Antía Mato Bouzas
Especialista en el área de Asia Meridional y colaboradora del Real Instituto Elcano. [+ DEL AUTOR]

Cachemira. Un viaje sobre las fronteras indefinidas y conflictivas de Asia del Sur

A las ocho de la mañana, cerca de la sede gubernamental de la ciudad de Muzaffarabad (la capital de la Azad Yamú y Cachemira), dos autobuses parten rumbo a la Línea de Control, la frontera provisional que separa las dos zonas de Cachemira y que India y Pakistán vienen disputando desde hace ya sesenta y dos años. La puntualidad aquí es de rigor, pues cualquier demora puede causar la desconfianza de las autoridades del otro lado. Tras unas tres horas que dura el viaje hacia la zona fronteriza, los pasajeros bajarán de los autobuses y, tras los controles oportunos, cambiarán de vehículo, esta vez uno aportado por las autoridades de la otra parte. Posteriormente, proseguirán hacia Srinagar (la capital veraniega del Estado de Yamú y Cachemira) donde les espera un reencuentro con familiares que no han visto, en algunos casos, desde hace varias décadas.

La línea de autobuses que une las ciudades de Srinagar y Muzaffarabad (y luego entre Rawalkot y Punch) fue inaugurada en abril de 2005, como una medida de confianza para estimular el proceso de diálogo bilateral. A pesar de la ruptura de conversaciones oficiales a raíz de los atentados de Bombay de noviembre de 2008, las líneas de comunicaciones abiertas siguen funcionando para facilitar el encuentro de familias divididas. Quizás sea ésta la cara más amable, si es que hay alguna, de un contencioso todavía marcado por una gran desconfianza que perpetúa una alienación injusta e incomprensible, sobre todo para las familias y las gentes que viven próximas a la Línea de Control. Y es que en Asia del sur, las fronteras postcoloniales siguen siendo verdaderas fortalezas de inseguridad.

Un profesor imparte una clase al aire libre

Un profesor imparte una clase al aire libre a un grupo de estudiantes en Tangdhar, en la Línea de Control entre India y Pakistán. El conflicto entre los dos países impide el desarrollo normal de las clases. 25 de febrero de 2004. / Altaf Qadri /EFE

En este sentido, la apertura de líneas de transporte de viajeros y mercancías (más reciente) entre varias ciudades de la Cachemira dividida tiene como objeto relajar la tensión en la zona y eventualmente desbloquear un proceso que conduzca a una solución sobre el estatus final de la disputa. La solución política a la misma se presenta compleja y lejana, debido a su larga duración y perpetuación en el tiempo –cuyo origen se sitúa en la partición del subcontinente en 1947, si bien hunde sus raíces casi un siglo atrás–, así como a la transformación sufrida por el conflicto inicial, en parte por la aparición de un nacionalismo cachemir (fragmentado) y también por las políticas de los gobiernos de India y Pakistán hacia el territorio que controlan. Entre las soluciones políticas que parecen barajarse se hallan: la independencia; una confederación débil en la zona, previamente desmilitarizada, o la conversión de la Línea de Control en una frontera internacional. Pero es difícil satisfacer a todas las partes.

LOS LÍMITES INDEFINIDOS DE LA DISPUTA

Para entender el rompecabezas que hoy en día se conoce como “cuestión de Cachemira” o “disputa de Cachemira” es necesario remitirse al mosaico regional que constituye una vasta región unida por el tratado de Amritsar de 1846, que dio origen al anterior Estado (Principesco) de Yamú y Cachemira, gobernado por los rajás dogras (hindúes) hasta la guerra de 1947-48, y también examinar la evolución política posterior de cada parte dividida por ese conflicto. No obstante, en este artículo se pretende aportar una mirada a la región dividida desde una perspectiva actual, desde un plano regional o local, para examinar la complejidad de una disputa que no sólo ha separado e impuesto fronteras territorial-políticas a los cachemires del valle homónimo, sino también a los baltis, ladajis y a los seminómadas guyares, entre otras comunidades.

