, Bush siguió señalando con un dedo acusatorio, sin intentar nunca remediar la situación por la vía diplomática, el regreso del embajador, o el reconocimiento (que gobiernos anteriores habían dado) de los derechos legítimos de Siria. No se había perdonado la posición de Siria en Iraq, y su política de fronteras abiertas permitió a Estados Unidos y a sus aliados iraquíes decir que Siria enviaba la gran mayoría de los ataques violentos a Iraq, ya fueran actos de terrorismo contra civiles o resistencia contra las tropas de ocupación. Washington pasó convenientemente por alto el hecho de que Siria también acogió hasta 2 millones de refugiados iraquíes, por no mencionar que había votado casi al gusto de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad.

Habiéndose asegurado la entrada en vigor de la Ley de Responsabilidad de Siria, Bush incluso les ha puesto difícil a sus sucesores la mejora de las relaciones con Siria, si es que esto llega a ser un objetivo. De hecho, incluso Barack Obama está sujeto a estas restricciones y a las sanciones impuestas a Siria mediante otras leyes. Estas sanciones no impiden el restablecimiento de un embajador en Damasco, retirado justo después del asesinato de Rafiq Hariri; no obstante, el presidente Obama no se ha decidido claramente a hacerlo. Con tantos veteranos de Oriente Próximo de la época de Clinton entre el personal de la Casa Blanca y del Departamento de Estado, el equipo de Obama no está realmente entusiasmado con la idea de entablar relaciones con Siria. Rahm Emanuel, jefe de gabinete, cuyo apoyo a Israel se tradujo en que se presentó voluntario durante la Guerra del Golfo de 1991; Dan Shapiro, asesor de la campaña y figura clave en la redacción de la Ley de Responsabilidad de Siria; o Dennis Ross, por mencionar solo a unos pocos, no están por la labor de restaurar la posición de Washington con respecto a Siria. Ni tampoco lo está el vicepresidente Biden (que recomendó dividir Iraq en tres Estados), un sionista declarado y ardiente partidario de Israel, que tampoco tiene prisa por arreglar las cosas.

Evidentemente, la situación está ligeramente mejor que con Bush, pero solo porque la Administración de Obama no es tan estridente y se dedica menos a la ideología, pero aún tiene que pronunciarse sobre el Golán, sobre los millones de refugiados de Iraq (o de Palestina) que buscaron seguridad en Siria, y sobre cualquier otro tema de importancia. En gran medida, Obama se ha mostrado excesivamente mezquino en temas que podrían haber costado a Estados Unidos muy poco desde el punto de vista político, pero que habrían marcado una enorme diferencia para Siria. En concreto, Obama bloqueó un acuerdo entre Airbus (una empresa europea, pero con una pequeña parte de componentes norteamericanos) y Syrian Airlines, aunque a esta última solo le queda un puñado de aviones en condiciones de vuelo, ya que los demás han sido retirados del servicio debido a preocupaciones de seguridad. Al centrarse en una línea aérea civil, es evidente que Obama no planea hacer ninguna concesión ni llegar a ningún compromiso. Ahora Siria parece estar curada de su entusiasmo inicial con Obama, y no faltan países que esperan tener un papel mayor en Oriente Próximo, y que estarían más que satisfechos de desarrollar relaciones con un país como Siria. Desde el Extremo Oriente hasta América Latina, pasando por la Unión Europea que parece haber vuelto a su posición más neutral, el presidente sirio ha estado ocupado volviendo a situar a su país en el mapamundi, política y económicamente. En paralelo con este compromiso internacional, Siria también le ha dado la vuelta a sus relaciones con Turquía durante la última década, avisando a sus vecinos.

LA ALIANZA TURCA

Con la entrada en vigor de la Ley de Responsabilidad de Siria, Bush les ha puesto difícil a sus sucesores la mejora de las relaciones con Siria

Siglos de ocupación otomana habían hecho que Siria perdiera el gusto por casi todo lo turco, pero la Turquía moderna, laica, desarrollada, simultáneamente occidental y oriental en sus perspectivas sociopolíticas y que aún mantiene sus valores islámicos le resultaba atractiva. De estar al borde del conflicto en 1998 (Siria acogía al líder del PKK, Abdullah Öcalan, pero acabó cediendo y expulsándole antes de que las cosas se le fueran de las manos), Turquía y Siria pasaron en cierto tiempo a volver a tener relaciones en un nivel menos hostil, especialmente con el tema del reparto del agua del Éufrates, compartido por ambos países. Además, sucesivos gobiernos turcos habían consolidado la alianza con Israel, llevando a Siria a un aislamiento aún más peligroso. Pero las cosas mejoraron, incluso antes de la llegada del primer ministro Recep Tayyip Erdogan. El presidente turco Ahmed Necdet Sezer ya se había encargado de tomar un nuevo enfoque con respecto a Siria, y los dos países se encontraban cada vez más unidos por su oposición a la invasión de Iraq, que el parlamento turco se negó a facilitar denegando al ejército estadounidense el uso de su territorio para cualquier acción relacionada con la invasión.