Si bien el contencioso posee una naturaleza, a primera vista, territorial, las demandas de las partes en conflicto se realizan sobre argumentos de identidad

En primer lugar, el anterior Estado de Yamú y Cachemira, cuyos límites territoriales en el norte-noreste nunca estuvieron claramente definidos, fue dividido como resultado de la primera guerra indo-paquistaní en 1947-48, dando lugar a la disputa entre los dos países. La división originó la distinción entre una Cachemira paquistaní (Azad Yamú y Cachemira o Cachemira Libre) y una Cachemira india (integrada en la República bajo el nombre de Estado de Yamú y Cachemira). Sin embargo, en la parte paquistaní se produjo una progresiva escisión político-administrativa entre los Territorios del Norte (cuyos límites son más o menos coincidentes con las Áreas del Norte, ahora renombradas como Gilgit-Baltistán) y Azad Yamú y Cachemira. De igual manera, en la Cachemira india, aunque se ha pretendido mantener una paridad entre las tres principales regiones que conforman ese Estado, conviene individualizar al valle de Cachemira como germen del descontento con su estatus político-territorial dentro de la República de la India y, por tanto, un conflicto separatista que es una consecuencia más de la disputa general.

En segundo lugar, si bien el contencioso posee una naturaleza, a primera vista, territorial –pues se trata del control y posesión de un territorio–, las demandas de las partes en conflicto sobre ese territorio se realizan sobre argumentos de identidad (ya sea político-nacional o religiosa) y de una forma de entender esa identidad muy diferente y hasta opuesta. No descartando elementos de oportunismo en esas proclamas (ya sea la teoría de las dos naciones, el secularismo/laicismo, la kashmiriyat o comunidad cachemir, o la umma o comunidad musulmana), la disputa abarca otros intereses. Algunos de ellos resultan bastante evidentes, como la importancia estratégica de la región y sus recursos hídricos, mientras que los demás aparecen como resultado de complejos juegos de poder. En este último caso, puede observarse cierta manipulación del factor religioso en la insurgencia cachemir, tanto por India como por Pakistán.

Y, en tercer lugar, hay un aspecto político que alberga diferentes cuestiones. La más palpable es la ausencia de un verdadero desarrollo democrático en las dos zonas de Cachemira (incluyendo Gilgit-Baltistán en Pakistán) dentro de los Estados indio y paquistaní. La otra concierne a la distinción entre quienes, de algún modo, han abrazado o se han reconciliado con las fronteras territoriales postcoloniales y quienes siguen cuestionando su validez. Un ejemplo de los primeros puede ser el de la población de Gilgit-Baltistán, mientras que en el segundo caso están los cachemires del valle. Además, no hay que olvidar el problema de los derechos de las familias divididas y el tema de la violencia en la zona india.

Por ello, para intentar entender la complejidad de lo que el contencioso de Cachemira es en la actualidad, conviene ofrecer una mirada a la evolución y pluralidad de estos territorios asociados al conflicto, al problema de identidad o identidades subyacentes en la disputa, así como al aspecto político que entraña su eventual resolución, monopolizado por los gobiernos de India y Pakistán. En esta tarea, se enfatiza la necesidad de reexaminar el aspecto regional o local (es decir, de los territorios divididos asociados al conflicto) frente al nacional (India-Pakistán) o internacional, al considerar que el primero refleja mejor la pluralidad del problema, a la vez que sirve para poner en duda algunos de los argumentos habitualmente esgrimidos por los gobiernos de India y Pakistán en torno a la disputa.

ESTRATEGIAS ESTATALES DE INDIA Y PAKISTÁN HACIA LA CACHEMIRA DIVIDIDA

India y Pakistán se han enfrentado en cuatro guerras (si se incluye el conflicto breve de Kargil en 1999) por el control de Cachemira pero, a excepción de pequeñas ganancias en las zonas fronterizas, generalmente a favor de India, el statu quo territorial se ha mantenido a lo largo de seis décadas. Así, la Línea de Control ha ejercido el papel de frontera internacional provisional entre ambas partes. Esta situación no ha aportado paz ni estabilidad a nivel regional, pues la disputa inicial ha ido tomando nuevas direcciones debido a sucias estrategias estatales –la manipulación electoral durante décadas en la Cachemira india y el apoyo paquistaní a los muyahidines cachemires en la lucha separatista– que han propiciado una toma de conciencia y revuelta entre los cachemires de la zona controlada por India.

El tratamiento de los respectivos territorios incorporados por India y Pakistán a partir de la guerra de 1947-48 también se ha realizado de manera diferente. Mientras que India optó por la progresiva integración del territorio como un Estado más de la República, otorgándole en principio una autonomía máxima (mediante el Acuerdo de Delhi de 1952), que nunca llegó a materializarse, Pakistán prefirió mantener el estatus de la región como indefinido, atendiendo a las resoluciones de Naciones Unidas hasta la eventual resolución del conflicto. Ambas estrategias, con sus problemas, hay que entenderlas dentro de un proceso de construcción e identificación nacional diferente en cada uno de estos países. El liderazgo político en Nueva Delhi, abanderado por el nacionalismo indio del Partido del Congreso, se mostró ávido en delinear rápidamente los contornos de la nueva nación, es decir, en reforzar la adhesión a una nueva identidad india, en principio no incompatible con otras (cachemir, bengalí, tamil, etc.) y en decidir los criterios de inclusión y exclusión. En cambio, en Pakistán ocurrió la estrategia opuesta, de mantener una ambigüedad, quizás en parte por la propia situación de debilidad del nuevo Estado y la ausencia de un liderazgo fuerte con amplia implantación territorial, así como por el hecho de que la creación de una identidad paquistaní sobre la base de que los musulmanes eran una nación fue disputada desde un principio. No se afirma aquí que el problema de Azad Yamú y Cachemira sea equiparable al del resto de las provincias paquistaníes, en tanto que territorio contendido; al contrario, se sostiene que la política de Islamabad hacia esta región en las décadas posteriores ha ido confirmando una vaguedad en la que ciertos grupos de poder (en especial el ejército) controlan los hilos de la disputa para colmar sus intereses.

La opción india de integración ha sido una política fallida, debido al modo turbio y autoritario en que se ha dirigido desde Nueva Delhi –pues ha originado un mayor resentimiento en los cachemires–, pero también debido a una mayor polarización y división étnica en una región muy heterogénea. En cuanto a la estrategia paquistaní de indefinición de la zona bajo su control (sobre todo militar), ésta ha alentado falsas expectativas y no ha tenido en cuenta importantes diferencias que, en último caso, pueden ir en detrimento de un Estado ya de por sí débil.

El Estado de Yamú y Cachemira

En la Cachemira india se distinguen tres territorios que son: el valle de Cachemira (provincia de Cachemira) y las montañas adyacentes, la provincia de Yamú y el área de Ladaj. De estas tres regiones, quizás la más homogénea sea la del valle, de población de mayoría sunní y hablante de lengua cachemir, mientras que en las otras dos existen notorias diferencias religiosas, lingüísticas y territoriales que han adquirido un mayor cariz político en las últimas dos décadas. La revuelta popular en el valle de Cachemira, y la violencia que ha llevado consigo, ha polarizado toda la sociedad del Estado, a la vez que ha marginalizado políticamente a las otras regiones frente a la importancia acaparada por la provincia de Cachemira y, más concretamente, por el nacionalismo cachemir. Los sucesivos gobiernos de Nueva Delhi han prestado mayor atención al diálogo con el responsable político en Srinagar, ya fuese por mantener un control en la zona (y por atajar el problema de la violencia cuando ésta surgió), ya por factores de política estatal, es decir, de ganarse el apoyo de los principales partidos cachemires en los gobiernos de coalición del país.

En el Estado de Yamú y Cachemira se observa una gran polarización social y política. Por un lado, persiste un problema grave de violencia en el valle y sus proximidades que ha alienado a un sector significativo (si bien resulta difícil dar cifras) de la población en contra del poder de Nueva Delhi, pero que además se muestra muy crítico con los distintos gobiernos de la región, generalmente pro-indios. Por otro, el conflicto ha tenido consecuencias negativas para las demás divisiones, Yamú y Ladaj, pues las arrastra hacia un contencioso del que no parecen desear formar parte, además de hacer aflorar, indirectamente, diferencias culturales y religiosas. En definitiva, en la Cachemira india hay un problema político que no sólo contempla aspectos de transparencia, buen gobierno y devolución de poder a la región, sino también de vertebración territorial y de representatividad. En todo caso, la situación interna de esta zona, como hasta cierto punto de la paquistaní, está muy determinada por la amplia militarización y las consecuencias que esto conlleva para la población civil.