En Turquía, al igual que en Siria, había habido un fuerte rechazo popular a las políticas norteamericanas en la región e Iraq era un ejemplo más. En 2006, la película turca antibélica Iraq, el valle de los lobos rompió récords de taquilla, incluso entre la comunidad turca de Alemania. Y en 2009 no había duda alguna de que el sentimiento popular apoyaba sólidamente la posición del gobierno en relación con Israel. Para Erdogan no había nada que demostrar a una población que le apoyaba. Todas estas políticas han acercado mucho a los dos países, política y económicamente, culminando en la eliminación de la aduana entre ellos, permitiendo la libre circulación de personas y bienes.

El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, es condecorado por Bashar al-Asad en el palacio del Itamaraty

El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, es condecorado por Bashar al-Asad en el palacio del Itamaraty, en el marco de su primera gira por América Latina. Brasilia, Brasil, 30 de junio de 2010. / Fernando Bizerra Jr. / EFE

UN NUEVO ORDEN REGIONAL

Redibujando el mapa de la región de una forma tan inesperada, Turquía y Siria han conseguido imponer un nuevo orden regional que los aliados de Israel no pueden simplemente rechazar y demonizar con la denominación habitual de “Estado paria” (rogue state). De hecho, mientras Israel y Estados Unidos pueden haberse salido con la suya metiendo a Siria, Irán, Hamas y Hizbullah en un simplista frente “de rechazo”, la realidad es que se ha estado formando una alianza mucho más sólida, en la que el tamaño no es necesariamente representativo de la capacidad de influencia.

La creciente hegemonía política y económica de Qatar, al escaparse de la influencia saudí, ha creado el aliado menos probable. Con Turquía en la OTAN y con Doha como sede del CENTCOM (1) y una enorme base estadounidense, sin mencionar los vínculos comerciales con Israel, Qatar ha conseguido en cuestión de unos pocos años que se oiga su voz y ha corregido el equilibrio de influencia. Con la inclusión periódica de Francia en varias iniciativas regionales y con los intentos de atraer nuevos poderes como Brasil e incluso Rusia para solucionar el impasse nuclear iraní, el mensaje a Israel, Estados Unidos e incluso Arabia Saudí está claro: la región no es solo el patio de recreo de unos pocos, sino más bien una responsabilidad común. Además, no se iban a ignorar los temas clave de Palestina (y Líbano) durante mucho más tiempo, e Israel iba a tener que ocuparse de mucho más que Estados Unidos.

No hay duda alguna de que el asalto y las muertes en el barco turco Mavi Marmara, que llevaba ayuda a Gaza, fue un momento decisivo para la posición pública de Turquía sobre Israel. También es importante observar la implacable ofensiva de la policía de Dubai para desenmascarar al Mosad como responsable del asesinato de un importante dirigente de Hamas hace unos pocos meses. Ambos incidentes apuntan a una recién descubierta determinación para evitar que Israel se comporte con total impunidad y para que asuma la responsabilidad de sus crímenes. Tres años después de que impusiera el sitio a Gaza, con la ayuda de Egipto, poderes regionales como Turquía, Qatar e incluso Emiratos Árabes Unidos parecen estar haciendo frente a Israel y dejando claro que ya es suficiente.

Obama se ha mostrado mezquino en temas que podrían haber costado muy poco a Estados Unidos políticamente, pero que habrían marcado una diferencia para Siria

Redibujando el mapa de la región de una forma tan inesperada, Turquía y Siria han conseguido imponer un nuevo orden regional

Mirando hacia atrás, Siria no ha estado nunca en mejor compañía. Habiendo perdido su sólida alianza con Arabia Saudí y Egipto, y habiéndose rehecho tras un periodo de aislamiento sofocante, parece estar mejor situada, estratégica y políticamente. Egipto, por su participación en el bloqueo de Gaza, ha pasado a ser casi insignificante en los asuntos del mundo árabe, y Arabia Saudí no ha tenido más remedio que aceptar que su ofensiva antisiria ha fracasado y echarse a un lado mientras Qatar conseguía la ayuda de Siria para solucionar el último punto muerto libanés.

Diez años después de haber sustituido a su padre, no hay duda de que el presidente sirio está hoy en día satisfecho con sus logros y con la renovada importancia que tiene su país en la región. Siria aún tiene serios problemas propios, siendo el Golán el más importante de ellos, pero también seguirá teniendo intereses fuera de sus fronteras. Para la carrera de fondo que aún le queda por delante, e incluso aunque Israel y sus aliados sigan amenazando su seguridad, parece que Siria estará mucho menos sola y se sentirá mucho más segura en sus relaciones internacionales.

 

Notas al pie

  1. Comando Central del Ejército de los EEUU, con un área de responsabilidad que incluye Oriente Próximo y Asia Central (N. del E.).

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