Gilgit-Baltistán y Azad Yamú y Cachemira

Frente al mayor conocimiento existente sobre la evolución histórica y política de la Cachemira india, el área bajo control paquistaní ha recibido menos atención por los estudiosos del conflicto. Esto puede entenderse a causa del carácter restringido de acceso a la zona (al menos hasta el terremoto de 2005), pero también a la poco definida política de Islamabad de mantener un régimen político caduco y ambiguo hacia unos territorios muy diferentes entre sí. Aunque en el área paquistaní no existe un problema de violencia como al otro lado de la Línea de Control, la indefinición y el férreo control político de las actitudes más disidentes limitan las expectativas de una población que está demandando cambios en la relación con Islamabad y que posee numerosos retos políticos y sociales ante sí. Esto es visible de manera particular en Gilgit-Baltistán, que históricamente ha sido considerado como parte del conflicto de Cachemira, pero cuya población no se identifica con él.

A excepción de pequeñas ganancias en las zonas fronterizas, generalmente a favor de India, el statu quo territorial se ha mantenido a lo largo de seis décadas

Gilgit-Baltistán

Gilgit-Baltistán, hasta hace poco las Áreas del Norte, comprende una vasta zona de altas cumbres entre las que se alternan verdes valles y paisajes agrestes, a veces rocosos, con territorios desérticos a causa de la gran erosión. En la parte más oriental se hallan glaciales próximos a áreas inhóspitas y, entre ellos, el Siachen, que es objeto de disputa entre India y Pakistán. Se trata de un territorio muy poco poblado (unas 800.000 personas según el censo de 1988, cuya proyección actual sería alrededor de 1.500.000) y heterogéneo en el que conviven diversos grupos étnicos, religiosos (de mayoría chií) y lingüísticos, con un alto grado de aislamiento entre sí en el pasado.

Pese a algunos cambios, el estatus territorial de Gilgit-Baltistán dentro de Pakistán sigue siendo ambiguo, como demuestra su particular arreglo administrativo dependiente de Islamabad. Ni es una provincia, ni tampoco está vinculada administrativamente a Azad Yamú y Cachemira y su situación también difiere de la de otras áreas tribales. Posee una asamblea regional (la conocida como Gilgit Baltistan Self Empowerment and Self-Governance Order que, con la última reforma de agosto de 2009, pasará a 24 miembros) elegida por sufragio universal, con capacidad para legislar en una serie de competencias que se han ido ampliando en sucesivas reformas. No obstante, la población no puede votar ni ser elegida en las elecciones generales paquistaníes. Los últimos cambios tienden a equiparar la región con una provincia, aunque con diferencias sustanciales.

De hecho, la reforma de agosto de 2009 ha defraudado a muchos: la Asamblea de Azad Yamú y Cachemira ha protestado al pensar que desvirtúa la búsqueda de una solución política al conflicto, mientras que buena parte de la población local se muestra descontenta al entender que no son ciudadanos paquistaníes de pleno derecho y que el problema de Cachemira está lastrando las posibilidades de desarrollo y de integración en el Estado paquistaní. El sentimiento de exclusión respecto a Islamabad, y de dependencia no deseada de Azad Yamú y Cachemira (cuya Asamblea sigue reservando dos escaños para Gilgit-Baltistán) genera un grave problema de identidad y de sentido de pertenencia. En este caso se da la situación paradójica de ambivalencia del Estado paquistaní, pues aunque sostiene que el futuro de Gilgit-Baltistán pende de la resolución del contencioso de Cachemira, por otro lado tiende a decantarse por afirmar que este área forma parte de Pakistán.

Azad Yamú y Cachemira

En el territorio de Azad Yamú y Cachemira se distinguen tres zonas principales: una al norte que se agrupa en torno al área de Muzaffarabad, otra al centro que se corresponde con el entorno de la ciudad de Rawalkot y el sur, Mirpur, donde se concentra el área más dinámica económicamente. La ausencia de datos oficiales actualizados y fiables sobre indicadores socioeconómicos dificulta la tarea de comprender el mapa económico y social de la región, que plantea una serie de disparidades, siendo la más relevante de todas ellas su viabilidad económica.

Los cachemires de la zona paquistaní, a excepción de la gran población refugiada, son en su mayoría paharis, gente de las montañas con modos de vida diversos de las gentes del valle. Su proximidad geográfica y afinidad con la cultura punyabí, acrecentada por una significativa migración estacional y permanente a esa provincia de Pakistán, hace que su ambiente sociocultural sea sensiblemente distinto de la zona al otro lado de la Línea de Control. Esto tiene implicaciones en el plano político pues, aunque el nacionalismo cachemir no se asienta en una lengua o una religión compartidas, las fronteras de inclusión y exclusión no están siempre claras. No obstante, tal indefinición no invalida la lucha política –puesto que los cachemires de la zona paquistaní, independientemente de sus afinidades culturales, siguen clamando por una solución a la disputa–, pero sí plantea dudas sobre el objetivo común que se pretende.

Por otro lado, la viabilidad de este territorio y su futuro estatus político se hallan marcados por la incertidumbre, mayor si se observa la tendencia de las conversaciones de paz entre India y Pakistán entre 2004 y 2008, en las que la independencia o una reunificación política de toda la Cachemira parecen poco probables. La discutida autonomía máxima para toda la región, sin cambios en la soberanía, puede constituir una respuesta adecuada, si bien no resuelve el complejo estatus territorial y el delicado problema político de Azad Yamú y Cachemira en relación al Estado paquistaní. De hecho, el autogobierno regional sigue estando tutelado por Islamabad (a través del Ministro de Asuntos para Cachemira), y aunque el arreglo territorial dentro del Estado se asemeja en su forma a una federación débil, en realidad parece haber un control bastante estricto sobre sus asuntos internos.

LA IDENTIDAD CACHEMIRA

¿Quién es cachemir? ¿Sobre qué criterios se puede hablar de una identidad (nacional) cachemir? Una respuesta a estas preguntas se ve ya de antemano abocada a una amplia discusión en la que persisten posiciones encontradas entre los especialistas del tema sobre aspectos históricos de la formación de esta identidad. Sin embargo, se hace necesario reflejar aquí parte de esa complejidad.

Niños juegan al cricket

Niños juegan al cricket en una plaza del centro de Srinagar (Cachemira india), desierta por la huelga convocada por un grupo separatista por la visita de políticos a Pakistán, 17 de enero de 2007. / Altaf Qadri /EFE

A primera vista, el nacionalismo o separatismo cachemir no alude a una lengua o a una religión compartida, sino a una experiencia histórica común: la del padecimiento de la tiranía y desigualdad. No hay un factor lingüístico, puesto que la lengua cachemir se habla fundamentalmente en el valle homónimo y en pequeñas áreas de la zona paquistaní, no sólo por musulmanes sino también por los hindúes pandits, que hasta hace dos décadas constituían una minoría muy influyente. Ahora bien, la lengua constituye un aspecto importante para esta población, pero nunca ha sido un elemento esencial dentro del movimiento nacionalista y, además, las fronteras lingüísticas ya excluyen a una amplia mayoría.

En el caso del tema religioso, éste posee un papel ambivalente, pues si bien la “identidad” musulmana de la región ha estado en el centro de la lucha política (tanto por India como por Pakistán y por los propios cachemires), un amplio espectro del nacionalismo cachemir –desde una parte del movimiento autonomista hasta los principales partidos regionales– se muestra manifiestamente laico o cuanto menos neutro en el aspecto religioso. Aún así, otros sectores de la sociedad, de los que es difícil conocer su respaldo social pero que poseen una visibilidad en la lucha política y armada, ponen su identidad religiosa en el centro y es ésta la que determina sus expectativas políticas, que son las de formar parte de un Estado musulmán.

El nacionalismo cachemir no alude a una lengua o a una religión compartidas, sino a una experiencia histórica común: la del padecimiento de la tiranía y desigualdad

Quizás sea el aspecto territorial el que opere un mayor sentido de pertenencia y de consenso, tanto para los residentes como para los que lo han abandonado a causa de la violencia o de elecciones políticas personales. La belleza casi mítica de la región, ejemplificada en el valle de Cachemira, su ocupación militar (la alta presencia militar es evidente en las dos zonas, si bien de distinta naturaleza) y el sentido de pérdida o control por los oriundos de la misma, en detrimento de un juego de poder entre India y Pakistán parecen ser elementos considerables de identificación mutua. No obstante, aunque el territorio pueda constituir uno de los aspectos primordiales sobre el que se asienta la identidad cachemir, también suscita posiciones divergentes en sus periferias (por ejemplo, la región de Ladaj, en la parte india).

Además de estos rasgos principales, un eje común al referirse a la identidad cachemir en las últimas décadas ha sido la alusión a un sincretismo cultural expresado en el término kashmiriyat, para explicar el modo de convivencia de musulmanes e hindúes durante siglos. Kashmiriyat implica una convivencia que bien puede ser expresada en la complementariedad, en diversos aspectos de la vida social cotidiana (económico, religioso, etc.) de ambas comunidades, o también como una armonía social a pesar de la diferencia y pluralidad cultural y religiosa. Detrás de la apropiación y reivindicación de este término en la actualidad por distintos sectores de la sociedad cachemir está la esperanza de una recomposición política y social y de un retorno a una cierta situación idílica pasada. No obstante, la historicidad del concepto, que parece haber emergido en algún momento posterior a la partición, cuestiona su referencia a un contexto real y además omite otros aspectos, como la existencia de corrientes de pensamiento islámico conservador con arraigo en la región.

EL PROCESO DE DIÁLOGO ENTRE INDIA Y PAKISTÁN: EFECTOS EN EL PLANO REGIONAL

Dada la dificultad de conocer las fronteras (territoriales, sociales, culturales, etc.) de lo que verdaderamente está en juego, una solución política ampliamente respaldada no parece tarea fácil. Las conversaciones entre India y Pakistán durante 2004 y 2008 para abordar la cuestión de Cachemira han aportado algunos indicios sobre una posible resolución de la disputa, pero también han levantado numerosos interrogantes sobre la viabilidad de la implantación de algunas medidas por temor a los efectos político-ideológicos que éstas puedan causar. Si bien reconociendo que India posee una cierta ventaja en este aspecto, al menos en lo que se refiere a la toma de decisiones, no debe ignorarse su fracaso en el tratamiento del fenómeno del nacionalismo cachemir, que podría enquistarse aun más si se margina en el proceso.

Por su parte, Pakistán sigue presentando un casi permanente problema de liderazgo, plasmado en una compleja relación entre el poder civil y el militar, siendo este último el que de verdad controla la política de Cachemira y, en general, la errática política exterior del país. Además, la institución militar no es uniforme y por ello cabe pensar si la línea seguida por Musharraf durante este periodo era compartida por el resto de la cúpula militar. El anterior general y presidente había dado algunos pasos significativos sobre el modo de abordar la disputa, como el hecho de renunciar a la celebración de un plebiscito y de ceder, al menos de manera implícita, a un nuevo trazado fronterizo (sin excluir cambios territoriales menores), apoyándose en la necesidad de favorecer el intercambio de las dos zonas de Cachemira. Estas posiciones de partida limitan ahora el margen de maniobra de los posibles interlocutores paquistaníes si se reanudan las conversaciones con India, así como la actitud que pueda adoptar el ejército, ahora centrado en la lucha en la frontera afgana.

Igualmente, hay que tener en cuenta que el proceso de diálogo se plantea como una cuestión entre India y Pakistán, en la que el nacionalismo cachemir descontento (del Valle de Cachemira) o incluso los cachemires de la parte paquistaní, no están presentes. De nuevo puede surgir la duda de si el gobierno de Azad Cachemira posee una voz distinta de la de Pakistán, algo que sí es manifiesto en la zona india. El problema de cómo reaccionen los sectores descontentos según el rumbo que adopte el proceso de diálogo no es menor, en especial aquellos grupos que abogan por la violencia. A pesar de que la región se halla muy militarizada, esto no ha evitado la guerra de guerrillas, algo que podría continuar en el futuro.

La lengua cachemir se habla fundamentalmente en el valle homónimo y en pequeñas áreas de la zona paquistaní, no sólo por musulmanes sino también por los hindúes

El escepticismo general del plano gubernamental y diplomático también es compartido hasta cierto punto por la población local, con algunas diferencias. Por un lado, predomina la incertidumbre sobre lo que va a ocurrir en el ámbito político, de tal manera que afecta a las expectativas de la zona, sobre todo económicas, pero también sociales y culturales. Por otro, la implementación de determinadas medidas, en particular el fomento del comercio bilateral amenaza, según algunos grupos influyentes locales, con diluir la naturaleza del problema. Sí se aprecia una coincidencia de opiniones en la necesidad de fomentar la movilidad entre las dos partes, especialmente entre las familias divididas, si bien se trata por el momento de medidas bastantes restringidas. De hecho, la conocida como “diplomacia del autobús”, que lleva implantada más de cuatro años, y que conecta cuatro ciudades de la región, ha transportado poco más de cinco mil personas. La complejidad de los trámites burocráticos y ciertas restricciones demoran enormemente el proceso, que puede durar en algunos casos hasta un año desde que una persona solicita viajar. Además de la necesidad de demostrar que el interesado posee familia en el otro lado, los servicios de inteligencia juegan un importante papel para evitar la posible infiltración de personas involucradas en actividades violentas o de espionaje. Otras restricciones operan para grupos concretos, como los funcionarios, a los que no se les permite realizar ese trayecto.

Manifestantes cachemires durante una protesta en Srinagar

Manifestantes cachemires durante una protesta en Srinagar en la Cachemira india, ante la visita del primer ministro indio, 27 de agosto de 2003. /EFE

A pesar de estas dificultades, los relatos de quienes han podido visitar la otra parte (en este caso, la zona india) han sido muy emotivos y siempre positivos. Si bien es cierto que de ello no puede deducirse que ese viaje altere de manera significativa sus posiciones en torno al contencioso, sí tiene un efecto reconciliador, a la vez que permite en algunos casos un replanteamiento del problema, al poder comparar la situación de los dos territorios divididos. Esta experiencia también, de algún modo, parece evidenciar una cierta diferencia entre quienes desean un cambio y una solución a una disputa que ha degenerado hasta una situación esperpéntica en las últimas décadas, y entre quienes pretenden retener y explotar el conflicto, aparentemente, para servir a otros intereses ajenos a la violencia perpetuada sobre la población civil. En otras palabras, no se trata tanto de posiciones políticas divergentes (en sí mismas legítimas) sobre el futuro político del territorio, como de la necesidad de que la situación presente de violencia, opresión e incertidumbre no se prolongue. De ser así, seguiría limitando y deteriorando los niveles de vida de la población local e hipotecando el futuro de las generaciones venideras.

CONCLUSIONES

Al contemplar el conflicto de Cachemira en la actualidad, incidiendo en su condición de periferia disputada no sólo por India y Pakistán, sino también por las expectativas políticas de parte de los residentes en la zona, la primera evidencia que emerge es la indefinición de lo que está en juego y la representatividad y el respaldo de las posiciones de los distintos actores, difícilmente aunables. Más que una lucha por un territorio, el conflicto abarca un problema de transición de un sistema tradicional de lealtades (feudal o colonial) impuesto, a otro nuevo, también impuesto, en que los nuevos lazos de afiliación se configuran en función de las necesidades de un Estado nación (India y Pakistán) surgido de la experiencia particional y colonial, y por tanto, con estrategias de distribución de poder poco claras, cuando no directamente acaparadoras y centralizadoras.

Frente a la indefinición e incertidumbre que afecta las dos partes de la Cachemira dividida sobre su futuro político, y el control ejercido por los gobiernos de Nueva Delhi e Islamabad, también se manifiesta un problema de identidad, de inclusión y exclusión, que no ha sido convenientemente tratado en la eventual resolución del contencioso. Si bien la facilitación de intercambio bilateral puede incidir de manera favorable en algunas de las posiciones más críticas con el proceso, su ámbito todavía restringido no ofrece grandes expectativas a los escépticos. La única excepción parece encontrarse, en el plano local, en buena parte de los usuarios de estas vías de comunicación, de pasajeros y de mercancías, que han tenido un beneficio concreto al poder reencontrarse con sus seres queridos.

Por último, el proceso de diálogo entre India y Pakistán, ahora suspenso, no sólo versa sobre la resolución de la disputa, pues también abarca una notoria dimensión sobre la cuestión de la identidad de los dos Estados nación, más compleja e indefinida en el caso paquistaní si se quiere, pero igualmente manifiesta en el ámbito indio. No hay duda de que sobre esta identidad pivota un importante componente religioso, que debe ser contemplado, pero es el drama humano de la violencia, la falta de un buen gobierno, la indefinición y la ausencia de plenos derechos de la ciudadanía de ambas partes de la zona dividida lo que en último término mantienen la disputa de Cachemira en un callejón de difícil salida. •

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